ENTREVISTA

Caitlin Doughty: "Quiero que los gusanos se me coman"

La autora californiana ha escrito 'Hasta las cenizas', donde relata su experiencia como trabajadora de una funeraria

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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Caitlin Doughty, una californiana licenciada en historia, entró a trabajar durante seis años en una funeraria. Recogió en ‘Hasta las cenizas’ (Plataforma), con sentido crítico, ternura, un cierto humor macabro y ningún pudor sobre los aspectos más desagradables de sus experiencias, las historias humanas que vivió. Cabezas cortadas (son blandas), cadáveres obesos (un estímulo para hacer dieta), los objetos que los familiares quieren que se quemen junto a los cuerpos...  Doughty rechaza la aversión de la sociedad actual a mirar a la muerte cara a cara, mientras paradójicamente se entretiene con sucedáneos como las historias de zombis o las series de forenses. Curiosamente, su libro también ha acabado siendo un éxito de ventas en Estados Unidos.

¿Cómo acabó trabajando en una funeraria? Tenía solo 22 años y me interesaba conocer cómo se manejaba la muerte. Yo había estudiado historia medieval, y el concepto de la muerte en la Edad Media. Entonces los muertos estaban literalmente encajados en el suelo y las paredes de las iglesias, te rodeaban constantemente. Y en los Estados Unidos del siglo XXI, en cambio, están completamente escondidos. Quería saber por qué. Y finalmente el propietario de un crematorio que estaba completamente loco me contrató.

¿No era una infiltrada con el propósito secreto de escribir un libro? No, aunque sí que tenía interés académico y cultural. Sin embargo, las historias que vi eran tan demenciales, tan intensas, y a veces tan hermosas, que me convertí en escritora para poder explicarlas.

De entrada, debe decidir si ve a los cadáveres como personas o como objetos. ¿Cuál es la respuesta? Es casi imposible contemplar un cadáver como un objeto inanimado. Están muertos, pero aún son muy humanos. Seguramente harías mejor tu trabajo quemando o enterrando cadáveres si los vieras como una silla, pero es muy difícil llegar a hacerlo. Pero al mismo tiempo no puedes sentirte conmovido por cada una de esas muertes, porque entonces no podrías hacer el trabajo. Has de estar siempre moviéndote sobre esa línea tan delgada.

Como explica en su libro, este control emocional debe de ser mucho más difícil cuando se trata de niños. Sospecho que mi jefe estuvo tan contento de contratarme para operar los hornos crematorios y encargarme de los niños porque él tenía un hijo de cinco años. Yo no he tenido hijos, y si para mí era difícil ver niños muertos, no me lo puedo ni imaginar si fuese madre. Sería mil veces peor. Aunque evidentemente hay gente que lo tiene que hacer.

¿La ocultación de la muerte en EEUU de la que usted habla llega al punto de que se dejen de celebrar velatorios con el cadáver expuesto, y se tienda a hacer que pasen de la cama del hospital a la funeraria y de allí a la cremación? La mayoría no velan el cadáver. La normativa hace que si quieres hacerlo este debe ser embalsamado químicamente y maquillado, con un coste de unos 10.000 dólares. Es como si se quedaran a tu padre y tuvieses que pagar para recuperarlo. Pero curiosamente son las clases altas las que tienden cada vez más a evitar ese proceso e incineran y sepultan o incineran directamente el cadáver, y las más desfavorecidas, o quienes tienen razones culturales (los afroamericanos, los del sur, o los republicanos más que los demócratas), sí asumen este proceso tan costoso. Yo defiendo que la familia tenga más control sobre la muerte de sus familiares.

¿Hasta qué punto los trabajadores utilizan el sentido del humor, como se ve en su libro, como válvula de escape? La mayoría de gente recurre al humor negro. Cuando vea al director de una funeraria con cara de funeral, no se fíe de él.

Con su cuerpo, ¿qué querría que se hiciera? Sinceramente querría que mi cuerpo acabara en un agujero en la tierra, sin ataúd siquiera. Quiero que los gusanos se me coman, quiero volver a la tierra. Me he beneficiado de la tierra durante toda mi vida y quiero devolverle mi cuerpo. Los humanos somos los únicos animales que no queremos volver a entrar en el círculo de la vida, porque creemos que estamos muy por encima del resto de animales.

Algunas de las prácticas que propone, ¿no tienen alguna contraindicación higiénica? Es un error pensar que un cadáver es peligroso y antihigiénico.

Pero a partir de cierto momento, sí que es molesto. Hay muchas cosas que son duras pero las hacemos igualmente. Un amigo tuvo tres días el cuerpo de su hermano en casa, y al tercer día empezó a oler un poco. Esto sucede. Pero si es alguien a quien quieres, no importa.

¿A qué huele la muerte? Al cabo de unos días, un cadáver puede oler como a regaliz, un dulzor malsano, a un vaso de vino blanco en el que ya rondan las moscas, a pescado podrido, a carne pasada. Como un cubo de basura.

¿Y la cremación? No huele. No es como una barbacoa a fuego lento, el calor es tan intenso que lo consume todo, incluso el olor.     

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