La «bomba atómica» del 'boom' latinoamericano

50 años con 'Rayuela'

Una edición conmemorativa celebra el aniversario de un libro «infinito» y carismático

Última máquina de escribir de Julio Cortázar

Última máquina de escribir de Julio Cortázar / SERGIO KERN

ELENA HEVIA
BARCELONA

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A los hijos de internet y de sus links pocas cosas pueden sorprenderles hoy en cuanto a la ordenación interna y saltos en la narración de las historias, pero hace 50 años, que se cumplen exactamente este viernes, la aparición de 'Rayuela' deJulio Cortázaren el Buenos Aires de 1963 fue una verdadera conmoción para los jóvenes lectores. En España, como en tantas otras cosas, la primera vez tuvo que ser muerto Franco, en la colección Libro Amigo de Bruguera, en 1978, cuando ya la fama del escritor argentino radicado en París era imbatible. A esta fecha se unirán en el 2014 el centenario de su nacimiento (26 de agosto) y el 30 aniversario de su muerte (12 de febrero).

Como en el juego de la rayuela (es decir, la 'xarranca'), la novela se plantea como un juego de posibilidades. Con dos caminos. Así, puede leerse en la forma tradicional (desde el capítulo 1 hasta el 56) pero también de manera alternativa saltando y colocando nuevos capítulos (llamados prescindibles) gracias a una lista numérica, un tablero de dirección planeado por el autor, que amplifica el caos interno en un riguroso ordenamiento, trufando el núcleo duro de la obra con todo tipo de textos poéticos, noticias de periódicos pilladas al azar, discusiones filosóficas y citas ajenas. Un monstruo fascinante. Unanovela«infinita» como la definió su autor. 

CARTAS REVELADORAS / ¿Sabía Cortázar el efecto de la piedra que iba a lanzar en las aguas del incipiente 'Boom'? Laedición conmemorativadel medio siglo que estos días lanza Alfaguara incluye novedades, no solo un mapa de París que señala las principales localizaciones de la novela sino también un clarificador apéndice que muestra las impresiones del escritor durante la gestación de la obra y su posterior recepción. Cortázar, descreído de la novela psicológica y de los inventos del 'Nouveau roman' que por entonces se estilaban en Francia, se lanza con pasión y sin sistema a laescriturade esta obra totalizadora, ambiciosa, que, teme, podría ser mal recibida por sus lectores habituales, los seguidores de sus cuentos. Pero las dudas se disipan pronto. En una carta dirigida a su amigo el poeta norteamericano Paul Blackburn asegura, con su característico humor: «Si te interesa saber lo que pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana».

Pero más allá de su forma, 'Rayuela' es también la crónica de la bohemia latinoamericana enParísy, en cierta forma, la culpable de la cristalización de ese mito. Carles Álvarez, responsable junto a la viuda de Cortázar, Aurora Bernárdez, de las últimas recuperaciones cortazarianas, 'Papeles inesperados', 'Cartas a los Jonquières' y la monumental correspondencia, dice, emulando a Monterroso, que con la salvedad de 'La vida exagerada de Martín Romaña', de Alfredo Bryce Echenique, que se acerca al tema en clave satírica, «ya no se puede escribir una novela sobre latinoamericanos en París después de 'Rayuela'». Con un argumento proteico que se resiste a la reducción, básicamente es la historia deHoracio Oliveira, argentino cuarentón trasterrado a París, enamorado, entre otras, de laMaga, una uruguaya primaria e intuitiva que arrastra consigo a su bebéRocamadour. Y a su alrededor, una serie de intelectuales pobretones y caóticos, el Club de la serpiente -que discuten sobre lo divino y lo humano y son, como Oliveira, como el propio Cortázar, unos apasionados del jazz-. Sin olvidar a Morelli, viejo escritor en cuyos labios pone Cortázar sus propias teorías sobre la novela. En la segunda parte ('Del lado de acá'), Oliveira viaja hastaBuenos Airespara repetir allí, pero bajo otro prisma, muchas de las situaciones vividas en la capital francesa.

Hasta cinco años le llevó a Cortázar la elaboración de esta novela, «resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos», pero las notas que iba acumulando datan de más atrás, de sus dos primeros años en París -«París fue la vocación de su vida», sentencia Álvarez- y reflejan muchas de aquellas experiencias. «Julio ponía un dedo sobre el mapa de la ciudad y decía yo quiero ir ahí y se iba a deambular por los alrededores de forma sistemática», ilustra Aurora Bernárdez para explicar la pasión parisina del escritor. Esa mirada de paseante, de 'flâneur', impregna una novela en la que sus protagonistas, Oliveira y la Maga jamás conciertan una cita, sencillamente se encuentran por la calle.

Todo ese cúmulo de notas sedimentadas que acabarán siendo los capítulos fueron con el tiempo un problema de difícil solución para Cortázar: «Un día -explica Álvarez- le pidió las llaves del 'atelier' a su amigo el pintor Eduardo Jonquière y allí fue colocando los capitulitos en el suelo para establecer el 'orden'. Según Julio Ortega, hubo hasta ocho intentos». Y como curiosidad, añade Álvarez, ahí se oculta un capítulo al que nunca se llega (el 55) si se decide leer según el tablero de dirección, lo que ha propiciado no pocos análisis excéntricos.

¿Qué hay de autobiográfico en 'Rayuela'? Todo y nada. Está claro que muchas de las circunstancias de Oliveira son las mismas que las del autor en sus primeros años parisinos pero el retrato de éste corresponde más al de su amigo Fredi Guthmann, que viajó a la India y se dejó impregnar por el zen.

LA MUSA / ¿Y la Maga? Bueno, casi todo el mundo sabe que La Maga se inspiró en la francesa del Sarre Edith Aron. El mismo Cortázar se lo reveló a su editor Paco Porrúa, aunque a la traductora jamás le gustó el paralelismo -lo contó en el libro '55 rayuelas'-, dicen que porque, al no dominar el castellano, confundía maga con bruja.

Curiosidades aparte, la recepción de esta novela que algunos consideran «tóxica», o todo lo contrario, sigue renovándose con las generaciones. En 1972, Cortázar recibió una carta de una lectora norteamericana que decidió no suicidarse tras su lectura... Son los conocidos efectos colaterales de la literatura.