Abejas de ciudad

Las abejas, en plena actividad de fabricación de miel.

Las abejas, en plena actividad de fabricación de miel.

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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En una mañana soleada y sin apenas viento, miles de abejas se encuentran en frenética actividad en una azotea de la sede modernista del Museu de Ciències Naturals de Barcelona, en el parque de la Ciutadella: unas trabajan en el interior de las colmenas, cada una con una función, y otras salen en busca de néctar, especialmente en los cercanos tilos, que por estas fechas se encuentran en plenitud. Se escucha un zumbido constante. «Estas colmenas tienen una producción extraordinaria de miel tanto en cantidad como en calidad», presume Jaume Clotet, apicultor de la empresa Mel-lis y responsable del cuidado de tan singular colonia de himenópteros.

Las ochos colmenas de la Ciutadella son una excepción en Barcelona que se mantiene por motivos científicos desde los años 40 del pasado siglo. En el resto de la ciudad, el arte de la apicultura está proscrito por una normativa anacrónica, según sus críticos, en la que se funden supuestos motivos de seguridad y de regulación, puesto que el cultivo de las abejas se considera una actividad ganadera. «Ya hay colmenas en grandes ciudades europeas como Londres, París, Berlín y Viena, así como en Nueva York, y nunca ha habido problemas», explica Josep Perellóprofesor de Física en la Universitat de Barcelona (UB) e impulsor de un proyecto de ciencia ciudadana basado en las abejas. También hay colmenas autorizadas en el vivero de Tres Pins -en Montjuïc- y en las escuela de arte floral de la masía de Can Soler, en la ladera de Collserola, aunque en ambos casos se encuentran fuera del núcleo urbano.

VECINO HABITUAL

La instalación de colmenas no supondría la introducción de una especie ajena a Barcelona puesto que ya las hay a millones, como bien saben quienes disponen de un balcón lleno de flores o quienes pasean por cualquier parque de la ciudad. Lo que sucede es que o bien viven de forma solitaria, creando unas curiosas celdas individuales para pasar el invierno, o bien instalan paneles gregarios al margen de la actividad humana, aprovechando los lugares más insospechados. "Cada año, por encargo del ayuntamiento, retiramos unos 200 nidos de avispa y abeja que pueden ser potencialmente molestos, generalmente en recovecos de edificios y dobles techos donde haga un poco de calor", relata Clotet. Curiosamente, las abejas no pueden ser exterminadas porque están protegidas, lo que obliga a transportarlas a un emplazamiento que no ocasione quejas.

En marzo del 2014, la Generalitat publicó un nuevo decreto sobre actividades ganaderas que abría el camino para la instalación de colmenas en núcleos urbanos -manteniendo unas distancias que ha de definir el ayuntamiento concernido-, pero en el caso de Barcelona la norma tropieza con un edicto de principios del siglo XX que lo prohíbe, explica Jaume Cambraprofesor de Botánica de la UB y promotor de la apicultura urbana y ecológica. "Ha habido varios anuncios a favor de permitirlo, pero ahora está todo frenado a la espera de las elecciones", añade.

DEMANDA INDUDABLE

 En opinión de Cambra, existe «una demanda indudable de gente a la que le gustaría colocar una colmena en su edificio y ahora no puede». Nunca sería un negocio, claro está, puesto que «para vivir de esto se necesitan al menos 150 cajas», como calcula Clotet, pero la apicultura aficionada es una herramienta educativa que fomenta la cultura ambiental, al margen de tener un indudable efecto lúdico y colaborar en la preservación de una especie en declive «indispensable para la polinización», como subraya el colectivo Bee Barcelona. «Queremos que las abejas sean necesarias en la ciudad», sintetiza Perelló.

Cambra considera que los mejores emplazamientos serían las viviendas cercanas a Collserola, Montjuïc o los grandes parques, pero no descarta colocar colmenas también en pleno núcleo urbano. "En las calles de Barcelona abundan los árboles muy melíferos, como el tilo o la acacia robinia". En Ámsterdam, pone como ejemplo Perelló, «todos los museos públicos tienen una colmena en alguna zona poco transitada». No debe olvidarse además que la actividad apícola en Barcelona está documentada desde hace siglos, especialmente en épocas de escasez.

Según Cambra, la experiencia en Europa o en Nueva York, donde se permitieron hace poco, muestra que las abejas generan nulos problemas. «Eso sí, lo ideal sería buscar razas poco agresivas. Además, se deberían autorizar luego de una campaña de información y promoción», considera el profesor de Botánica.

Madrid se encuentra en una situación similar. "La comunidad ha delegado en los ayuntamientos la decisión final de autorizar o no la instalación de colmenas. Y en eso estamos, a la espera de que se desencalle todo", resumen María Vega y David Rodríguez, portavoces de Miel de Barrio, asociación que fomenta el desarrollo de la apicultura urbana en Madrid. Su propuesta no es colocar colmenas por doquier, sino en azoteas y otras zonas suficientemente alejadas de las multitudes y de los colegios, por ejemplo.

«Todos los miedos están basados en el desconocimiento», añaden Vega y Rodríguez. El único que ha de ir protegido es el apicultor dedicado a extraer la miel y a velar por la buena salud de las abejas. "Eso sí, sería aconsejable que quien se fuera a dedicar a esto pasara algún tipo de cursillo", concluye Cambra. Solo en Londres se calcula que hay 20.000 apicultores urbanos.