EXPOSICIÓN DE UN CLÁSICO PRESENTE EN TODAS LAS MESAS

«Simple pero efectivo»

El artista 8 Rafael Marquina es el padre intelectual de una multitud de objetos, aunque es conocido, sobre todo, por la aceitera que lleva su nombre.

El artista 8 Rafael Marquina es el padre intelectual de una multitud de objetos, aunque es conocido, sobre todo, por la aceitera que lleva su nombre.

NATÀLIA FARRÉ
BARCELONA

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Cuenta Rafael Marquina (Madrid, 1921) que, cuando era niño, cada vez que cogía la aceitera recibía una colleja de su madre. El problema era el goteo. La aceitera, como todas, goteaba y para evitar las manchas tenía, como todas, un plato debajo que recogía el líquido vertido. Y el proceso era siempre el mismo: Marquina quería aliñar la comida y asía la aceitera, la levantaba, su madre le decía «cuidado», el plato caía, el mantel se manchaba y llegaba, inevitablemente, la colleja. Por eso en 1960 diseñó la única aceitera que no gotea, la aceitera Marquina, que con el tiempo se ha convertido en un icono y en uno de los objetos más plagiados de la historia.

Marquina calcula que en estos momentos puede haber más de un millón de copias circulando por el mundo. De hecho explica que hace siete u ocho años interceptó un tren que venía de China con un vagón entero de falsas aceiteras; pensó en comprarlas todas, pero se rindió ante la evidencia: «Ni tenía sitio para guardar el material confiscado ni podía evitar que llegarán otros vagones». Aunque no adquirió ninguna de esas copias, el diseñador tiene un buen conjunto de imitaciones de su original que ha ido recogiendo a lo largo de los años. «No es que las compre, me las regalan mis amigos, la última me la ha traído Juli Capella de Japón», aclara.

Ahora, coincidiendo con el primer aniversario de la apertura de la tienda Nanimarquina (Roselló, 256), el artista ha decidido exhibir por primera vez una cuarentena de las falsas aceiteras de su colección particular, la exposición la presenta a partir del próximo jueves y estará abierta al público hasta después de Navidad.

«Empecé la colección porque me admiraba que todo el mundo me copiara mal -explica Marquina- porque como dice Miguel Milá 'lo que me jode no es me copien, sino que me copien mal'. ¿Por qué hacer una forma triangular de la base de mi modelo que obliga a hacer un molde para fabricarlo? ¿Por qué añadir vidrio translucido que no permite ver el líquido que hay en el interior? El diseño se define por conseguir una mejora en la producción o en el funcionamiento. Y ninguna de las copias que se han hecho ha logrado ni una cosa ni la otra», apunta.

Pero Marquina no puede evitar de ninguna de las maneras que aparezcan tantas variaciones de su creación. «Las patentes solo duran 20 años y la mía ya ha caducado y, además, solo sirve para las que son iguales, si hay un pequeño cambio en el diseño, la patente ya no es válida». Pero la raíz del problema está en que «las ideas no se pueden patentar», afirma. Y es que todas las aceiteras, las falsas y la auténtica, tienen en común que beben de la gran idea que tuvo Marquina en 1960: «Cualquier recipiente para servir aceite derrama la última gota, con este diseño la propia aceitera recoge esa gota y la devuelve al recipiente. Simple pero efectivo. El resto es complicarlo».

¿Utilidad o belleza?

¿Y qué opina Marquina sobre los modelos que lo único que hacen es añadir elementos que supuestamente lo embellecen como es el caso de una de las copias de su colección que es igual que el original pero con el dibujo de una aceituna en uno de los laterales? «Si el diseño ha de fijarse en la belleza entonces no es diseño, es otra cosa -apunta Marquina. No está prohibido que sea bonito pero además de ser bonito, ¿funciona? Porque si no funciona no es diseño. El objetivo no es hacer una cosa estéticamente perfecta sino útil».

Aunque pese al éxito actual de la aceitera -la última copia la firma la todopoderosa empresa italiana de diseño Alessi- , el objeto tardó en triunfar. No fue hasta que la industria del vidrio sufrió una revolución, con el invento del pyrex, que permitió un proceso industrial para la elaboración de la aceitera, que esta entró en el mercado. Y lo hizo, sobre todo, de la mano de la tienda Vinçon, que la incorporó en su catálogo y desde entonces es una de las piezas más vendidas.

«La hice y me olvidé de ella durante años», confiesa Marquina. De hecho, revela más cosas: «La historia que explico de mi madre no es del todo cierta, pero siempre aviso y si avisas no es una mentira, además va muy bien para entender el por qué de la idea». Lo cierto es que el diseño surgió cuando la recién creada ADI-FAD (la Associació de Disseny Industrial del Foment de les Arts i del Disseny) fue invitada a participar en una muestra internacional y sus miembros se dieron cuenta de que necesitaban objetos para presentar ya que solo tenían prototipos. Así nació la aceitera Marquina. Luego llegaron el primer premio Delta, los reconocimientos y, como no, las copias.