DRAMA
'El club', la virulencia necesaria
Una casa situada en las afueras de una apacible localidad costera chilena, un pueblecito en el que lo único importante parece ser las carreras de galgos que se organizan semanalmente. Esa casa es el club que da título al filme, el lugar en el que la Iglesia chilena esconde y enmascara a los sacerdotes que han cometido actos de pederastia y abusos sexuales diversos.
La Iglesia no afronta, condena de verdad y subsana sus perversiones. Tan solo decide apartarlas para que todo siga exactamente igual. Pero a ese club nada privado, en el que cuatro curas purgan sus pecados (para ellos, la homosexualidad es un pecado), llega un quinto sacerdote condenado, y con él, siguiendo su rastro, una de sus víctimas. Y todo salta por los aires aunque, como ocurre en la famosa novela de Lampedusa El gatopardo, llevada al cine por Luchino Visconti, muchas cosas cambian para que todo siga exactamente igual. El signo de la Historia.
El club es la película más visceral de su director, Pablo Larraín, una de las cabezas visibles de ese cine chileno que, en poco tiempo, se ha convertido en una de las cinematografías que mejor representan la actual evolución (y revolución) del cine lationamericano. Si en sus anteriores películas pulsó el golpe de estado militar (Post Mortem), los tiempos inclementes de la dictadura pinochetista (Tony Manero) y el momento del cambio (No), en El club se fija en el estamento religioso para seguir ahondando en las muchas heridas abiertas y fracturas múltiples de la sociedad chilena, aunque si bien la dictadura de Pinochet se focaliza en un momento concreto de la historia de Chile, los abusos de poder de la iglesia son ya materia universal.
Por eso, por primera vez, el alcance del discurso de Larraín va más allá de sus fronteras para adquirir un tono más global. Lo que muestra la película, con una vehemencia oral virulenta y prodigiosa y una enorme concreción estilística (la forma de filmar con gran angular los espacios reducidos donde acontece buena parte de la acción), es intercambiable con otras latitudes y culturas, si bien la forma de hacerlo le pertenece solo a este director que en escaso tiempo y con pocos filmes se ha convertido en una voz única y radical.
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