CRÍTICA DE CINE

'Hasta el último hombre': heroísmo desde el pacifismo

QUIM CASAS

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Regresa el Homero atávico del cine estadounidense. Con la excepción de su primer filme tras la cámara, 'El hombre sin rostro', un drama sobre la relación entre un adolescente y un profesor con la cara desfigurada, todo el cine dirigido por Mel Gibson gira alrededor de la barbarielos impulsos primitivos o la violencia casi como acto de fe. Así lo demuestran 'Braveheart', 'La Pasión de Cristo' y 'Apocalypto', y así sigue siendo en 'Hasta el último hombre'.

El género es en este caso el bélico. La época, la segunda guerra mundial. El hecho, la toma de Hacksaw Ridge (título original del filme), una colina de Okinawa durante la campaña del Pacífico. El protagonista, Desmond Doss, joven profundamente religioso que nunca quiso empuñar un fusil pero se alistó en el ejército estadounidense, actuó como médico de campaña y fue el primer objetor de conciencia en ser condecorado por su valor en el combate.

¿Qué hizo Doss? Salvar a decenas de heridos él solo. La paradoja del relato se exprime en su parte final. ¿Cómo se sobrevive en el infierno bélico sin nada con lo que defenderte? Gibson, también de raíces cristianas, filma la historia casi como un milagro, porque aunque ocurrió realmente, parece una ficción. 

Y frente al pacifismo de Doss, rueda con contundencia casi gore la batalla: cabezas cercenadas, piernas mutiladas, amasijos de carne que cuelgan, intestinos en el fango, hombres volando a causa de las explosiones. No muy lejos del Stallone de 'John Rambo (Rambo V)', pero más justificado como expresión del horror desde el punto de vista del pacífico pero heroico (y al fin y al cabo épico) protagonista.

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