RELATO MI BANDA SONORA / 1

1975. Abba

Compartimos una parte de nuestra banda sonora con nuestros contemporáneos, pero cada uno de nosotros tiene un aprecio personal por determinadas canciones, por unos grupos o un álbumes concretos que no siempre son los más conocidos. En esta serie, repaso la música que escuchaba entre 1975 y 1979.

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VICENÇ PAGÈS JORDÀ

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Los años que van de 1975 a 1979 pasan por ser el súmmun de la autenticidad musical antes de que supuestamente todo se estropease en los 80. Cuando miramos atrás, da la impresión de que la banda sonora de aquella época fue interpretada por leyendas del rock como Patti Smith, Pink Floyd o Joy Division. Sin embargo, los que lo vivimos podemos decir que el grupo más escuchado durante la segunda mitad de los 70 fue, con muchísima diferencia, Abba.

En la gala de Eurovisión de 1974, el director de orquesta que debía dirigir la canción de los representantes de Suecia salió vestido de Napoleón, a modo de pista de lo que estaba a punto de suceder.  A continuación aparecieron dos chicas, una de azul eléctrico con botas plateadas y la otra vestida de country glam, junto a un guitarrista y un pianista con indumentarias igualmente chillonas. La canción, Waterloo, quedó en primer lugar en el festival y fue el inicio de una carrera meteórica que se alargó hasta inicios de los 80.

En aquellos años de plomo, cuando la hora del patio era la mejor red social, cuando no existían ni el iPod, ni el Spotify , ni siquiera el walkman, cuando tener un tocadiscos en la habitación era la máxima expresión de la independencia, conocimos las canciones de Abba en el sofá, sentados junto a nuestros padres, abuelos y hermanos. Precisamente una de las virtudes de este grupo era que sus evoluciones podían ser seguidas por toda la familia. Después de Eurovisión, los vimos en programas como Señoras y señores, haciendo playback rodeados de aquel Ballet Zoom pródigo en etnias y minifaldas, dos fenómenos nada habituales en la televisión de la época.

Abba eran dos chicos y dos chicas que formaban sendas parejas modélicas y que demostraban que los jovénes se lo podían pasar bien sin caer en excesos. No tomaban drogas, no se metían en política, no protagonizaban escándalos sexuales (contextualicemos: en 1975, la estrella de la gira de los Rolling Stones no era Mick Jagger, sino un globo gigante en forma de pene). Desde el sofá, los hombres debatían si era más guapa la rubia o la morena, y se consolaban mirando a los machos del grupo, feos y poca cosa (aunque era difícil estar seguro de la estatura, ya que los cuatro llevaban botas de plataforma). Los telespectadores, por su parte, se daban cuenta de que Agnetha y Anni-Frid eran las que llevaban, en todos los sentidos, la voz cantante. Se dejaban querer por las cámaras, mientras que ellos quedaban en segundo plano y por mucho que pasaran los años nunca conseguirían diferenciar a uno del otro.

Aquellos cuatro suecos hacían un espectáculo total, globalizador, intergeneracional, exportable, que incluía música, voz, coreografía, disfraces, videoclips, película... Sus canciones llenaban las pistas de todas las discotecas del mundo, de Japón a Australia, de la Unión Soviética a la España de la Transición. Si alguien no ha bailado alguna vez Dancing queenTake a chance on me o Voulez-vous es que no ha vivido. El término despectivo mainstream todavía no se había puesto de moda: entonces se utilizaba la palabra pachanguero, que admitía un uso irónico, autocondescendiente.

Con el tiempo descubrimos las canciones tristes, la mayoría compuestas después de que una de las parejas se separase: Thank you for the music, I had a dream y sobre todo la melancólica The winner takes it all, que se puede considerar un himno de los abandonados: «But tell me, does she kiss / like I used to kiss you? / Does it feel the same / when she calls your name? Abba eran tan profesionales que continuaron tocando juntos después del divorcio, incluida esta canción en la que los reproches se encadenan en forma de pareados.

La música bailable de aquellos años ha sido objeto de un revival acrítico.  Décadas después, hemos acabado aceptando todos los grupos que entonces nos provocaban urticaria y que preferiríamos no recordar. Aunque las composiciones fueran horribles, ahora nos traen a la memoria aquellos años en los que éramos jóvenes e ingenuos soñadores . No es el caso de las canciones de Abba, que no nos han dejado de gustar a lo largo de cuatro décadas, ni cuando sonaban en las discotecas de la costa, ni en las primeras bodas, ni en los cumpleaños infantiles, ni en los encuentros de exalumnos, ni en las segundas bodas. Su mérito es este: quedan igual de bien en una primera comunión como en una fiesta de drag queens.

Ciertamente, las letras del grupo no pasarán a la historia de la literatura -ni siquiera las de la última etapa-, pero su capacidad de crear melodías sencillas y memorables solo puede compararse con las de los primeros Beatles. Las canciones de Abba se convierten fácilmente en una ópera pop, se pueden versionar en clave funky, metal, acústica, latina o chill out. Sin ellos es imposible concebir a Roxette, Kylie Minogue, Lady Gaga o Madonna (que sampleó Gimme gimme en su canción Hung up). Incluso Glen Matlock, el primer bajo de los Sex Pistols, reconoció que la canción SOS, el tercer single de Abba, fue el origen del riff inicial de Pretty vacant. En fin: los profesores de literatura saben que cada vez que intentan enseñar las modalidades de rima de la  cuarteta (ABAB, AABB, ABBA), desde un rincón del aula se oye a alguien que empieza a tararear los primeros compases de Waterloo. A eso se le llama éxito.

Y MAÑANA:  2 1976: Música negra