EL DOCUMENTAL DE UN CONTROVERTIDO CINEASTA

La bajeza del ser humano

Ulrich Seidl explora en 'In the basement' los 'bizarros' usos que los austríacos dan a los sótanos de sus casas

El cineasta Ulrich Seidl.

El cineasta Ulrich Seidl.

N. S.
VENECIA

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El austriaco Ulrich Seidl lleva 30 años confrontándonos con tipologías humanas de las que habitualmente no vemos en pantalla. Su cámara nos muestra en sobrecogedor primer plano a aquellos considerados feos e indeseables por la sociedad: los ancianos, los gordos, los pobres, los discapacitados, los paletos. En Canícula (2001), la película que lo dio a conocer internacionalmente tras obtener el premio especial del jurado en este mismo festival, un hombre le coloca a otro una vela encendida en el ano y le obliga a cantar el himno austriaco; Amor (2012), la primera entrega de su trilogía Paraíso, empieza con una sucesión de primeros planos de disminuidos psíquicos torciendo el gesto mientras montan en los autos de choque; en la segunda entrega, Fe (2012) -también presentada aquí entre encendidas controversias-, la protagonista se masturba con un crucifijo.

Es normal que su cine no deje a nadie indiferente. Tras ver su documental Animal love, sobre gente que mantiene relaciones disfuncionales con sus mascotas, Werner Herzog afirmó: «Nunca antes había contemplado tan de cerca el infierno». Muchos lo critican por situarse por encima de sus objetos de estudio en pos de la humillación, el escarnio y la voluntad de provocar. Se le ha tachado de cínico, de pornógrafo, de misántropo. A las acusaciones, él responde: «Hay gente que piensa que las cosas que no deberían existir tampoco deberían hacerse públicas. Yo no opino así».

De nazismo y de escrotos

Por supuesto, sus admiradores también son legión, y entre ellos hay nombres tan ilustres como la nobel de literatura Elfriede Jelinek y el también cineasta Michael Haneke, que una vez afirmó, a modo de cumplido, que si las películas de Seidl provocan rechazo es porque son «como calcetines apestosos». Quizá no sea casual que los tres sean compatriotas. Después de todo, tanto ellos como algunas otras de las figuras culturales más prominentes de Austria coinciden en ofrecer una imagen del país que no invita a elegirlo como destino turístico. Bernhard escribió que «Si no es un hombre vil, en este país se convertirá en un hombre vil».

Ayer Seidl presentó en la Mostra In the Basement (En el sótano), que no revierte precisamente esa imagen. En ella, un puñado de honorables miembros de la Austria más profunda le abren al cineasta las puertas de sus plantas bajas: uno la usa para practicar su puntería con la pistola mientras canta ópera; otro la ha convertido en un mausoleo del nazismo, repleto de retratos de Hitler, pinturas wagnerianas, colecciones de cuchillos y maniquís vestidos con el uniforme de las SS; y otro baja las escaleras para dejar que su dominatriz lo cuelgue del techo por el escroto. En suma, la película perfecta para levantarnos el ánimo: por miserables que nos sintamos, verla nos demuestra que hay gente que está mucho peor. El sótano de Seidl, por cierto, no tiene nada de escabroso: es una cava de 300 años de antigüedad. Para almacenar los asuntos bizarros ya tiene sus películas.