Análisis
Las lecciones del pasado
Martí Perarnau
Periodista
MARTÍ PERARNAU
En 1958, el Gordo Feola gritó enloquecidamente a Nilton Santos para que no cruzara el centro del campo. El lateral izquierdo no hizo caso del seleccionador, atravesó la línea media, combinó con José Altafini, pisó el área y marcó el segundo gol brasileño contra Austria, inaugurando una etapa fecunda para los laterales de su país. Nilton pudo dar ese paso adelante, arriesgado e inaudito en aquellos tiempos, porque tenía bien cubiertas las espaldas por Djalma Santos, Orlando y Bellini. Aquel Brasil popularizó el 4-2-4 y los dos Mundiales consecutivos que ganó (1958 y 62) encumbraron a Pelé, Garrincha y Didí, pero tenían su base en la solidez defensiva.
Del tercer título, el de 1970, siempre nos quedamos con el talento torrencial de Pelé, Rivelinho, Tostao, Gerson y Jairzinho, o con el prodigioso lateral Carlos Alberto, pero inevitablemente olvidamos que el triángulo defensivo compuesto por Brito, Piazza y Clodoaldo sujetaba todo el andamiaje.
Brasil se estrelló en 1974 y a continuación llegó Sarrià, donde el tópico asegura que murió el jogo bonito, pero la realidad fue que se suicidó: el problema no era acumular grandes talentos en el centro del campo, los legendarios Falcao, Sócrates, Zico y Toninho Cerezo, sino el desastre en ambas áreas. El Fred tan denostado estos días por su ineficiencia rematadora supera en mucho a aquel Serginho que lucía, tristemente, el 9. Junior era un maravilloso lateral cuya inconsistencia táctica deja en paños menores la del actual Marcelo. Italia era dura, válganos Gentile de ejemplo, pero no practicaba el catenaccio como se dijo, sino un juego elástico y versátil; Antognoni, Tardelli, Conti, Cabrini o Scirea rebosaban talento técnico. Brasil no perdió aquél partido por ser demasiado artístico, sino excesivamente incauto.
Tras corregirse bastante y jugar aún mejor, también quedó apeado del Mundial siguiente en una tanda de penaltis y entonces sí, entonces Brasil se fue al otro extremo y sustituyó a sus centrocampistas artísticos por metalúrgicos.
Equilibrios repetidos
La verdadera realidad de la selección brasileña nos indica que sus grandes hazañas siempre se forjaron a partir de unos equilibrios repetidos: tres defensas formidables acompañados de un lateral con libertad, ma non troppo; un centrocampista de gran rigor táctico, pero acompañado por dos de enorme categoría técnica; y un peso contundente en el ataque, sin discusión ni medianías.
En las tres décadas transcurridas desde la catástrofe de Sarrià-82, Brasil no ha logrado conjuntar con precisión estos elementos, aunque en algunos casos se ha aproximado. En los triunfos de 1994 y 2002 blindó con hormigón el centro del campo con Dunga o Mauro Silva y puso dinamita en el ataque con Rivaldo, Bebeto o Ronaldo . Los resultados bendijeron la receta, pero la receta escondía veneno en su interior como hemos comprobado estos días porque a la que hubo que remontar una verdadera adversidad el hormigón preparado por Scolari se confirmó inútil y no hubo dinamita en ningún cartucho. Brasil resurgirá si sabe leer bien las lecciones de su pasado.
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