BREXITRAÍL (5)

Una tarde soleada (con lluvias ocasionales)

Donde el autor llega al final de su viaje por Gran Bretaña, duerme en una mansión victoriana y conoce al guitarrista del mejor grupo musical de todos los tiempos

icult  west end  londres

icult west end londres / periodico

MIQUI OTERO

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No miento si digo que ha llovido mucho (cada día, de hecho) desde que iniciamos este viaje en tren por la Gran Bretaña del Brexit, que remataré con barba de profeta desahuciado y con unas uñas de los pies que podrían convertirse en la sofisticada arma letal de algún villano de la saga Bond. También conociendo a Dave Davies, guitarrista de mi banda favorita, y la más británica, de todos los tiempos: The Kinks.

En este viaje hemos dormido en zulos subterráneos de Chentelham que me han recordado aquella canción de los Smiths ("Hay hielo en este fregadero / ¿cómo podrías llamar a esto una casa / cuando es una tumba?") y en habitaciones de albergues de Bath acompañados por otras 15 personas (con sus correspondientes 30 calcetines sucios en mochilas cerradas), donde los gritos de 'Wonderwall', de Oasis, han amenizado nuestra vigilia: "Hay tantas cosas que querría decirte / pero no sé cómo", querría gritarles por la ventana a los borrachos. Hemos fantaseado con quedarnos a dormir en la casita del perro de Castle Howard, la mansión de 'Retorno a Bridehead' que hemos visitado en York, pero el destino nos tenía preparada una sorpresa en Cambridge: una casa victoriana de tres pisos con pomos dorados, suelos ajedrezados, una biblioteca de primeras ediciones y donde hasta la cadena del váter parece de plata de ley. El dueño firma todas las notas de "No fumar" con su nombre compuesto completo.

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¿Por qué iba un hombre tan rico a alquilar por cuatro chavos habitaciones en su mansión? ¿Quién escribe estos avisos de no piséis esta alfombra persa ni toquéis esta cómoda Luis XIV? Nuestro anfitrión es un abogado de renombre con bufetes en Londres y Manchester, pero su pasión por el teatro va mucho más allá de la que siente por las leyes (de la lógica). Una especie de Fitzcarraldo, el hombre de negocios megalómano y obsesionado con la ópera que quiere construir un teatro en un poblado peruano a orillas del Amazonas en la película de HerzogJ. W-E. (no quiero que nos empure por violar su intimidad) asumió las 90.000 libras de gasto para estrenar un musical en Durham, enrolando a una compañía de más de 60 personas que llegó a esa localidad para descubrir que había un fallo en la reserva hotelera. Tuvieron que dormir en una tienda de campaña (vimos fotografías: de su techo pendía una lámpara de araña de cristal) y, para desagraviarlos, los invitó esa noche a 70 botellas de champán y a canapés por valor de mil libras. ¿El título del musical que arruinó a nuestro anfitrión? No podría ser más pertinente: 'Sonrisas y lágrimas'.

Seis tubos de galletas de marca blanca, dos tambores de tabaco de liar, un número indeterminado de pintas y un chorizo de Zamora después, llegamos a Londres. No concebimos mejor colofón que un musical de The Kinks, el grupo más británico de la historia, el que supo satirizar a personajes tan ingleses como nuestro anfitrión de Cambridge, para acabar nuestro viaje.   

Es el segundo musical de mi vida. El primero fue el de San Juan Bosco en el colegio y yo aparecía con una escoba cantando "Vamos a limpiar el mundo que está sucio y huele mal", así que no había vuelto a pisar uno. Pero aquí las canciones brillan como perseidas y los actores parecen capaces de todo, especialmente ese melenudo que hace de Dave Davies, el guitarrista de The Kinks, en esta historia de cómo dos hermanos de clase obrera pueden convertirse en los reyes de la Inglaterra de los 60.

Se pueden beber pintas dentro del enmoquetado Teatro Harold Pinter y en el tramo final las cervezas se derraman cuando llueve confeti azul-rojo-blanco y los actores cantan 'Waterloo Sunset' y celebran la victoria de Inglaterra en el mundial de 1966, cuando Londres era el centro del mundo. Imagino esa misma escena con el mundial ganado por España: serpentinas rojigualdas mientras un actor que interpreta a DJ Pulpo pincha el 'Waka Waka' con todo el teatro Häaggen-Dazs de Madrid en pie gritando al unísono: "Porque esto es África". No lo veo.

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Hay en estos británicos una capacidad para reírse de ellos mismos no reñida con un orgullo patriótico extrañísimo y pasivo-agresivo. También lenguaraz y feliz. Saquearon las colonias y bloquearon mil iniciativas europeas, pero, qué leñe, se portaron bien en la segunda guerra mundial y es imposible observar a un par de ingleses en un pub sin que, antes del siguiente pestañeo, sonría uno de los dos. Quizá este país haya decidido en referéndum que quiere irse, pero nosotros querremos volver.

En el pub frente al teatro, Rita me hace una foto: enarbolo una pinta con barba de todo un viaje y sonrisa de toda una vida, sin percatarme de que justo por detrás pasa silbando el mejor actor de la función. No me atrevo a decirle nada porque lo ha hecho tan bien que casi me he creído que es la persona a quien interpreta.

Paso mi brazo por encima del hombro de Rita, sin la que no habría visto nada de esto (mi sentido de la orientación es tan pésimo que habría llegado como mucho a Montgat Nord), y paseamos por el West End cubriendo nuestras cabezas con capuchas para que la lluvia se marque redobles de batería sobre nuestros impermeables mientras silbamos 'Sunny Afternoon'. Tan despistados que caminamos diez minutos para volver a la misma bocacalle. La última imagen cuando giramos la cabeza y miramos de nuevo hacia la puerta del pub frente al teatro: Dave Davies, el niño prodigio de los Kinks, todo lo que está bien en este país, con su chupa de cuero verde y sus pantalones de campana y sus patillas de hacha y su sonrisa de genio rodeado del equipo técnico y sorbiendo una pinta.