CRÓNICA

El vuelo sobre el órgano

Cameron Carpenter deja en el Palau el sello de su controvertido talento

Cameron Carpenter, en el Palau de la Música

Cameron Carpenter, en el Palau de la Música / LORENZO DI NOZZI

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / BARCELONA

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¿Un músico revolucionario o un fenómeno del circo musical?  Cameron Carpenter, organista de desenfadado look y enfant terrible de la clásica por sus interpretaciones con un instrumento asociado generalmente a la recreación del misticismo religioso, dejó la noche del martes en el Palau el sello de su controvertida personalidad. Y lo logró adaptando su repertorio a las características del restaurado órgano tubular Walcker de la sala con resultados sorprendentes.

El tirón del artista, avalado por sus recientes actuaciones con la Filarmónica de Berlín, atrajo al recinto modernista a un público tan curioso como variado. Más allá de los debates sobre la ortodoxia interpretativa de este Lang Lang del órgano forjado en la prestigiosa Julliard School, la realidad es que el transgresor músico y arreglista cautivó con su virtuoso vuelo sobre el teclado. El director Antoni Ros-Marbà y el destacado organista Juan de la Rubia estaban entre los atentos espectadores del concierto.

Carpenter juega con la teatralidad de sus puestas en escenas. Su aparición con un traje beis claro, corbata y peinado punk antes de enfrentarse a tres preludios y dos tríos de sonata de Bach, reflejó un moderno formalismo en función de la solemnidad del autor. La estética cambió radicalmente en la continuación: camisa estampada, pantalón negro ajustado y zapatos que lanzaban destellos luminosos buscando realzar el expresivo y ágil baile de sus pies sobre los pedales.

Un programa más ecléctico, con dos estudios de Chopin, un fragmento de la banda sonora de La dolce vita de Nino Rota y dos piezas de Isaac Albéniz, completaron  una sesión preparada para extraer lo mejor de la sonoridad de «un instrumento elegante y de sonidos suaves que se funden entre sí», según él mismo resaltó tras retocar el repertorio y asumir el reto de renunciar al órgano digital portátil diseñado para él que le acompaña habitualmente.

Una propina con Over the rainbow, de El mago de Oz, cerró una velada en la que la mezcla entre la abrumadora técnica y los fuegos de artificio de este dominador del instrumento acabaron poniendo al público de pie.

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