MUNDIAL DE MOTOCICLISMO

Marc, otro hijo de Wembley

La madurez, la frialdad y la determinación de este niño prodigio ya cautivaron a todos cuantos le trataron en su más tierna infancia

EMILIO PÉREZ DE ROZAS / MOTEGI (Enviado especial)

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Es un secreto y seguirá siéndolo, pero hay quien sospecha, graciosamente, que Marc Márquez Alentà es fruto de una histórica Copa de Europa. Márquez, el hombre bala, el 'rookie' más grande de la historia, el debutante irreverente, nació, sí, nueve meses después de que el Barça levantará, en mayo de 1992, aquel trofeo en el mítico Wembley. El 17 de febrero de 1993, justo nueve meses después, Roser daba a luz a Marc. Puede que sea, tal vez, cosa de las brujas de Cervera, que haberlas haylas, pero algo tuvo que ver aquella noche de euforia. Fijo.

La precocidad con la que el hijo predilecto de Cervera se ha movido en la vida, fuera y dentro de la pista, pisando circuitos de tierra y deslizándose por el asfalto, hace pensar que se trata de alguien que cayó en la marmita de Harry Potter. No es normal que todos los que lo han visto, no importa la edad a la que lo vieran, que lo sufrieran o que lo disfrutaran, coincidieran, al primer soplo, en que estaban ante un niño prodigioso, iluminado, escogido, fabricado con el material del que se hacen los sueños.

Son muchos los niños que, al cumplir 4 años, piden una moto a los Reyes Magos. Pero son muy pocos los críos que, ya campeones del mundo, con 17 años, acuden, un desapacible 29 de febrero del 2010, acompañados de toda su familia --de papá Julià, mamá Roser y el hermano Àlex--, a dar las gracias a todos los que le han ayudado a crecer. Era el acto de entrega de los premios de la temporada en el Centre d'Alt Rendiment (CAR) de Sant Cugat. Antes de acabar la ceremonia pidió el micrófono y, con el desparpajo que ya empezaba a caracterizarle, sugirió a todos los presentes, niños y jóvenes que aspiraban a ser como él, que "la única manera de llegar arriba es dejarse aconsejar por los que más saben".

Era evidente que, en ese instante, Márquez se acordaba de la ayuda desinteresada recibida de manos de Àngel Viladoms, Joan Moreta, los hermanos Jordi y Josep Rojas, Comercial Impala, las gentes del RACC, Guim Roda, Àlvar Garriga, el equipo Procurve, Pío Ventura, su hijo Iván y, cómo no, Emilio Alzamora, la Escola Monlau y Repsol. Y también de Jaume Curco, un tipo muy implicado en todo lo que fueran carreras, un mecenas del Motoclub Segre.

La cita con Alzamora

Fue Curco quien se hizo pesado. "El día que puedas, Emilio, tienes que ver a un chaval de Cervera que te va a sorprender, que te cautivará", le insistía a Alzamora. "Te gustará porque nadie tiene el paso por curva de ese niño, ¡nadie!". Y el diamante cayó en manos del tallador. Ya brillaba, ya, pero había llegado la hora de cortarlo, pulirlo y convertirlo en joya, en la piedra preciosa que deslumbraría al mundo. "Desde el primer día que lo vi, tuve la sensación de que estaba frente a alguien especial", explica Alzamora, que se hizo cargo de la carrera de Marc cuando el brujo de Cervera tenía 11 años.

"Había momentos --detalla Viladoms, actual presidente de la Federación Española de Motociclismo-- en que su superioridad, incluso cuando competía con niños dos o tres años mayores que él, era hiriente. Hubo alguna matinal en la que llegó a subirse al podio en el enduro para niños, motocrós y velocidad, en las tres categorías". El dirigente recuerda que todos hablaban de divertirse ("porque es lo que deben hacer los niños cuando empiezan"), pero que Marc solo pensaba en "ganar, ganar". Divirtiéndose, claro.

Viladoms asegura que debajo de esa carita de buen niño ("que lo es, y mucho") había un chaval que sabía muy bien lo que quería y cómo conseguirlo. "Tiene un culo privilegiado --dice el presidente de la Española entre carcajadas--. Quiero decir que su sensibilidad encima de la moto es prodigiosa. Parece como si llevase un 'culotte' lleno de sensores. La información que, ya de pequeño, suministraba a sus mecánicos era precisa y, sobre todo, muy fiable".

La sensatez de aquel año

Los primeros que disfrutaron de esa sensibilidad fueron Guim Roda Àlvar Garriga. Papá Julià les llevó a Marc para que frotasen esa lámpara de Aladino. Guim y Àlvar solo pusieron tres condiciones: divertirse, aprender y ganar. "A los dos días de estar con Marc --relatan al unísono-- nos dimos cuenta de que éramos unos palurdos. Marc poseía una madurez admirable". Guim recuerda que, en más de una ocasión, Marc, entonces con solo 9 años, se interponía entre él y Àlvar: "Venga, tíos, no discutáis, ya lo haremos como sea. Si la puesta a punto no es la ideal, tranquilos, yo intento arreglarlo en la pista". Y el chaval acababa pacificando la situación con un buen crono. Y Guim, mirando a Àlvar, le decía: "Tendrá cojones que este mocoso nos dé lecciones…". El mundo al revés. Las escopetas disparando a las perdices.

Guim y Àlvar reconocen que fue tremendamente gratificante trabajar con Marc porque era un niño muy receptivo. "Hay muchas maneras de sentirte piloto", dice Guim. "Una, con fogosidad, con pasión, con coraje; y otra, para mí mejor, con frialdad, entendiendo lo que te está pasando sobre la moto. Ser atrevido no te conduce a ningún sitio. Quizá de vez en cuando te proporcione un éxito que te haga creer que eres la bomba, pero a la larga acabas haciéndote daño. Pilotar sabiendo qué te está ocurriendo, intentando averiguar el porqué de las cosas, te permite sacar lo mejor de ti mismo y de la moto. Ese era Marc".

Insistiendo en su argumento, Guim defiende que una cosa es ir deprisa otra saber por qué vas deprisa. "Hay muchos pilotos que van deprisa pero no saben explicar por qué van rápido. Marc sí lo sabe y lo explica como nadie". Es ese culo del que habla Viladoms. "Es muy duro no saber explicar por qué vas rápido. A Marc le ocurre todo lo contrario. Su cabeza procesa las sensaciones casi a la misma velocidad que la moto. Es un tema de frialdad. Él explicaba lo que le pasaba, tú aportabas la solución y el tío bajaba el tiempo. Era automático. Fue muy gratificante trabajar con él, mucho", dice Guim.

Una sonrisa auténtica

Àlvar, su mecánico de entonces, desde los 9 a los 11 años, sigue manteniendo una amistad con Márquez. "Lo prodigioso de Marc es esa frialdad con la que pilota, esa serenidad para entender el riesgo, todo lo que hay a su alrededor, que es mucho, sin que te afecten emotivamente las dificultades". "Cuando aprendes a controlar tus emociones -concluye el maestro Roda- es cuando te vas haciendo maduro. En ese sentido, la madurez de Marc, siendo tan niño, tan joven, ya era sorprendente".

No porque sea campeón, sino porque aún es un niño, es por lo que todos coinciden al retratar a este hijo de Wembley. "Marc no tiene doblez, su sonrisa es suya, no se puede fingir", dice Ramon Royes, alcalde de Cervera. "Tenía las ideas muy claras. Nunca fue impulsivo y eso se nota en la pista, porque decide en milésimas de segundo y se equivoca muy poco. Como en el cole", dice su profesora Roser Atienza. "A mí siempre me ha admirado lo claro que lo tiene todo", señala su hermano Àlex. "Ni se crece cuando gana, ni se hunde cuando pierde, siempre con los pies en el suelo", sentencia mamá Roser.