PREMIO POR ACLAMACIÓN
Un Cervantes "mágico" para Ana María Matute
Hay galardones esperados, de justicia, en los que unánimemente se celebra el acierto del jurado... el Premio Cervantes que ayer recibió la escritora barcelonesa Ana María Matute, a sus 85 años, es todo eso y algo más: es un Cervantes por aclamación, reclamado por colegas y amigos cada vez que año tras año se le negaba, al que el jurado (ahí estaban Juan Marsé y Esther Tusquets para cerciorarse) no podía decir una vez más que no. Hasta firmas se recogieron hace un año.
Matute, que tras varias operaciones ya no está en condiciones de cumplir su promesa de celebrar el galardón dando «saltos de alegría», sí lo hizo ayer, exclamando, una vez entonada su voz de niña cantarina, que estaba «enormemente emocionada, contentísima y enormemente feliz» por un premio que demuestra una vez más que «la vida es mágica», que «todo» lo sucedido ayer «también es mágico».
El gran premio de las letras hispánicas llega cuando la carrera de la escritora ya está casi completa y puede volver su vista atrás.
Ayer, en una rueda de prensa convocada tras hacerse público el galardón, rememoró los inicios en los que un ambiente crítico «un poquito maligno, pequeño, triste, estúpido» le aplicaba el calificativo de «tremendista» y después miraba con displicencia su reivindicación de una infancia truncada por la guerra y una fantasía extirpada por los adultos. Varias facetas de su obra que, en su opinión, tienen algo en común, presente en todos los libros que ha escrito, en los que, «desde el primer cuento», siempre estuvo presente «el mismo deseo de transmitir la sensación de desánimo y pérdida» ante una vida que se resume así: «Vivir es perder cosas. Y ganar algunas, pero pocas».
EL RETORNO / Matute recordó también las dos décadas de hundimiento e inactividad («la depresión no sabes por qué viene, aunque el médico me dijo que la vida pasa factura, que había tragado muchos sapos») de la que le arrancó la agente literaria Carmen Balcells, para quien tuvo unas palabras de agradecimiento especial por haberla «secuestrado» hasta que entregó la obra de su gran retorno conOlvidado rey Gudú,en 1996.
Aunque otros años su nombre sonaba cada vez que se acercaba el Cervantes, Matute sostiene que en esas ocasiones «ni sabía cuándo se fallaba», porque nunca creía que se lo fuese a dar. «En cambio este año -confesaba ayer- me llegaban más voces, veía que esta a lo mejor sí, que a lo mejor no soy tan mala. Así que tengo que confesar que esta noche no he dormido».
En una entrevista publicada ayer en EL PERIÓDICO ya apuntaba que, de recibir el premio, lo consideraría «una coronación, un gran premio al trabajo y la vocación de toda una vida». En resumen, «un final muy bonito». La editorial Destino acaba de publicar un libro también con carácter antológico,La puerta de la luna, en el que se recogen todos sus cuentos y narraciones cortas.
De manera que el anuncio del premio por parte de la ministra, antes de la hora prevista, llegó mientras estaba en la peluquería, preparándose. Era un secreto a voces, una conspiración colectiva. «El jurado estaba en deuda. Es uno de esos premios que no discutirá nadie, que hará feliz a todo el mundo», comentaba ayer el escritor Juan José Millás. «El ambiente apuntaba claramente a Matute», añadía el miembro del jurado Gregorio Salvador.
Académica (poco activa) desde 1996, el Cervantes le ha llegado a Matute tres días después del ingreso en la RAE de Soledad Puértolas. Una demostración, comentó ayer la escritora, de que «eso del machismo queda un poco lejos». Aunque ella ha sido solo la tercera mujer en ganar el Cervantes, tras María Zambrano y Dulce María Loynaz. «Las mujeres de mi generación hemos tenido más fácil dedicarnos a la creación, pero ella siempre declaró su firme vocación de ser narradora. Mantenerla y hacer de eso una forma de vida es un ejemplo maravilloso para todas las mujeres que nos dedicamos a la cultura», valoró ayer la ministra Ángeles González-Sinde.
Ayer, en el mismo hotel, antes Palace y ahora Ritz, en el que en 1959 recibió el premio Nadal por Primera memoria, Matute volvió la vista atrás. «Pocas veces he podido decir en la vida que soy feliz, y he conocido a poca gente que pueda decirlo... A ver, un traguito, que nunca viene mal [un gin tonic, con solo unas gotas de ginebra, administrado por una mano amiga para que no fuese más allá del «efecto placebo»]... sí, hoy soy enormentemente feliz. Y ya está».
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