ANIVERSARIO DE UN CLÁSICO DEL ROCK

40 años con 'Born to run'

El disco que, en 1975, convirtió a Bruce Springsteen en una estrella mundial, conserva su poder cuatro décadas después

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Un disco que no puede escucharse como música de fondo, ni para ambientar un restaurante cool o una tienda de moda, porque llena todo el espacio auditivo e implica al oyente de un modo total, desprendiendo energía y épica narrativa. Es Born to run, el álbum que impulsó a Bruce Springsteen como rockero de referencia de una era. Una obra que cumple esta semana 40 años (vio la luz en Estados Unidos el 25 de agosto de 1975) sin que haya perdido brillo y vigencia como clásico del rock.

Para muchos fans, Darkness on the edge of town (1978), más oscuro, representa la autenticidad, la revelación de la voz adulta de Springsteen, y Born in the USA (1984), la accesibilidad irresistible y sin complejos. Born to run ha sido discutido por el enfoque romántico, posadolescente, de sus textos, por el escapismo de su literatura urbana. Pero las canciones de las que Springsteen nunca puede escapar cuando sale de gira salen de este disco. Y, mirándolo bien, el mensaje de Born to run no es evasivo, sino que tiene que ver con la asunción de responsabilidades, encontrarte a ti mismo y hacer realidad tus sueños. Born to run clama por tomar las riendas del destino, sacude toda tendencia a la complacencia o al fatalismo, celebra la amistad y rompe con el cinismo. Un mensaje muy americano, de corazón abierto, más emocional que intelectual. Quizá por eso, en la resabiada Europa ha despertado tanta fascinación.

Grabación obsesiva

Born to run construyó al Springsteen rock star después de dos trabajos repletos de excelentes ideas pero algo faltos de definición y de propiedades para capturar lo que, poniéndonos un poco pretenciosos, podríamos llamar el espíritu de los tiempos. El sello Columbia había lanzado al joven cantante como «el nuevo Dylan», etiqueta imprecisa, con resultados tibios. Confiando en su talento, permitió que dedicara 14 meses a grabar el disco en los estudios Record Plant, de Nueva York, seis de ellos centrados en la pieza Born to run, motivo de obsesión. Mike Appel, su mánager, fue desplazado por Jon Landau, periodista metido a productor (autor de la sentencia «yo he visto el futuro del rock'n'roll y se llama Bruce Springsteen»), un cambio capital.

Y salió un disco que heredaba aspectos de varias tradiciones norteamericanas (el deseo del Boss era que el disco somara a «Roy Orbison cantando a Bob Dylan con producción de Phil Spector») pero que acuñaba una nueva identidad sonora: un rock urbano que no bebía del oscurantismo a lo Lou Reed, sino que parecía ir en busca de los materiales más genuinos del alma humana en largas composiciones que transferían un carácter glorioso, un tanto peliculero, a una narrativa de suburbio. Imaginario ahora expandido: si en sus discos previos abundaban las referencias al entorno de New Jersey, aquí las alusiones urbanas eran más genéricas y universales, buscando la identificación del oyente de cualquier ciudad. Es posible ver en Born to run un álbum bisagra entre el gigantismo del rock de los 70 y el espíritu callejero del inminente punk.

El guiño a Spector, productor, en los 60, de grupos que Springsteen adoraba, como The Ronettes, se manifestó en una puesta al día del apabullante wall of sound, con profusión de pistas sonoras de acabado dramático. Papel destacado para el recién fichado Roy Bittan, protagonista de las solemnes introducciones al piano (instrumento que, en la composición, fue más decisivo que la guitarra), con muestras en piezas como la que abre el álbum, Thunder road, de serpenteante estructura in crescendo, tocada por el saxo de Clarence Clemons, o la convulsa Backstreets.El disco contiene solo ocho canciones, dispuestas a partir de la lógica del elepé, con sus cuatro piezas catedralicias abriendo y cerrando sendas caras. Entre estas, aires soul, cortesía de los hermanos Brecker, en Tenth avenue freeze-out, o el homenaje al primitivo ritmo de Bo Diddley en la fogosa She's the one. Estrenando la cara B, ese tótem, Born to run, una canción que exige tal intensidad ejecutiva que cualquier grupo de rock se lo piensa dos veces antes de adaptarla. Y cerrándola, un Jugleland que cruza la ansiedad rockera con ecos del sinfonismo americano neoclásico de Gershwin o Bernstein.

Bautismo europeo

Born to run, empaquetado con una foto de Eric Meola que sugería camaradería, del Boss con Clemons, salió en España con la leyenda «Nº 1 en USA» y una hoja con los textos traducidos por Diego A. Manrique. Aunque, con los años, Springsteen dispondría en Europa de su público más numeroso, la gira Born to run cruzó el Atlántico para recalar tan solo en Londres (dos noches), Estocolmo y Amsterdam.

Al Hammersmith Odeon acudió una delegación de la prensa española. Era el 18 de noviembre de 1975, y de vuelta a casa, estos periodistas se encontraron con que la sacudida vivida por el concierto era superada por una noticia de alcance, seguramente, más trascendente. Algunas cosas son más importantes que el rock'n'roll, mensaje del que no es ajeno Born to run.