Europa 2017, el 'año Hamlet'

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Indignarse es sencillo; hacer una estrategia, difícil. La indignación nos motiva, pero solo una estrategia puede llevarnos al éxito». Estas palabras, escritas por exprimer ministro británico Tony Blair el pasado 4 de marzo en el 'New York Times' en referencia al auge del populismo contienen, al menos, tres verdades en relación al presente europeo. La primera es que sobran motivos para la indignación ante la actual falta de rumbo y ambición de la UE, un proyecto desdibujado y a pocos pasos de convertirse en una reliquia institucional. La segunda es que el creciente desencanto no debe sucumbir a la inacción. Solo un relanzamiento de sus ideas-fuerza y sus valores fundacionales pueden mitigar y revertir su ocaso anticipado. En cuanto a la tercera verdad, queda para el cierre del artículo, a modo de reflexión final.

Recién conmemorado el 60 aniversario del Tratado de Roma (1957) y el 25 del Tratado de Maastricht (1992), Europa enfila un verdadero 'año Hamlet', el resultado del cual determinará en buena medida el devenir del proyecto político, económico y social más importante de la historia.

La UE vive hoy instalada en una policrisis que ha sido progresiva, añadiendo nuevas dimensiones y retos en una dramática cadena de eventos. El estallido de crisis financiera del 2008 desencadenó una crisis social como resultado de políticas de austeridad ciegas y cortoplacistas, disparando el malestar social y el descrédito de Bruselas. Ello a su vez dio alas al populismo político hasta unos niveles no vistos desde los años 30.

Las claves de la supervivencia

Este es el telón de fondo con el que hemos iniciado el 2017. Un año clave que se asemeja a un denso campo de asteroides que la UE deberá sortear para proseguir su andadura. Pero más allá del calendario electoral (presidenciales francesas en primavera, federales alemanas en otoño), ¿de qué factores depende su supervivencia?

Cinco son, en mi opinión, las claves que nos permitirán medir la viabilidad de la unión tal y como la conocemos:

1. Recuperar el idealismo. Las ideas fundacionales de Europa hoy están huérfanas. Regenerar esa apatía en forma de proyecto ilusionante es imperativo. Debemos desempolvar la visión de los padres fundadores y el aliento de las cumbres más emblemáticas del sueño europeo (Roma, Maastricht, Lisboa) para recuperar los valores y principios que los inspiraron. Ello requiere que los estados clave abandonen el atrincheramiento en sus rediles nacionales y que políticas de dudoso cariz democrático de algunos miembros (Polonia, Hungría) no tengan cabida en su seno. Solo así la UE podrá recuperar su autoridad moral.

2. Resituar la ciudadanía en el centro. Ello equivale a reforzar los pies de barro de la UE, que se ha dejado el rostro humano por el camino. Los años dorados del proyecto europeo fueron socializados a través de tres promesas: 1) diluir las rivalidades nacionales a través de un proyecto integrador y supranacional; 2) impulsar la prosperidad y progreso material de las sociedades bajo el paraguas de la unión y 3) solidaridad y políticas redistributivas que prometían convergencia en los niveles de bienestar. Hoy el sentir social mayoritario es el opuesto: la UE ha mostrando poca anticipación y escasa eficacia resolutiva ante los retos que la acechan. Recuperar su legitimidad pasa por resituar a las personas en el centro y honrar las convenciones internacionales en materia de refugiados.

3. Mayor integración. Deconstruir para construir. Aunque en apariencia contradictorio, dos (o más) velocidades pueden ser necesarias para seguir avanzando en la integración. A través de diversos grados de integración política, económica y social pueden generarse los necesarios ritmos de cesión de soberanía a la carta para mitigar y revertir las tendencias al aislacionismo, nacionalismo y auge del extremismo en algunos de los estados miembros.

4. Repensar instituciones y políticas. El estado del malestar también se inscribe en el déficit democrático, la insondable burocracia o la exasperante lentitud en temas clave. Hay que recalibrar el equilibrio entre tecnocracia y expresión democrática. Eventualmente a través un rediseño institucional que acerque la UE a la ciudadanía, mejorando los canales de participación, dando mayor transparencia a procesos, decisiones y a los mecanismos de rendición de cuentas. También es insoslayable encarar con valentía debates pendientes como el retroceso demográfico, el desbarajuste fiscal de los estados miembros o el modelo energético.

5. Desarrollar una agenda geopolítica propia. Vivimos tiempos de creciente cambio y desorden a escala global. Movimientos tectónicos sacuden los pilares del orden liberal internacional de 1945 y la administración Trump parece abdicar de los principios internacionales de la posguerra: multilateralidad, libre comercio y seguridad colectiva. Todo ello en un contexto de creciente asertividad geopolítica de Rusia y China. El vínculo transatlántico se deshace. En esta tesitura, la UE debe dar pasos incontestables e irreversibles hacia un mayor desarrollo de medios, capacidades y coordinación en defensa y seguridad.

Superar el apagón de ideas y voluntades

Progresar en estos cinco frentes representa un formidable reto en sí mismo. Aunque, en perspectiva, tal vez no superior a lo andado desde el lejano Tratado de Roma. Lo que urge es superar el apagón de ideas y voluntades. Debemos de ser capaces de dotar de más contenido a una mera Europa de tribus y mercaderes y relanzar este hito tan obvio como revolucionario: que en Europa las diferencias se resuelven en torno a una mesa negociadora, no en un campo de batalla. Esta es la idea-semilla de la UE: respetar y entender los intereses y las necesidades de cada uno de los estados miembros y superar siglos de enfrentamientos seculares.

Y en cuanto a la tercera verdad de las palabras de Tony Blair apuntadas, se eleva sobre una observación del recientemente desaparecido Zygmunt Bauman«Europa es un proyecto inacabado». Europa es un puzzle infinito, añado. Y probablemente siempre lo será. Ser conscientes de ello y honrar la estabilidad y prosperidad de la que nos ha dotado, son los primeros pasos para encarar con determinación su ineludible refundación. Estamos a tiempo.