REGRESO DEL AUTOR DE 'EL LADRÓN DE TUMBAS'

Codicia, incestos y secesiones en el Egipto ptolemaico

Antonio Cabanas ambienta su nueva novela histórica, 'El camino de los dioses', en el reinado del padre de Cleopatra, en el siglo I a.C

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ANNA ABELLA / BARCELONA

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Siglo I a.C. Cleopatra VII, la que todos conocemos, aún es una niña, y reina su padre, Ptolomeo XII Auletes, que hace honor a los excesos que definen su dinastía, la de los Lágidas, amantes del “desenfreno, la opulencia y el lujo desmedido, a los que el pueblo solo les importaba para explotarlo y entre los que el incesto estaba a la orden del día y se mataban en familia con total naturalidad” (otro Ptolomeo partió a su hijo en pedazos y lo devolvió así a la madre que le había quitado el trono…). Lejos queda el gran Egipto faraónico y el país del Nilo está en decadencia, helenizado después de que Alejandro Magno lo liberara del yugo persa y dominado por el poder de una Roma emergente. Es el escenario social y político, “de una época muy lejana pero a la vez muy próxima, con muchas similitudes con la actual”, de la nueva novela histórica del escritor canario Antonio Cabanas‘El camino de los dioses’ (Ediciones B).  

 “La historia se repite”,  afirma este expiloto de aviación que lleva años sobrevolando el Antiguo Egipto con títulos como 'El ladrón de tumbas', 'El hijo del desierto''El hijo del desierto y 'El secreto del Nilo'.  “Hubo una secesión en la región de Tebas, con ingredientes como nacionalismo y romanticismo, que pueden recordar al proceso catalán. Los levantamientos los sufre el pueblo. Hubo una fractura social dentro de las familias, como la del protagonista, Amosis”, un comerciante al que acompaña en la ficción durante 30 años, porque para el autor, “lo importante son las personas, con sus pasiones, amores y ambiciones… y su codicia, como hoy”. 

Cabanas, miembro de la Asociación Española de Egiptología, capaz de dar una lección de historia tras otra, recuerda cómo se exprimió Egipto tras Alejandro. “Él fagocitó la cultura egipcia al poner en cargos de responsabilidad a griegos a los que pagaba con tierras que habían sido de egipcios. Se cometieron muchos atropellos y se subieron los impuestos de forma abusiva, lo que provocó penurias y odio al extranjero. Y en la Tebaida quedaba el último reducto de las tradiciones egipcias. Las viejas oligarquías, que tenían puestos de poder en la Administración los perdieron al llegar los griegos. Esa aristocracia llevó a la sociedad a la guerra para intentar recuperar su poder. Pero Ptolomeo IX aplastó el levantamiento y arrasó la región”.

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En una trama con ecos de la ‘Odisea’, con ingredientes como la Yoruba, la magia negra del África profunda, que una amante del protagonisa usa incluso para lanzarle un conjuro de amor, resalta Cabanas que el poder del dinero y de los banqueros es un invento antiguo. “En Alejandría había el barrio de los judíos, que ya eran prestamistas, daban hipotecas y hacían depósitos. El rey Auletes, padre de Cleopatra, se sabía débil y se mantuvo en el trono a base de sobornos y compra de voluntades. Para ello pidió préstamos y sabía que lo mejor era deber mucho al más poderoso porque este, para cobrar lo prestado se aseguraría de protegerte. ¿Y quién mejor para protegerte que Roma? Así que pidió dinero a Pompeyo, que era consciente de que si un rey de un país rico no podía pagar podría explotar sus recursos a cambio, como hoy”. Pero ríanse de los intereses de la banca de hace unos años. Bruto, el más famoso asesino de Julio César, “prestaba dinero al 48%, pura usura”. 

ALEJANDRÍA, GARANTE DEL SABER

Con ese lado oscuro de Roma convive la Alejandría que da a pie a Cabanas a afirmar que “la cultura y el conocimiento es un puente que une, un vehículo para llegar a acuerdos”. “Los alejandrinos se consideraban librepensadores, decían que no tenían nada que ver con Egipto. Creían que alguien con ansia de saber evita pelearse. Tenían dos bibliotecas, la más conocida, con 700.000 volúmenes -cuenta-. Ptolomeo III confiscaba todo manuscrito que llegaba al puerto. Hacían una copia, que devolvían al visitante, y se quedaban el original. Se decían garantes del saber”.   

Cabanas, a quien el virus egipcio le acompaña desde niño, cuando vio en un libro la foto de la máscara de Tutankamón, habla por primera vez sobre cuando, hace 30 años, pasó una noche solo en el interior de la Gran Pirámide de Keops. “Para mí hubo un antes y un después de esa noche. No hubo fantasmas ni nada esotérico pero era imposible no sentir la energía y el poder acumulados que desprendía. Pero no diré más”. Emula pues a Napoleón, pero como él, se llevará el secreto a la tumba. “Si os lo cuento no os lo váis a creer”, dice misterioso, parafraseando al emperador.