ARDEN LOS BOSQUES

Calor, sequía y eucaliptos, un cóctel perfecto para el fuego

Todo el noroeste peninsular acumula un acusado déficil de lluvias en el último año

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Antonio Madridejos

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Unas condiciones meteorológicas adversas, un territorio a veces de difícil acceso, una deficiente gestión de los bosques y de los incendios como herramienta agrícola, unas especies forestales fácilmente combustibles y, para última desgracia, la mano de los incendiarios. Los ingredientes perfectos para la expansión del fuego se han combinado estos días en la fachada atlántica peninsular.

"Los incendios en Galicia tienen un origen multifactorial. No hay una respuesta única. Hace 30 años también había eucaliptos y el monte no ardía con tanta facilidad", pone como ejemplo Eduard Plana, investigador del Centre Tecnològic i Forestal de Catalunya (CTFC). En su opinión, es de ilusos atribuir la totalidad de los fuegos, o al menos una parte sustancial, a mafias dedicadas a provocar incendios o a enfermos afectados de piromanía. Tampoco son ciertos los bulos relativos a posibles recalificaciones del terreno porque la ley española de montes, del año 2003, proscribió construir durante 30 años en las áreas forestales que habían sufrido incendios.  

Plana, experto en política forestal y gobernanza ambiental, considera que en primer lugar hay que tener en cuenta la estructura rural de Galicia, caracterizada por la población diseminada en aldeas y por los minifundios. Allí es tradicional emplear el fuego para desbrozar, recuperar los pastos y hasta favorecer la caza, explica: "Las quemas agrícolas están muy arraigadas en las comunidades rurales del Atlántico, desde el norte de Portugal hasta el País Vasco". Y a diferencia de lo que sucede en el arco mediterráneo, posiblemente por el riesgo inherente a los incendios, están "muy poco reguladas", añade. En Galicia, prosigue el experto del CTFC, hay muchos siniestros por esta causa a lo largo del año, pero "no suelen ser noticia porque no van a más". Lo que sucede es que en esta ocasión se ha producido una conjunción de factores muy adversos.  

La semana pasada, las condiciones meteorológicas en todas las zonas afectadas por el fuego rondaban el temido triple treinta (30º de temperatura, 30% de humedad ambiental y vientos superiores a 30 kilómetros por hora), una situación más propia del mes de julio, pero lo peor de todo es que los bosques se encuentran exhaustos tras una temporada seca de solemnidad. Según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), en el último año hidrológico, que concluyó el 30 de septiembre, llovió en Galicia y Asturias un 25% menos de lo que suele ser habitual, mientras que en el caso concreto del verano el déficit fue del 75%.

Menos agua en el Miño

Como resultado, por ejemplo, basta comprobar que las reservas de agua en los embalses gallegos se encuentran actualmente en un inesperado 46% de su capacidad máxima (por debajo del 40% se llega a la fase de emergencia), que el Miño tiene un 46% menos caudal y que las pérdidas en la agricultura han sido muy cuantiosas. Hacía cinco años que no se sufría una situación similar. Ahora las esperanzas están puestas en el otoño, la estación tradicionalmente más húmeda en el noroeste peninsular, pero lo cierto es que septiembre y la primera mitad de octubre no invitan a ser optimistas.

Otro factor es obviamente el calor, puesto que las temperaturas máximas en el interior de Orense rondaron los 30º la semana pasada y se superaron los 20º en la costa gallega y asturiana, "una situación que cada vez será más habitual debido al aumento global de las temperaturas", advierte Plana: "Estos grandes incendios, que incluso matan a personas, nos están avisando de lo que puede pasar asiduamente en un futuro cercano".

Pinos y eucaliptos

A todo ello se suma el hecho de que la vegetación dominante en el noroeste peninsular tiene unos requisitos de agua muy elevados y sufre en situaciones de sequía moderada. Además, algunas de las especies más frecuentes actualmente, como eucaliptos, pinos rodenos y pinos insignes –el 70% del territorio forestal en Galicia son monocultivos de especies alóctonas empleadas para la obtención de madera y pasta de papel-, queman con mayor facilidad que los bosques autóctonos de roble carballo, castaño, alcornoque o abedul.

Plana, sin embargo, cree inadmisible culpar a los pequeños propietarios que hace 30, 40 o 50 años decidieron sustituir los maizales y plantar eucaliptos o pinos. "En aquellos tiempos no había otros ingresos y se pensó que la mejor manera de optimizar el medio era a través de esas plantaciones intensivas. Quizá no tuvieron otra alternativa". El experto reconoce que los pinos insignes o los eucaliptos son fácilmente combustibles, "pero hay que reflexionar sobre por qué se plantaron". "No les puedes decir ahora que vuelvan a poner robles", insiste. 

Despoblamiento rural

Plana también atribuye la expansión actual de los fuegos a la añorada gestión del territorio, al despoblamiento rural. Antiguamente, prosigue, había granjas con prados, casas, ganado, actividades agrícolas... Y ahora hay bosque y más bosque. "Antes teníamos fronteras físicas para los fuegos. Ahora tenemos más materia combustible", dice. Los árboles han llegado a las puertas de las ciudades, como se ha visto estos días con el casco urbano de Vigo. Por si fuera poco, en Galicia está muy arraigado el uso de la madera -en lugar de la piedra- para la construcción de pequeñas infraestructuras, jardines y cercados, "que lógicamente arden con más facilidad". 

A todas estas circunstancias hay que añadir el factor humano y los pirómanos, tal como denuncia al Xunta. De hecho, el 80% de los incendios que se declaran en Galicia son intencionados, según estadísticas oficiales, un porcentaje muy superior al de cualquier otra comunidad española. En Galicia se llegan a quemar bosques por rencillas entre vecinos, por venganzas entre antiguos socios... "Las autoridades hablan de función delictiva, pero no van al fondo de la cuestión. ¿Por qué sucede eso?", concluye el experto del CTFC.