la esperada actuación del bardo de tuluth
Bob Dylan, todavía en pie
El mítico cantautor reivindicó en Barcelona su repertorio del siglo XXI
Los conciertos de Bob Dylan no son, desde hace tiempo, tanto una celebración nostálgica de sus clásicos populares, sus temas imperecederos de los 60 y 70, como una muestra de dónde se encuentran actualmente sus inquietudes artísticas.
Quien acudiera al festival Jardins Pedralbes a la espera de Mr. Tambourine man o Like a rolling stone, probablamente saldría defraudado. Lo que Dylan ofreció este sábado fue, en esencia, una reivindicación legítima de sus discos -de material propio- grabados en el siglo XXI, aunque también hubiera algunos guiños a Shadows in the night, su reciente disco de versiones de Sinatra.
Poca nostalgia: solo un par de temas de los 60 (She belongs to me, Blowin' in the wind en el bis) y otros tantos de los 70, ambos del clásico Blood on the tracks (1975); e incluso en estos casos, las canciones parecían casi nuevas, gracias al conocido afán de Zimmermann por hacer evolucionar su repertorio a nivel rítmico, melódico e incluso lírico. De hecho, Tangled up in blue apenas se reconoció hasta que Dylan cantó las palabras del título. Fue entonces cuando se oyeron los gritos y los aplausos.
Como de costumbre en los últimos tiempos de su gira de nunca acabar, arrancó con Things have changed, su oscarizada canción para la banda sonora de Jóvenes prodigiosos -más adelante, otro tema de película con jóvenes: Waiting For you, de Clan ya-ya-.
Dylan alternó entre una posición central, solo voz barítono rota y, a veces, armónica, y momentos al frente de un piano de un cuarto de cola: una Beyond here lies nothin' con aires de mambo, la también animada Duquesne whistle... Su voz siempre sonó expresiva. Cuando emergía del piano, se mostraba móvil y contoneaba. Disfrutaba, aunque no nos lo dijera. Solo habló para despedir la primera parte de la actuación, tras Full moon and empty arms: «Volvemos ahora mismo».
SIN CONCESIONES / Sus músicos habituales brillaron a base de sutileza y delicadeza de matiz, en particular el hombre-para-todo Donnie Herron, espléndido en particular en la lap steel: el estándar Autumn leaves, final de la segunda parte, raramente ha sonado tan evocador. Antes, Dylan había apostado por un tramo particularmente bluesy: Early roman kings, Forgetful heart y Spirit on the water sembraron Pedralbes de clima pantanoso. Pero es el material de Tempest (2013), muy abundante en este apartado, el que resuena con más fuerza, en particular una larga e intensa Scarlet town.
Entre las pocas concesiones, como decíamos, Blowin' in the wind, aunque con un estilo diferente al que lo convirtió en clásico. Y para completar el bis, una magistral Love sick -el golpe directo que iniciaba Time out of mind (1997)- con guitarras casi reggae.
Concierto con pocas concesiones, sin muchas canciones que, desde luego, a todos nos habría gustado escuchar. Pero si su ausencia sirve para ver a un Dylan tan entregado, en lugar de a uno aburrido de revisitar su legado, difícil emitir cualquier clase de queja. Mito en pie.
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