EEUU, plural y desigual

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La primera potencia política, económica y militar del mundo vive un 'impasse' interesante: no ya por las elecciones presidenciales, que también, sino por unos cambios de fondo que acabarán por alterar la política y sociedad estadounidenses a medio plazo.

Para empezar, EEUU hoy es cada vez menos WASP (el acrónimo inglés de blanca, anglosajona y protestante), más desigual socialmente y polarizada políticamente. En ese contexto hay que situar la irrupción de Donald Trump como candidato republicano y el susto que Bernie Sanders dio en el bando demócrata a la favorita, Hillary Clinton.

Cierto es que EEUU ha salido antes de la crisis que la renqueante Europa. A diferencia del guirigay del Viejo Continente, al otro lado del Atlántico hay una verdadera unidad de mercado y un Gobierno federal con herramientas a su alcance para, con la inestimable colaboración de la Reserva Federal (lo que aquí sería nuestro BCE), articular una respuesta más eficiente al reto mayúsculo que se planteó a partir del 2008.

Este año, la estadística oficial ha sorprendido con la recuperación del poder adquisitivo de la clase media estadounidense, pero es un dato aislado. Lo cierto es que, en las últimas décadas, la sociedad se ha polarizado económicamente. Y los salarios hace tiempo se estancaron. Fruto de ello, mucha gente tiene una percepción que, cierta o no, puede alterar su comportamiento electoral: sus hijos no gozarán del mismo bienestar que gozaron ellos. Y eso, es algo nuevo. Y preocupante a ojos de cualquier votante.

La paradoja

¿Culpable de esa dinámica? En algo hay consenso: la globalización. Curiosa paradoja que aquellos países, como EEUU, que más hicieron por impulsarla, ahora sientan los embates de la misma. Teniendo en cuenta esto, es obligado hacerse una pregunta: ¿cómo afectarán las elecciones a la marcha de la economía y a esa dinámica globalizadora?

De entrada, hay un perdedor: el libre comercio. Tanto desde la izquierda americana, que catapultó a Sanders en las primarias demócratas, como desde el populismo conservador, que abandera Trump, los acuerdos de libre comercio son culpables de los males que la desindustrialización y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo ha comportado en numerosos estados. Por eso mismo, los nuevos tratados, pendientes de ratificación, y los que se estaban negociando puedan acabar en el limbo. Es más, no es descartable que algunos existentes se intenten revisar (esto último es realmente complicado). En este contexto, ya se puede decir alto y claro que el intento de acuerdo de libre comercio entre EEUU y la UE está condenado al fracaso. Ya no hay tiempo material y el proyecto como tal irradia demasiada impopularidad, también a este lado del Atlántico, por cierto. En el marco de la política interna estadounidense, hay una guerra ideológica que se concentra en dos cuestiones capitales: deuda e impuestos. Trump dice querer bajar la presión fiscal y aumentar la inversión. Parece la cuadratura del círculo. Siempre se ha dicho, dejando de lado una variable importante, la del crecimiento económico, que la deuda de hoy son los impuestos del mañana. Pues bien, en EEUU, la deuda pública es muy alta (ronda el 107% del PIB) y es difícil de mantener los recortes impositivos de la era Bush. A medio plazo, habrá previsiblemente una mayor recaudación fiscal vía aumentos impositivos. Y hay un reto que escapa a la Casa Blanca: la política monetaria.

Tipos muy bajos

En perspectiva histórica, los tipos están muy bajos, sin capacidad de maniobra si llegara otra crisis, estos acabarán por subir, lo que supondrá un freno al crecimiento. De ahí a que la Reserva Federal quiera asegurarse de haber recuperado el terreno perdido después de la crisis del 2008 antes de iniciar la obligada escalada.

La subida de tipos acarreará una apreciación del dólar y, por ende, una devaluación del euro. Eso supondrá un aliciente para redoblar esfuerzos en el sector exportador catalán y español. Aunque siempre hay un pero. La apreciación del dólar supondrá el encarecimiento de la factura energética, justo ahora que parece expedito el camino a la recuperación a medio plazo del precio de barril de petróleo. O conseguimos mayor eficiencia energética o pagaremos un déficit comercial extra.

A modo de resumen: el plan de Trump (menos impuestos, más inversión, más proteccionismo y expulsión de millones de ilegales) más allá de sus pocas posibilidades de victoria, es inaplicable. El de Hillary Clinton (legalización de un importante cupo de inmigrantes ilegales, aumento de los impuestos a los más pudientes y aumento del gasto) tiene algunos claroscuros, como su repentino posicionamiento contrario a los acuerdos de libre comercio, pero es más realista.

En todo caso, más allá de quien gane (apuesten por ella), lo importante será qué legislativo saldrá de esa elección. El renovado Congreso será el que ayudará a bascular la labor presidencial en un sentido u otro. Y en política, los matices son importantes. En las leyes que se redactan, como en los prospectos de los medicamentos y las hipotecas, siempre hay que leer la letra pequeña.