EXPOSICIÓN DE OBRAS INÉDITAS

Bodegones nada ortodoxos

Antoni Borrell abandona los paisajes urbanos para ahondar en la elegancia y armonía de las naturalezas muertas

Antoni Borrell, junto a uno de sus lienzos expuestos en la galería Ignacio de Lassaletta.

Antoni Borrell, junto a uno de sus lienzos expuestos en la galería Ignacio de Lassaletta. / periodico

NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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Ni blanco ni negro. Ni tomates ni pimientos. Tampoco imágenes bucólico-pastoriles. Estas son negativas constantes en la boca de Antoni Borrell (Barcelona, 1959). Y una manera de decir lo mucho que le disgusta la "violencia del color" y lo poco amante que es de la pintura relamida: "Me interesa más lo visceral". Lo explica, mejor lo vive, mientras recorre la muestra que reúne su último trabajo en la galería Ignacio de Lassaletta. Un cambio radical de tema, y un gran cambio de paleta y de proceso, que evidencia en los 29 lienzos que forman 'Natures'.

Es su primera individual en los últimos cuatro años. Y es la primera vez que expone sus naturalezas muertas. Nada que ver con las obras ejecutadas hasta la fecha: paisajes urbanos de gran formato. "Siempre había pintado lo que veía, el exterior. Ahora pinto mi interior. He dejado de pintar lo de los demás, para pintar lo mío", afirma. El viraje es fruto de un cambio importante en su vida que le llevó, hace cinco años, a recluirse. Pero que nadie se confunda: "No es una época oscura, ni una etapa de transición. Todo lo contrario, es una explosión creativa", reivindica el artista.

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La revelación le llegó con la contemplación de unas hojas bañadas con una luz espectacular en la Vall d’Aran. Las pintó y el resto vino rodado. "Es la cotidianidad llevada a la naturaleza muerta. Obras que buscan la belleza de la decadencia", sostiene. A la vez que lo compara con los jardines románticos, nada ordenados pero con "una armonía general, una elegancia innata que no es necesario retocar", como sus bodegones. "No son ortodoxos en ningún sentido: ni las hojas son verdes, ni hay tomates ni pimientos de colores, ni jarrones relucientes". Todo lo contrario. Si por algo destacan es por una paleta muy unificada que les da armonía y suavidad.

NI BLANCO NI NEGRO

"Decidí utilizar solo siete colores. Todo un reto, pero era la única manera de conseguir esta armonía", apunta. De manera que ni utiliza el blanco ni el negro. Recursos demasiado fáciles. "No hay nada que sea blanco inmaculado en la vida ni nada que sea negro absoluto. No existen estos colores tan puros. Todo está contaminado. Nuestras caras tienen verdes, azules...", justifica vehementemente. Y es que en Borrell todo es pasión por la pintura. "Hay una carencia de historia pictórica en el arte contemporáneo que he querido reivindicar. ¡Volvamos a los valores de la pintura! No perdamos lo que es arte en mayúsculas", exclama.

Eso pasa por el dibujo: "La pintura es mancha, pero si quieres llegar a la síntesis de las mancha hay que saber dibujar para saber dónde poner la mancha". Y también por ser atrevido: "Mezclar abstracción y figuración". Borrell hace ambas cosas, dibujar permanentemente y fusionar realidad y concepto. Sus piezas son figurativas, pero sus fondos, no. "No tienen ni tiempo ni edad". Y si mucho espíritu. "Estas hojas, por ejemplo, tienen la sabiduría que da la edad. Si fueran verdes serían bucólico-pastoriles, pero en cambio están secas retorciéndose poco a poco hasta que dejan de existir. Estas formas son de una belleza extraordinaria", concluye.