PLAN DE PROTECCIÓN EN LA RESERVA CHAPARRÍ

El resurgir de la pava aliblanca

Ejemplar de pava aliblanca, especie en peligro de extinción, en la reserva Chaparrí, en el norte de Perú.

Ejemplar de pava aliblanca, especie en peligro de extinción, en la reserva Chaparrí, en el norte de Perú.

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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La pava aliblanca, un ave galliforme endémica del noroeste de Perú, fue dada por extinta poco después de que en 1877 el naturalista polaco Wladyslaw Taczanowski la descubriera -o describiera científicamente- por primera vez. Pese a las numerosas expediciones organizadas con posterioridad para dar con algún nuevo ejemplar, su rastro se perdió durante un siglo. No hay constancia de que nadie la observara.

Todo cambió el 13 de septiembre de 1977 en la quebrada de San Isidro, un paraje remoto del departamento de Lambayeque: de madrugada, una pava aliblanca se apareció de forma inesperada ante los miembros de una expedición organizada por el naturalista y cazador local Gustavo del Solar, que llevaba ocho años buscándola, y el ornitólogo estadounidense John O'Neill. El mismo día se observaron ocho más. La especie volvió así a la vida, metafóricamente, y se convirtió en un símbolo conservacionista.

La declaración de especie protegida en Perú y diversas iniciativas de conservación han alentado un aumento de la población en los últimos años, pero sigue estando en grave peligro de extinción. "Está catalogada como críticamente amenazada, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), porque quedan a lo sumo 200 ejemplares y sus hábitats están muy fragmentados, además de sufrir aún el impacto de la caza furtiva", relata el biólogo español Andrés Requejo, que recientemente ha trabajado en la zona dentro de un programa científico auspiciado por el Zoo de Barcelona y Port Aventura.

RESERVA CHAPARRÍ

Durante su estancia de dos meses en Perú, Requejo, especialista en conservación y biodiversidad, ha estudiado la viabilidad futura de la pava y ha censado las poblaciones que viven en la reserva privada Chaparrí, que es actualmente el principal núcleo de la especie con unos 70 ejemplares. "Junto al guadaparques Iván Vallejos hemos recogido también nueva información sobre pautas de alimentación y reproducción que pueden ayudar a su conservación", pone como ejemplo.

La pava aliblanca o Penelope albipennis vive en bosques ecuatoriales secos (región tumbesina) con presencia humana escasa o muy escasa. Su hábitat óptimo son los valles con arroyos y charcas permanentes y con buena cobertura vegetal. Según los estudios más recientes, explica Requejo, la especie sobrevive en 22 localidades repartidas en tres subpoblaciones sin contacto: "Su hábitat actual se limita a una franja discontinua de aproximadamente 120 kilómetros de largo y 5 de ancho que se extiende casi paralela a la cordillera de los Andes".

"Globalmente, la conservación de la pava aliblanca pasa por salvarla de la fragmentación de su área de distribución y por el establecimiento de corredores verdes de bosque seco que permitan la conectividad de las diferentes poblaciones", asume el biólogo. Así se evitarían además los problemas de consanguinidad.

El ave, de un tamaño similar al pavo doméstico, se caracteriza por el color blanco de sus alas extendidas, que contrasta con el plumaje general negro con iridiscencias verdes, además de tener un saco gular rojizo y una larga cola. "Presenta una clara falta de dimorfismo sexual, es decir, los machos y hembras son aparentemente iguales", prosigue el biólogo. Vuela pero con dificultades, generalmente para encaramarse a árboles. Los recorridos de Requejo por la zona han permitido conocer pautas de reproducción muy poco estudiadas. "Los dos adultos participan en el cuidado e incubación de los huevos -explica el biólogo-. Los nidos se sitúan en arbustos y árboles muy cercanos a riachuelos".

CUSTODIA PRIVADA

Una de las esperanzas para la especie, considera Requejo, es el éxito del área de conservación Chaparrí. "Su impulsorHeinz Plenge, propuso a los indígenas locales una especie de sistema de custodia -explica-, y ahora administra un terreno de 100 hectáreas [el espacio protegido ocupa 34.000] en el que ha creado un centro de turismo sostenible con casas de barro. A cambio, entre otros aspectos, contrata a la población local para que trabaje allí o como guías y guardabosques, y les sufraga servicios como escuelas y sanidad". No hay muchas alternativas al margen del turismo de naturaleza, dice Requejo, porque los suelos secos y pedregosos de la zona no son rentables agrícolamente.

El dinero obtenido con el ecoturismo revierte en la conservación. Así, además de combatir la caza furtiva, se han arreglado arroyos, se han construido pequeñas represas con abrevaderos y se han plantado frutales para favorecer el forrageo. Con esta política, la reserva de Chaparrí pasó de no tener ninguna pava a convertirse en su principal núcleo difusor. Por si fuera poco, la zona cuenta biológica y turísticamente con otras especies emblemáticas, como el oso de anteojos y el puma, además de disponer de una riqueza botánica extraordinaria.

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