ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN

Contra la desmemoria

Gonzalo Celorio refleja en la novela 'El metal y la escoria' la historia de su familia entre España y México El libro nació después de que a su hermano le fuera diagnosticado un alzhéimer

El escritor mexicano Gonzalo Celorio.

El escritor mexicano Gonzalo Celorio. / periodico

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Una novela puede ser muchas cosas. Un contenedor donde caben la imaginación, el ensayo, el testimonio, los recuerdos. Pero también es una manera de ordenar el caos, de luchar contra la desmemoria. O por los menos eso fue para el escritor mexicano Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948), que en su última novela, El metal y la escoria (Tusquets), decidió ponerse a escribir la propia historia familiar. Una historia que nunca le habían contado. Y lo hizo azuzado  por la urgencia de la enfermedad de su hermano Benito, víctima del alzhéimer.

Por fortuna, la memoria intacta del Celorio novelista funciona a la velocidad del rayo, pero un miedo infundado a perderla le hizo remontarse hasta el primer Celorio en México, el abuelo Emeterio, joven asturiano que en 1874 dejó atrás a los suyos para hacer las Américas y fundar a su vez una nueva familia, la del autor. Por qué esta memoria familiar podría ser considerada una novela es algo sobre lo que el escritor no tiene dudas: «Es una novela porque conté con unos pocos elementos reales que me sirvieron de disparadero. El resto me vi obligado a  suplirlo con la ficción. Empezando por el hecho de que mi abuelo, en realidad, no se llamaba Emeterio. Le cambié el nombre porque este me pareció más indicado para él. Emeterio es un nombre que por sí solo implica una conquista».

Lo que ocurrió en el clan Celorio, que se regía por la divisa de que hay que tener los hijos que Dios te mande -«por suerte para mí porque soy el undécimo», dice el autor-, en realidad, no es extraordinaria. Nada que no haya sucedido antes en otras familias. «Una fortuna dilapidada y la muerte temprana de tres miembros, víctimas del alcoholismo y el juego, fueron baldones suficientes como para que no se hablara de ello de acuerdo al conservadurismo católico. Además, como yo estaba al final de la cola de los hermanos nadie se fijaba mucho en mí, nadie se molestaba en contarme las cosas». De ahí que evoque a su padre -que más que padre fue abuelo para él porque era ya muy mayor cuando nació- equivocándose habitualmente con todos los nombres de sus hijos hasta acabar llamando al pobre Gonzalo chiquillo de mierda.

El libro viene cargado de precisas anécdotas y de personajes memorables. Como la excéntrica tía Luisa, que llegó a fundar una Alianza Francesa en pleno desierto. Pero es también la búsqueda de la frágil identidad del autor ya que no solo se solía olvidar su nombre, sino que también su fotografía podía confundirse con la de uno de sus hermanos sin que el hecho preocupara demasiado a sus padres. «Yo parto del hecho de que uno no sabe de dónde es sino sabe de dónde viene».

La novela reescribe también la historia familiar a caballo entre España y México, y traza un retrato esquinado, a partir de varios de sus personajes, de las dos grandes oleadas españolas en el país azteca: la emigración a finales del siglo XIX y principios del XX y el exilio tras la guerra civil. «Yo ya escribí sobre ese tema en una autobiografía pero lo cierto es que no podría entender mi vida sin el exilio español que tan importante fue para la vida cultural mexicana. Me casé en primeras nupcias con una hija de exiliados y en la universidad mis maestros fueron Wenceslao Roces, traductor de Marx, y Ramon Xirau. Además tuve mucha relación con Max Aub. Sin contar que he dirigido la editorial Fondo de Cultura Económica, que no sería lo que es sin el catálogo del exilio».

Haber levantado una cierta acta familiar con su novela ha dejado bastante satisfecha al resto de lo que hoy es la familia Celorio (algunos de los hermanos mayores ya han muerto de viejos) que se ha reconocido en ella pese a sus importantes dosis de imaginación. «Ocurrió que una de mis hermanas dijo: 'Mira el abuelo Emeterio' ante una de las fotos del abuelo Benito. En ese momento sentí que la literatura le había ganado la batalla a la vida. Y así es. Creo que la novela puede hacer una cala más profunda en la realidad, porque no se refiere a lo que se hace, lo que se dice o lo que piensa, sino también a lo que se inventa, lo que se recuerda, lo que anhela y lo que se sueña».  

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