ALTERNATIVAS ENERGÉTICAS CON DIFICULTADES

Biocombustibles con límites

Recolección de soja en el estado de Mato Grosso, en Brasil, uno de los principales productores del mundo.

Recolección de soja en el estado de Mato Grosso, en Brasil, uno de los principales productores del mundo.

ANTONIO MADRIDEJOS / Barcelona

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El uso de agrocombustibles, con ejemplos muy extendidos como el etanol de caña de azúcar y el biodiésel procedente de la palma africana o la colza, ha sido espoleado en las dos últimas décadas porque se consideraban una buena alternativa frente a los combustibles fósiles y, al mismo tiempo, una manera de garantizar el autoabastecimiento en los países en desarrollo. Hoy ya producen el 10% de la energía primaria del mundo, pero ¿a qué coste? «Obviamente, el cultivo de biocombustibles es blanco de las críticas cuando implica la destrucción de bosques de gran valor, pero incluso cuando no es así encontramos muchos ejemplos de comunidades que no se han beneficiado de las nuevas plantaciones», considera Esteve Corbera, investigador del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA) de la UAB.

Corbera, junto a colegas de EEUU, Dinamarca y Países Bajos, ha realizado un análisis crítico del sector que ha publicado la revista Environmental Research Letters. Las previsiones de la FAO muestran que el bioetanol y el biodiésel seguirán creciendo en el mundo de aquí al 2020 a un ritmo superior al 4% anual y que en algunos países, como Malasia o Vietnam, se superará el 11%. Incluso en la Unión Europea, cuyos productores están ahora afectados por una crítica bajada de precios, se esperan incrementos del 6%. Corbera, no obstante, opina que hay que «huir de pronósticos demasiado optimistas».

MULTINACIONALES / «Hemos analizado a nivel micro los efectos de los biocombustibles en los países en desarrollo para ver si son realmente algo positivo, y una de las conclusiones es que depende en gran medida de si las comunidades locales siguen siendo las propietarias de la tierra que cultivan o, por el contrario, están bajo el control de grandes propietarios», explica el investigador del ICTA-UAB. En el segundo caso es habitual que se releguen los derechos laborales y la salud de los trabajadores, «aunque no hemos encontrado -precisa- ninguna evidencia de que el uso intensivo de herbicidas esté aumentando los cánceres».

Siempre que no haya deforestación previa, el investigador considera que la soja o la caña son cultivos atractivos porque tienen un alto valor añadido y se pueden alternar en un mismo año con otros productos agrarios, «lo que aumenta claramente los ingresos de las familias y favorece la escolarización, entre otros aspectos». Sin embargo, también se ha observado que el monocultivo de biocombustibles, víctimas habituales de acusadas fluctuaciones de precio, provoca que las comunidades dejen de lado los cultivos de subsistencia y sean más proclives a la pobreza y el desarraigo. Un ejemplo conocido fue el aumento espectacular del precio de la torta de maíz en México en el 2007 cuando miles de pequeños agricultores optaron por vender su producción a EEUU para la fabricación de fuel. Al mismo tiempo, el elevado valor de los productos -aptos para diversos usos al margen de los combustibles- ha provocado «mucha especulación y que se acaparen tierras», prosigue Corbera.

Otro factor que ha analizado el estudio son las dimensiones de las plantaciones. En Brasil, pequeñas fincas de caña de azúcar han generado mucho empleo y logrado que el 40% de los coches del país ya funciones con bioetanol, lo que reduce las emisiones de efecto invernadero. En cambio, en otras regiones, los cultivos intensivos de soja han creado unas demandas de agua que difícilmente se podrán mantener durante los próximos años, pronostica el ambiéntologo del ICTA.