Cary Fukunaga hace rugir la Mostra

El director impacta en Venecia con 'Beast of no nation', brutal relato sobre un niño convertido en soldado en África

Cary Fukunaga y Abraham Attah, ayer en Venecia.

Cary Fukunaga y Abraham Attah, ayer en Venecia.

NANDO SALVÀ / VENECIA

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Dado que el símbolo de la Mostra es un león, era casi de esperar que los ataques recibidos el miércoles por el certamen tras la proyección de su calamitosa película inaugural, Everest, tuvieran por respuesta un rugido. Y precisamente eso es Beasts of no nation, primera película a competición en ver la luz y primera candidata seria a formar parte del palmarés: pura ferocidad. El proceso educativo de un niño soldado en un país indeterminado de África es convertido por el director estadounidense Cary Fukunaga en un relato de terror, aunque uno que captura lo más feo de la condición humana -su miedo, su degradación, su apocalipsis- con una inconfundible belleza que en todo caso no lo hace más fácilmente digerible: hay que estar hecho de mármol para contemplar a un mocoso que le abre la cabeza con un machete a un hombre arrodillado sin sentir un escalofrío.

Se trata de un proyecto que lleva años rondando en la cabeza de un cneasta que tras el crudo retrato criminal Sin nombre (2009), la personalísima adaptación Jane Eyre (2011) y la primera temporada de la teleserie True detective se confirma aquí como uno de los talentos más versátiles de la ficción americana. Adaptando la novela homónima de Uzodinma Iweala, y financiado por la plataforma de streaming Netflix, Fukunaga cuenta la historia de Agu -interpretado de forma asombrosa por el ghanés Abraham Attah--, un niño huérfano en medio de una guerra civil adoptado por un señor de la guerra que lo adiestra para convertirlo en combatiente. Una figura paterna seductora pero monstruosa, bajo cuya piel el actor Idris Elba exuda un magnetismo de dimensiones shakespearianas.

Puede que la transición de Agu -de víctima cautiva a participante entusiasta en la barbarie, y de niño a animal- transcurra a bordo de una narrativa lineal y quizá previsible, que de todos modos Fukunaga dota de una creciente atmósfera de caos y pánico, y del tipo músculo visual que justifica su reputación como uno de los grandes estilistas de su generación. Beasts of no nation es una obra de gran lirismo, pero que en ningún caso convierte la tragedia en objeto de poesía barata.

Agitar conciencias sin sermonear

Tampoco comete el error de forzar a Agu y sus compañeros soldados a un forzado camino de redención. Cierto, eso sí, que Fukunaga pone un empeño innecesariamente en recordarnos que el muchacho es solo una víctima; a través a pesar de una voz en off que explicita de forma excesiva sus sentimientos, el director se asegura de que, además de furia, repulsa y una inmensa pena, en todo momento sentiremos empatía. De que, a pesar de las atrocidades cometidas, perdonaremos a Agu.

Pese a ello, y aunque Beasts of no nation está lejos de ser la primera película sobre niños soldado en África -de hecho, el tema se ha convertido recientemente en un hype dentro del cine de autor-, pero con toda probabilidad sea precisamente el tipo de película que es necesario hacer acerca de la degeneración moral que convertir niños en bestias implica. Cine capaz de agitar conciencias a escala masiva sin sermonear, que te agarra y te sacude y te revuelve, y te pregunta por tu grado de implicación en tanto de habitante de un mundo que permite que esto suceda. «He querido neutralizar esa especie de actitud esterelizada con la que vemos las noticias», explicaba Fukunaga. «Hasta cierto punto la entiendo, porque pasarse el día consumiendo atrocidades no es soportable sin mecanismos de defensa, pero cuanto más conectados con el mundo estemos, más posible será que el cambio social suceda».