Cannes arranca sin brillo
'La cabeza alta', de Emmanuelle Bercot, no convence a nadie en la inauguración del certamen
Cuando la prensa reaccionó de forma furibunda ante el infame 'biopic' 'Grace de Mónaco', con el que el Festival de Cannes abrió su edición del año pasado, los responsables del certamen se tomaron las críticas muy a pecho. Comprendieron que el privilegio de ser película inaugural no podía ser tomado a la ligera, y que quizá era hora de dejar de escoger para el cometido productos de Hollywood mediocres pero plagados de estrellas con las que llenar la alfombra roja, como había venido siendo costumbre.
Así lo explicó el propio director del festival, Thierry Frémaux, cuando hace unas semanas anunció que este año la cinta encargada de dar el pistoletazo de salida sería 'La cabeza alta', un drama social conectado «con los problemas que nos afectan». Que lo firmara la francesa Emmanuelle Bercot aumentaba el valor de la elección dado que hacía casi 30 años -desde 'Un hombre enamorado' (1987), de Diane Kurys– que Cannes no inauguraba con una película dirigida por una mujer.
Sin embargo, visto lo visto no queda claro qué se ha ganado con el cambio: en lugar de con una mala película capaz de acaparar titulares -toda la publicidad es buena- y llenar la alfombra roja de glamur, ayer el festival se abrió con una mala película que no ha generado ninguna reacción más allá de la indiferencia.
Decir que su protagonista es un delincuente semianalfabeto e histérico urgentemente necesitado de reforma (Rod Paradot, muy convincente en el rol de tarado), 'La cabeza alta' podría definirse como algo parecido a un episodio de 'Hermano mayor', aunque aquí el adulto que lo guiará hacia la luz no es un excampeón de waterpolo de pasado drogota sino la veterana jueza con el corazón de oro que encarna Catherine Deneuve.
Problemas difíciles, soluciones fáciles
Cierto que la película resulta más creíble que el 'reality show' de Mediaset, pero solo ligeramente a pesar de lo mucho que Bercot se esfuerza por aparentar realismo casi documental. En última instancia, aqueja la misma tendencia a guionizar soluciones fáciles a problemas difíciles. Tras pasar hora y media de metraje dejando muy claro que el muchacho es un caso perdido, puro veneno para la sociedad, le impone una nada convincente redención propiciado por la paternidad -a la madre la violó, pero ella está enamoradísima a pesar de ello- y un epifánico masaje facial. Al parecer, en los centros de acogida franceses ese tipo de servicios son habituales.
«Me sorprendieron la dedicación, la fe y la paciencia que tiene la gente que trabaja con estos jóvenes para tratar de educarlos, de canalizarlos y equilibrarlos», explicó ayer Bercot y, de hecho, el principal objetivo de 'La cabeza alta' parece ser rendir homenaje a la asistencia social gala -de ahí que nadie en la película haga alusión a la atención psiquiátrica que el protagonista obviamente necesita y no recibe-.
Es más, el retrato que se ofrece de esos centros es tan idílico que, a tenor de él, uno se pregunta por qué la chavalería francesa no se pasa el día quemando contenedores.
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