Barcelona, kitsch al gusto del consumidor

La sagrada Familia es el monumento más veces citado en el libro como el elemento más kitsch de Barcelona.

La sagrada Familia es el monumento más veces citado en el libro como el elemento más kitsch de Barcelona. / periodico

NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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¿Es Barcelona una ciudad kitsch? A juzgar por lo expuesto por Anna Pujadas y Umberto Eco no hay duda. La respuesta no admite matices: lo es. La primera, teórica del diseño, recoge en 'Kitsch Barcelona' todo aquello que la ciudad tiene de estereotipada, empalagosa, comercial, decorativa... que visto el resultado del libro, no es poco. El segundo reflexiona sobre el tema en 'Desde la periferia del imperio'. Afirmaba el escritor italiano que una vez el todo falso se ha admitido, es necesario que sea tomado por cierto. Es decir, un restaurante polinesio deberá tener camareras tahitianas con faldas florales, deberá presentar una vegetación apropiada, muros de rocas con pequeñas cascadas, y en el momento que uno entre nada deberá hacerle pensar que en el exterior de ese restaurante no esté la Polinesia.

"Y esto es lo que le ha pasado a Barcelona; una vez se ha creado la imagen de la ciudad, todo el mundo espera que la ciudad se parezca a su imagen. Lo real (la ciudad) se ha de parecer a lo falso (la imagen). Cuando esto pasa, los expertos lo llaman 'kitschificación'", afirma Pujadas en el libro. La ciudad se ha 'kitchificado'. Lo ha hecho recientemente con el Hotel W, un edificio "que de lejos parece que está a puno de levantar amarras y que solo es un cliché del Mediterráneo con una vela latina caricaturizada"; y lo hizo antaño con la plaza de toros de la Monumental: que "a pesar de no ser oriental consigue corresponder con nuestro cliché de orientalismo" y con el puente de la calle del Bisbe de 1928: "El estilo gótico florido del puente contradice la sobriedad de la arquitectura gótica catalana y produce un efecto kitsch de cosa florida y postiza", sostiene Pujadas.

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"BARROCO DE CHURRERÍA"

Pero hay más en lo que arquitectura kitsch se refiere, como el templo del Tibidabo, "Aparenta una mona de Pascua: tiene un punto empalagoso y unas formas de merengue, casi volátiles, que parecen reclamar cerecitas de color rojo y algún lacito de color azul cielo", según la profesora de arte de la UAB Teresa Camps; y el cuartel del Bruc que "sería el kitsch medieval, una de las categorías más universales y frecuentadas", a juicio del teórico del arte Eduard Cairol que también dispara contra la fuente de Jujol de la plaza de Espanya: "Barroco de churrería. Tiene un aire de máquina de hacer embutidos" y contra el monumento de Apel·les Fenosa a Pau Casals: "Ángeles del peor Greco estilizados a lo Lladró". Cairol y Camps son dos de los 30 expertos de diferentes ámbitos que se han atrevido a señalar con el dedo aquello que tiene de mal gusto la ciudad para el libro de Pujadas. Una obra que, además, tiene el mérito de haber sido publicada por el Ayuntamiento, algo a tener en cuenta pues el volumen no presenta una visión muy amable de Barcelona. 

¿QUÉ ES KITSCH?

Pero, ¿qué es kitsch? Falso, barato, mediocre, simplista, mono, cursi, trivial, masificado, fácil, fetichista... son los adjetivos que suelen acompañar al término.  Pero la palabreja es mucho más. Es un concepto multifacético que tanto vale para un roto como para un descosido, cuyo origen es peyorativo pero que con el tiempo ha mutado, como el concepto del gusto, y ha quedado condicionado por su momento  cultural: "Lo que es kitsch ahora no tiene porque serlo mañana; y lo que era kitsch antaño puede no serlo ahora", explica Pujadas. Conclusión: “Contestar con una frase un argumento kitsch es como pedir a alguien que te resuma la vida con un haiku’, razona el diseñador Daniel Vila, otra de las voces del libro.

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Pero de lo que no hay duda es de que aunque el gusto personal condicione la visión de un objeto kitsch, hay unas características recurrentes en él: todo aquello con formas complicadas saturadamente decorado y de color rosa, rojo o  lila y que rezume sentimentalismo es kitsch. También lo es aquello que pretende aparentar lo que no es, lo que da gato por liebre: melanina por madera o veladuras sobre yeso por mármol. O sea, cartón piedra para dibujar un universo mágico y de digestión fácil. Hay más: también es kitsch el lujo popularizado o la sobredimensión o empequeñecimiento de las cosas. De manera que al final todo puede ser kitsch. Vean sino: lo son, a juicio de las opiniones recogidas en el libro, cosas tan dispares como el pavimento en forma de hoja de la Diagonal y el Museu de les Cultures del Món; el bar Versailles y 'Els mistos' de Claes Oldenburg, por no hablar de 'Las Meninas' de Picasso, 'El mitjó' de Tàpies y 'La batalla de Tetuán' de Fortuny. Kitsch al gusto del consumidor.   

GAUDÍ Y LA SAGRADA FAMILIA

Con todo, los reyes del kitsch barcelonés son dos iconos de la ciudad: Gaudí, presente en el libro con muchas de sus obras, y la Sagrada Familia: "El monumento más grande al kitsch", "la gran obra kitsch" y "el más rotundamente kitsch" son algunas de las lindezas con la que se adjetiviza el espacio más visitado de la ciudad. No en vano, "En Barcelona hay el kitsch Gaudí, como en Viena hay el kitsch Klimt y en Glasgow el kitsch Mackintosh", sentencia Isabel Campí, presidenta de la Fundació Història de Disseny.