Combativo Almodóvar

El director Damián Szifrón, detrás de Pedro Almodóvar y su hermano Agustín. En primera fila, los actores Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia.

El director Damián Szifrón, detrás de Pedro Almodóvar y su hermano Agustín. En primera fila, los actores Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia.

NANDO SALVÀ

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Pedro Almodóvar estaba ayer en el Festival de San Sebastián de celebración, por varios motivos. Primero, porque hace solo dos días cumplió 65 años; segundo, porque hace ahora exactamente 35 desde su primera visita al certamen, cuando presentó aquí Pepi, Luci Bom y otras chicas del montón (1980); y tercero por la buena acogida obtenida en la capital donostiarra por Relatos salvajes, la película que él y su hermano Agustín le han producido al argentino Damián Szifrón. «Cuando Damián estrenó su anterior película, Tiempo de valientes (2005), le dije a mi hermano: 'Tenemos que estar atentos a este chico'». Poco después, los Almodóvar le pidieron a Szifrón que les enviara su siguiente guion en cuanto lo tuviera escrito. «La espera se me hizo larguísima, pero cuando lo leí me fascinó. Recuerdo hasta el punto exacto de la cama donde lo leí. Yo siempre leo los guiones en la cama», bromeó.

Compendio deliciosamente macabro de seis historias independientes entre sí pero unidas por el asunto de la venganza, Relatos salvajes maneja esos segmentos llenos de brutalidad exagerada y negrísimo humor -y por los que transitan intérpretes como Ricardo Darín o Leonardo Sbaraglia, ambos presentes ayer en el festival de San Sebastián- para hacer sátira de toda la corrupción, la desigualdad social y económica y la injusticia que imperan en la sociedad argentina actual.

Ayer, Almodóvar comparó esa situación con la que vive la sociedad española. «Nosotros estamos profundamente desesperados, o atrapados entre la desesperación y la más sombría depresión», lamentó, justo antes de reflexionar brevemente sobre la retirada de la propuesta de la ley Gallardón sobre el aborto. «La propuesta de la ley se hizo con fines electorales, y la retirada de la misma también ¿Y los intereses de la ciudadanía dónde están?», lamentó. «Los ciudadanos se están muriendo a causa de sus tragedias y sus problemas, y eso a los gobernantes no les afecta en lo más mínimo. Es terrorífico».

Por lo que respecta a la competición, las dos candidatas a la Concha de Oro presentadas ayer son tan distintas tanto en sus planteamientos como en sus logros que funcionan a la manera de polos casi perfectamente opuestos. La una es una película única e inclasificable, que se lo pone difícil al espectador porque confía en su inteligencia y que transpira amor al cine en cada uno de sus fotogramas. La otra es cine social con instrucciones de uso, que nos suministra bien clarito el mensaje y que sacrifica toda aspiración artística en pos de su tesis.

REÍR O LLORAR / La una, para entendernos, es Magical Girl, segunda película de Carlos Vermut tras la tremebunda Diamond Flash (2011) y confirmación de un talento incontestable. Tomando el cine negro como campamento base y moviéndose a partir de él por el drama familiar, la comedia negrísima y el retrato social -y manejando expertamente asuntos como el anime y la leucemia y la prostitución y la tauromaquia--, Vermut se las arregla para pillarnos siempre con el pie cambiado: no sabemos si reír o llorar, si el paisaje humano que retrata es tétrico o más bien patético. No tenemos certezas, y es sin duda por eso que, contemplando la película, permanecemos sin mover un músculo, con los ojos clavados en la pantalla, devorándola.

En Tigers, por el contrario, el bosnio Danis Tanovic se inspira en un terrible drama humano -cómo la leche en polvo comercializada por las multinacionales mata a millones de bebés cada año en el Tercer Mundo al ser mezclada con agua no potable- para construir una montaña de buenas intenciones bajo la que esconder sus tosquedades formales, sus simplezas dramáticas y sus maniqueas lecciones. No lo logra.