Un prodigio de expresividad

CRÓNICA Measha Brueggergosman brilló en la Schubertaida con Schubert, Ravel y Wagner

Measha Brueggergosman, durante el concierto del jueves en Vilabertran.

Measha Brueggergosman, durante el concierto del jueves en Vilabertran.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / VILABERTRAN

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De los grandes teatros de ópera y auditorios de recital al reino del lied. Measha Brueggergosman entró con buen pie en el selecto club de la Schubertiada de Vilabertran. La versátil soprano canadiense inauguró con éxito, la noche del jueves, la muestra del Alt Empordà con obras de Schubert, Ravel y Wagner. La artista llenó la canónica de Santa Maria de buenas vibraciones en una actuación pletórica de la expresividad que requiere este repertorio y que le permitió mostrar la riqueza de los colores de su poderoso registro vocal.

El carisma natural de esta diva de extrema sensibilidad y gran presencia escénica conquistó al público que no llegó a llenar el recinto con una convincente actuación, respaldada por el excelente pianista Justus Zeyen, que fue creciendo a medida que avanzó la velada. La presencia de la artista era esperada con interés después de haberla visto triunfar en el Real como Jenny Smith en Mahagonny y como Antonia/Guilietta en Les contes d'Hoffmann y tras ofrecer en el Liceu un programa de música contemporánea. Pero sobre todo porque en su prestigioso currículo figura su dominio del lied.

A sus 38 años, la estrella demostró una gran madurez interpretativa y virtuosismo canoro, que exhibió a lo Jessye Norman en muchos momentos del recital pero especialmente en los espirituales negros finales, donde hizo un vertiginoso alarde de giros vocales. A pesar de ello entró algo fría con Schubert, autor que exige una gran profundidad emocional. Ella la tiene, pero faltó algo al proyectarla en temas como Die mutter erde, canto a la muerte acogedora, o en Nach und träume, alusión a la noche y los sueños que nos hacen viajar a un mundo mejor. Mejoró con un segundo pack en torno a la naturaleza y los sentimientos, con un bello Suleika por bandera. Y fue particularmente sensible su interpretación de Die Allmacht, una grandilocuente alabanza a la gloria de Dios.

Shérézade de Ravel abrió una gran segunda parte. El orientalismo temático y la sensualidad en páginas como la de La flûte enchantée, escena de harén, encontraron perfecta respuesta en la vocalidad de Measha, circunstancia que se repitió con los Wesendonck lieder de Wagner que bordó, con un imponente Träume (Sueños) final. Un gran inicio artístico de la Schubertiada.

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