'La bruja' aterra en Sitges

El certamen abre con el gran debut de Robert Eggers, un sobrecogedor cuento ambientado en la América del XVII

Robert Eggers y Anya Taylor-Joy, ayer en Sitges.

Robert Eggers y Anya Taylor-Joy, ayer en Sitges.

JUAN MANUEL FREIRE / SITGES

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Hay una ley no escrita en festivales que dice que la película inaugural debe ser, en cierto modo, un crowdpleaser, un placer para todos los públicos, si no la última oferta de un autor perfectamente conocido.

El festival de Sitges ha infringido dicha ley -y la que últimamente llevaba a programar una producción catalana- al elegir como película de inauguración La bruja. Hablamos de una historia de desintegración familiar contada con estilo pictórico, desprovista casi por entero de nada parecido a un susto: su terror es más una humedad enervante que crece, se extiende poco a poco. Y hablamos de una primera película, algo habitual en Sitges, solo que con directores de esta tierra. Y La bruja tiene la firma de Robert Eggers, un neoyorquino nacido al sur de New Hampshire, en Nueva Inglaterra.

En la cara más salvaje de esta región y algunos siglos atrás, en el XVII, una familia puritana es víctima de una amenaza sobrenatural que roba a sus hijos o los devuelve poseídos por espíritus maléficos. «Ahora hablamos de cuentos de hadas, sabemos distanciar la realidad del cuento», nos explicó ayer Eggers en Sitges. «Pero cuando empecé a investigar el material de la época descubrí que en aquella época el mundo real y el de las hadas eran para la gente, salvando quizás a la intelligentsia, una sola cosa».

Fantasía realista

Partiendo de esa base, Eggers buscó una fantasía realista en la que no estuviera claro si hablábamos de locura o fuerzas imposibles. Curtido como diseñador de producción, atendió a cada detalle de época con rigurosidad, aunque sabe que «lo exacto no equivale a lo bueno». Encontró unos bosques adecuadamente salvajes al norte de Ontario (Canadá), importó desde Inglaterra tablas de cierto roble hendidas a mano para crear una casa creíble, e hizo dialogar a sus actores en denso old english.

Lo exacto no es necesariamente bueno, pero La bruja es buena, muy buena: una pesadilla perfecta, dirigida con un rigor ascético que retrotrae a Tarkovski, aunque hoy Eggers nos hable sobre todo de Bergman y Kubrick. «Lo digo demasiado a menudo, pero si existen dos películas clave para La bruja, son Gritos y susurros El resplandor».

Los actores de La bruja se prestan con naturalidad a descender por una espiral de locura pareja a la de Jack Torrance. Dan miedo los padres, encarnados por Ralph Ineson y Kate Dickie, Dagmer Cleftjaw y Lysa Arryn en Juego de tronos. E inquieta la hija adolescente encarnada por Anya Taylor-Joy, quien rechazó presentar un programa de Disney para involucrarse en algo diametralmente opuesto. Cuando ama Disney más que a su vida. «Me encanta Disney, soy medio ridícula con ello», nos explica en un encantador castellano; su madre es medio española y su padre, medio argentino. «Pero debía decidir qué actriz quería ser, qué carrera tener. Con el programa de Disney debía firmar para seis años, algo que no me atraía. Mi idea es ser todo lo camaleónica que pueda».

Para ella resultó casi un juego meterse en el pellejo de una teenager del XVII: «No la veo lejana en absoluto», asegura. «Para mí fue solo como trabajar con una amiga, quería verlo un poco así. Quizás suene extraño pero es mi método».

Curiosamente, Taylor-Joy, de 18 años, no había visto ninguna película de terror antes de hacer La bruja. Y esta fue, de hecho, la primera que vio; en su estreno en Sundance.»Después dije, bueno, voy a ver si miro otra. Me puse El proyecto de la bruja de Blair y no pude dormir durante semanas».

Vamos a saber más de esta actriz magnética de grandes ojos: acaba de rodar una película de gran estudio (Morgan) a las órdenes de Luke Scott, hijo de Ridley, y se prepara para rodar otra de la que no puede decir «nada de nada, solo que tiene actores increíbles».