Las voces de dos escritores bajo la sombra de Stalin

Creer y temer al 'Jefe'

Las memorias de Ehrenburg, editadas íntegramente

Alarit inatoratum orbenir que ta vili intilis. Sulic vidie facio in talissentius num su silis bonsulia? Satu

Alarit inatoratum orbenir que ta vili intilis. Sulic vidie facio in talissentius num su silis bonsulia? Satu

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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Al igual que en el caso de Bulgákov, dice la leyenda, o más bien Neruda en sus memorias, que una llamada de Stalin elogiando su novela La caída de París fue la señal que salvó la vida del escritor Iliá Ehrenburg. Pero todo es más complicado. Como la misma vida de Ehrenburg, el gran superviviente, el corresponsal de Izvestia en la guerra civil española que corrió mejor suerte que su aún más  prominente colega de Pravda, Mijaíl Koltsov. El judío que, señalado públicamente como «el cosmopolita número uno», estuvo a punto de caer en varias purgas antisemitas y que editó junto con Vasili Grossman el a la postre prohibido Libro negro sobre el Holocausto, pero que en viajes oficiales  proclamaba abiertamente su condición de ciudadano soviético por encima de cualquier herencia nacional o religiosa. El escritor que, en palabras de la mujer de Ossip Mandelstam, podía utilizar su influencia para «pedir» por sus colegas devorados por el sistema pero no para «insistir»... pero que en sus memorias quiere dejar claro que siempre que le pidieron que señalase a alguien con un dedo cómplice, se negó a hacerlo.

SUPERVIVIENTE / «Muchos de mis coetáneos han acabado bajo la rueda del tiempo. Si yo he sobrevivido no ha sido por ser más fuerte o sagaz que ellos, sino porque hay épocas en que el destino del hombre se asemeja más a una lotería que a una partida de ajedrez», sostiene Ehrenburg en sus memorias, cuya versión original, escrita al calor del deshielo, no pudo ser publicada íntegramente hasta 1990 y que solo ahora ha sido traducida al castellano por Marta Rebón (Gente. años, vida. Memorias 1891-1967, El Acantilado, suma más de 2.000 páginas, frente a las poco más de 300 de la versión publicada por Planeta en los años 80).

El escritor que se muestra paralizado por la desaparición de sus amigos, el «enamorado de España» que conmueve con su comprometido pero notablemente ecuánime relato de la guerra civil no siempre se muestra tan evasivo. No se escuda en el azar, pero admite esa ambivalencia que quizá le hizo escapar del Gulag. «Comprendía», dice, el pacto germano-soviético, pero el dolor le hizo enfermar y perder 20 kilos. «No me gustaba Stalin, pero durante mucho tiempo había creído en él y le había temido», confiesa, hablando de aquel a quien solo mencionaban como «el Jefe». «Me acostumbré a las ovaciones y a los epítetos idólatras, y ya no los oía», añade. «No supe defenderme de la epidemia del culto a Stalin», lamenta, él que se rió de «todos los dogmas» con su Julio Jurenito...

CARTAS Y LLAMADAS / Y en cuanto a la llamada del dictador... Ehrenburg sostiene que solo una vez habló con el dictador. Y, efectivamente, fue una llamada para interesarse por La caída de París, la publicación de cuya segunda parte, inoportuna por sus referencias a los «fascistas» con el pacto con Hitler aún vigente, no había sido autorizada. «Escríbalo: entre usted y yo procuraremos sacar adelante esa tercera parte», le dijo Stalin. Eso no fue un indulto personal, sostiene, sino un mensaje que tenía que llegar a terceros. Y que Ehrenburg interpretó así: «Pronto habrá guerra». Pero en Gente, años, vida, Ehrenburg sí explica cómo en algunas ocasiones Stalin atajó los ataques que habitualmente precedían el viaje a la Lubianka. Y el proceso era más prolijo que una llamada milagrosa. En 1949, en plena purga antisemita, cuando «cada noche esperaba el timbrazo de la puerta», Ehrenburg escribe a Stalin. Y es el secretario del Comité Central, Malenkov, quien llama de parte de él para tranquilizarlo. No, Ehrenburg no era cualquiera.