INTERFERENCIAS

El artista que no fingía

Cartel del documental dedicado a Antonio Vega.

Cartel del documental dedicado a Antonio Vega.

JORDI BIANCIOTTO

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¿Es posible explicar a Antonio Vega y su obra sin hablar demasiado de las drogas? Su hermano, su familia, sostienen que sí, y es natural que defiendan su memoria en términos de creador puro, pero para el resto del mundo se hace un poco más difícil. Decir eso no atenta contra su honor: en la historia del arte abundan los vínculos entre los narcóticos y la creatividad, de Charles Baudelaire a Lou Reed, y sabemos que podemos quitarnos el sombrero ante obras que fueron construidas bajo el influjo de toda clase de sustancias estimulantes.

Pero, con Vega, la sensación que nos queda es que la heroína, más que inspirarle (terreno borroso, y su familia asegura que nunca compuso estando drogado), le fue apartando de lo que podría haber sido una carrera musical normal, activa, fértil. La trayectoria en solitario de Antonio Vega es la de un artista más bien perezoso, necesitado de dinero para financiar sus consumos, que entregaba precipitadamente discos a su compañía completando minutajes con material de relleno (ese De un lugar perdido, del 2001, con solo nueve canciones) y con altibajos en sus conciertos. Pero, en medio de su errática peripecia vital, salpicada por depresiones y escenas sórdidas, en cualquier momento podía surgir el destello de lucidez. Incluso en misiones de aspecto menor: su Romance de Curro 'El Palmo' suministró uno de los momentos más sustanciosos del disco de homenaje Serrat... eres único! (1995). Era difícil no leer claves propias en aquellas estrofas estremecedoras: «Buscando el olvido / se dio a la bebida, / al mus, las quinielas...»

No nos engañemos, la historia de Vega no es divertida, y no es serio teñirla de misticismo ni rodearla del aura del creador maldito. Hizo lo que pudo para sobrellevar una carga pesada, y aunque a veces se especuló, frivolizó incluso, con su capacidad de supervivencia, viendo en él al eterno tipo enfermizo que puede acabar enterrándonos a todos, el brusco desenlace congeló algunas sonrisas.

Dicho esto, hay que recordar al Vega que firmó canciones importantes. Las más tempranas aportaron sentimiento a la atolondrada movida: de Chica de ayer, que compuso en la mili (y que Teddy Bautista produjo en el disco de debut de Nacha Pop), a Atrás, donde dos adolescentes planean fugarse, uno se raja y se presiente el fin de la inocencia juvenil. Más adelante, se amplían las incertidumbres, los encuadres filosóficos, la concepción de la canción como un espacio de reflexión y abstracción, quizá de alivio. Una décima de segundo, en la que se las ingenia para transferir propiedades poéticas a un texto que cruza referencias a la física, las matemáticas y el ajedrez. «Ahora tú no dejes de hablar / somos coordenadas de un par / incógnitas que aún faltan por despejar». La meditación del músico sobre su relación con el público de Lo que tú y yo sabemos«Salir, tocar para verte sonreír, / coger al vuelo el sentido de vivir». 

En Se dejaba llevar por tiVega sí que hablaba de la heroína, excepción en su cancionero. Pero su último refugio era la melancolía, expresada con dolor en 3.000 noches con Marga, elegía inspirada en su última compañera, fallecida en el 2004. Nunca se podrá decir que la sinceridad, ese rasgo tan manoseado y devaluado, no acompañara la obra de Antonio Vega. Así fue siempre, hasta el final, sin ironías, ni fingimientos, ni cinismos.