La (im)posibilidad constitutiva

No queda claro a qué nos referimos cuando hablamos de Europa. Es ante todo una idea y un ideal, de ahí su perpetua contradicción

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'El tema de nuestro tiempo'. Este es el título de uno de los libros más conocidos del genial José Ortega y Gasset. Publicado en tiempos de posguerra (1923), sus páginas desgranan las relaciones entre la cultura y la vida, concluyendo la imposibilidad dialéctica de reducir la vastedad de la vida a conceptos y estructuras culturales que la aprisionen.

El tema de nuestro tiempo es Europa, o por lo menos uno de los más recurrentes. Y, sin embargo, a pesar de que muchos se refieren a su realidad (mayoritariamente de manera escéptica, cuando no enteramente negativa), no queda del todo claro a qué nos referimos cuando hablamos de Europa. ¿A la realidad de la Unión Europea; a la idea misma de una federación de estados en una entidad supranacional llamada Europa; o acaso a una tradición cultural a la que reprochamos sus insuficiencias?

El 25 de marzo de 1957 se firmaban en Roma los tratados fundacionales de la CEE (Comunidad Económica Europea) y de la Euratom (Comunidad Europea de la Energía Atómica), antecedentes históricos, junto a la CECA (1951), de la Unión Europea. Para su conmemoración, se han celebrado en Roma diversos encuentros y movilizaciones que reivindican la consolidación del proyecto europeo, lo que demuestra, paradójicamente, que la senda hacia una auténtica comunidad europea está poco clara. Es más, estamos en un año especialmente relevante para la salud del proyecto de la Unión. Atónita tras el Brexit, del modo en que cale el populismo anti-europeo en las sociedades de la vieja Europa parece depender definitivamente la viabilidad de su futuro político, que, como se recuerda en estos días, remite a una unión fundamentalmente económica.

Algo más de lo que es hoy

¿Pero es de verdad Europa la actual Unión Europea? Pues en parte sí y en parte no. En parte sí porque es lo que a día de hoy tenemos, y justamente por eso la UE está en horas bajas, muy bajas. Pero tampoco es todo lo que puede ser Europa, ya que de lo contrario sería imposible poner en duda precisamente esta Unión Europea. La mayoría de las críticas que se vierten sobre su realidad van precisamente en esta dirección: una auténtica Unión Europea debería ser algo más de lo que hoy es.

¿Y qué exactamente? Sobre todo, la voluntad de una auténtica 'communitas', un proceso donde la integración social y ética anteceda a la política, donde la voluntad de una vida en fraternidad sea asumida por sus conciudadanos y cuya irradiación sea global y no violenta. Eso es lo que hoy interpretamos que comenzó a insinuarse con la Revolución Francesa (1789), con la salvedad de una violencia que por entonces se concebía como utilitaria. Durante los primeros años de la Revolución parecía que se alcanzaban los ideales ilustrados de los Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Su 'leitmotiv' fue el consabido 'liberté, égalité, fraternité'. Sin embargo, a la Revolución le siguió la guillotina, cuando con Robespierre y la época del Terror los supuestos guardianes de esos ideales se convirtieron en sus verdugos.

En este sentido, por mucho que hoy tengamos interiorizada la paz como algo obvio, no hay que olvidar que la actual Unión Europea se forjó tras dos guerras mundiales y en plena Guerra Fría. Y es que la historia nos dice que Europa no sabe estarse quieta. O se desangra a sí misma (la Paz de Westfalia, de 1648, puso fin a tres décadas de cruentas guerras supuestamente de religión), o necesita desviar su pulsión agresiva a un enemigo externo para sentirse unida. Así lo propuso el genial y polifacético filósofo Gottfried W. Leibniz en 1670, una vez sellada la paz, y eso precisamente consiguió el lema 'Jesuischarlie', que dio sensación de mayor fraternidad entre los europeos que todas las sesiones de las comisiones europeas.

'Colisiones con el futuro'

Europa es ante todo una idea y un ideal, de ahí su perpetua contradicción. Ya los ilustrados se sintieron portavoces de la razón misma, y por eso responsables de enseñar al mundo los caminos de lo óptimo. Europa jamás podrá encontrar la paz interior porque se exige el mayor grado posible de civilización, sea porque encuentra los elementos en su propia tradición o porque es capaz de importarlos de otras. En tiempos de vacas flacas el vaso se ve medio vacío, o incluso del todo, y la mala conciencia que se deriva de la dialéctica entre lo que es y lo que debe ser se transforma en neta autodestrucción. Cuando los tiempos son más benignos, en cambio, la contradicción se sobrelleva mejor. A muchos les parecerá poco halagüeño el panorama. Pero como dejó escrito Ortega «la vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser». Así que nada más europeo que estar, en plena conciencia, a malas con Europa.