Saramago, punto final

'Alabardas', la novela póstuma e inconclusa, del Nobel llega a las librerías cuatro años después de su fallecimiento

Grabados de Günter Grass, incluidos en el libro.

Grabados de Günter Grass, incluidos en el libro.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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En agosto del 2009, a menos de un año de su muerte, José Saramago (Azinhaga, 1922 - Tías, Lanzarote, 2010) empezó a vislumbrar la forma literaria concreta de una historia surgida de una vieja imagen, algo que creyó leer en L'espoir de André Malraux. Supuestamente allí, en el fragoroso frente de Extremadura, durante la guerra civil, en el interior de una bomba se encontró un mensaje en portugués: «Esta bomba no matará a nadie». La leyenda le persiguió durante décadas hasta que terminó siendo la espoleta de 'Alabardas' (Alfaguara), la novela de la que consiguió escribir tres capítulos y que ahora, cuatro años después de la muerte del premio Nobel portugués, aparece como libro. Hoy llega a la librerías y mañana será presentado en Lisboa en un acto que reunirá a todos sus editores de España y Latinoamérica y contará con la presencia estelar de Roberto Saviano Baltasar Garzón.

El texto es apenas 80 esponjadas páginas, los 22 folios originales, y el resultado, un libro de coleccionista a precio popular. Ciento cincuenta páginas en total que se completan con las notas de trabajo, un texto de Roberto Saviano, un análisis crítico de Fernando Gómez Aguilera y las inquietantes y un punto goyescas ilustraciones -no específicas para esta edición pero poco conocidas- cedidas por su amigo y también Nobel Günter Grass. Una edición que será idéntica en las diferentes lenguas. Grass conoció a Saramago en sus comienzos cuando el autor portugués fue su editor y existía entre ambos una vieja complicidad que su viuda Pilar Del Río cifra en «respeto y predilección». A Saviano no llegó a conocerle, pero le defendió y reinvindicó su caso frente a la sociedad.

Alabardas, en la estela de las obras de su última etapa que escribió ya mermadas las fuerzas como 'El viaje del elefant', 'Caín' y los dos libros surgidos de su blog, vuelve a darle vueltas al tema del poder omnímodo y sus tejemanejes para conseguir su perpetuación. Y lo hace gracias a la fábula, una más, de Artur Paz Semedo, honesto empleado en una fábrica de armas que intrigado por el citado sabotaje de la guerra civil e impulsado por su ex, Felícia, ardiente pacifista que lo ha abandonado por sus ideales, empieza a cuestionarse a sí mismo como pequeño engranaje del negocio armamentístico.

Leer y releer

Atenazado por los años y las dolencias, Saramago ya había declarado que 'Alabardas' -cuyo título completo es 'Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas', extraído de una obra de teatro de Gil Vicente, el Lope de Vega portugués- sería su última obra. Pilar del Río recuerda sus deseos para después de su redacción: «Quería disfrutar del tiempo que tuviera leyendo y releyendo en la biblioteca de Lanzarote... Lamentablemente, no pudo llegar a cumplirlos».

Pese a los obstáculos, Saramago jamás dictó a nadie sus trabajos. Escribía personalmente en su ordenador, sin que la labor le supusiera la menor angustia. «Si alguna vez no podía escribir, sencillamente no lo hacía», recuerda la esposa y traductora que día a día iba recibiendo las páginas acabadas para pasarlas acto seguido a su versión en castellano. «Normalmente, cuando acababa un capítulo ya no lo tocaba, salvo alguna reiteración, algún remate de frase. Cuando se podía a escribir sus páginas diarias ya sabía lo que quería contar. A veces podían llegar sorpresas que la propia acción demandaba. O el sonido: necesitaba escribir oyendo la armonía de las frases y la musicalidad de las palabras».

El gran asunto del libro, como una variación de otros tantos del autor, es el de nuestra responsabilidad personal frente a la violencia en el mundo. Para Del Río ese deber -«¿hasta qué punto podemos ser cómplices por omisión?»- entronca con el discurso que el autor pronunció en su aceptación del Premio Nobel: «Allí habló de la necesidad -en la que estamos trabajando en la Fundación Saramago- de elaborar la Declaración Universal de los Deberes Humanos. Para él la ética de la responsabilidad era imprescindible». También recuerda la viuda cómo en un texto que el autor escribió para Elkarri cuando el proceso de paz de Euskadi, en que Tàpies y él colaboraron con un grabado y un texto, Saramago escribió: «La paz es posible si nos movilizamos por ella. En las conciencias y en las calles». Y remacha: «Lo que nos está diciendo Saramago es que la paz es cosa nuestra, no la podemos dejar en manos de la industria de armas y tres gestores que se pueden poner de acuerdo. Oigamos lo que nos dicen los muertos de las guerras».

¿Publicar o no?

La decisión final de dar a la luz la novela incompleta, que no el texto puesto que, sostiene la viuda, los capítulos están acabados, ha recaido en Pilar del Río, que no ha tenido dudas al respecto, pese a que Saramago no llegó a especificar su intención. «Perdió fuerzas y no se volvió a hablar del libro, se vivió en intimidad, con naturalidad, sin ansiedad ni nostalgia», explica.

Los tres capítulos presentan a los personajes, Artur Paz y su esposa entre otros, y el paisaje donde se mueven, Producciones Belona, la fábrica donde trabaja el primero, y el principio del hilo de la intriga, las oscuras responsabilidades de la empresa en los conflictos bélicos de los años 30.

¿Hacia dónde se habría dirigido el relato? Saramago en sus notas plantea sus dudas: «La dificultad mayor reside en un crear una historia humana que encaje. Una idea sería hacer que Felícia regrese a casa cuando se dé cuenta de que el marido comienza a dejarse llevar por la curiosidad y cierta inquietud de espíritu. Volverá a irse cuando la administración compre al marido poniéndolo al frente de la contabilidad de un departamento que se ocupa de las armas pesadas». Pilar del Río asegura conocer los dilemas morales a los que se enfrentan Paz y su mujer pero se resiste a revelarlos. «Mejor nos quedamos con lo que hay escrito que da una idea muy precisa».

Lo único que sabemos es que Saramago, así lo escribió, quería dar fin a la novela haciendo que Felícia soltara un sonoro: «Vete a la mierda». Pero cómo se llegó hasta ahí y el viaje lector que eso supone queda en la imaginación de cada uno.