Cinco retos globales para el nuevo año
El escenario macroeconómico dibujado por el Gobierno prevé para el año que está a punto de empezar un crecimiento del PIB del 2,5% y la creación de 500.000 empleos. Sin embargo, cinco factores de riesgo amenazan esta predicción.
El año 2014 fue el punto de inflexión en lo que se refiere a la destrucción de empleo en nuestro país. Desde los casi 21 millones de ocupados que había a finales del 2007, pasamos a menos de 17 millones y la tasa de paro aumentó desde el 8% hasta el 24%. Durante el 2015 y el 2016 la situación ha mejorado y el Gobierno espera que en el 2017 el PIB crezca un 2,5% respecto el año anterior y que se creen unos 500.000 empleos. ¿Son razonables estas predicciones? En mi opinión, existen cinco factores de riesgo que ponen en duda que se puedan cumplir los escenarios macroeconómicos elaborados por el Gobierno.
1. Bajo crecimiento a nivel global. Las perspectivas para el 2017 de la economía mundial son prácticamente idénticas a las de 2016. La posibilidad de que se recuperasen de manera rápido los niveles de crecimiento previos a la crisis cada vez parece menos probable. Tanto las expectativas de crecimiento para la UE como para las economías emergentes no son muy positivas. La rápida acumulación de deuda en las principales economías emergentes y en China es uno de los principales factores de riesgo apuntado por las principales instituciones que realizan un seguimiento de la economía mundial (OCDE, FMI o Banco Mundial) y, por tanto, no se esperan grandes alegrías para el año que viene.
2. Mayor inestabilidad política: Un presidente proteccionista en EEUU, el Brexit y el proceso de construcción europea. La incertidumbre política a nivel global sigue siendo muy elevada. El cambio de orientación de la política internacional en EEUU junto a las dudas sobré cómo se llevará a cabo el proceso de separación de la UE por parte del Reino Unido y cómo afectará al proceso de construcción europea son factores que afectarán la estabilidad global durante el próximo año y que representarán un claro freno a las decisiones de inversión de muchas empresas.
3. El precio del petróleo y de otras materias primas. En enero del 2016 el precio del petróleo se situaba ligeramente por encima de los 30 dólares por barril, el nivel más bajo de los últimos 10 años. Esta situación explica en buena medida la desaceleración del crecimiento en muchas de las economías emergentes. Sin embargo, la tendencia está cambiando y a principios de diciembre el precio del petróleo ya ha superado los 50 dólares por barril y se espera que la tendencia creciente se mantenga durante el año que viene. Este hecho podría ser una buena noticia para reactivar la demanda exterior de las economías productoras de petróleo, pero también puede llevar a un repunte de la inflación dado que el precio de otras materias primas también ha aumentado significativamente desde principios de año. Habrá que ver cuál es el impacto de este incremento de costes sobre la competitividad de las empresas españolas.
4. Los bajos tipos de interés, una política monetaria agotada y una política fiscal equivocada. Durante la gran recesión, los principales bancos centrales han optado por mantener unos tipos de interés muy bajos y a aplicar medidas no convencionales de política monetaria para fomentar la recuperación en un contexto de baja inflación. Sin embargo, unos tipos de interés muy bajos de manera persistente provocan mayores riesgos en los mercados financieros y continúan amenazando la rentabilidad de los bancos pese a las reformas realizadas. Esta situación también afecta claramente a los fondos de pensiones y a las compañías aseguradoras. De hecho, la política monetaria está al límite de su capacidad en la mayoría de las economías avanzadas. Ahora es el turno de la política fiscal. Hay que ser consciente del peso de la deuda, pero hay que aumentar tanto el gasto público como la inversión pública para escapar de los bajos niveles de crecimiento que se esperan en los próximos años.
5. Un mercado de trabajo que no permite escapar de la pobreza. A pesar de que la tasa de paro se ha reducido sustancialmente en relación a los niveles máximos alcanzados durante la crisis, el desempleo sigue siendo uno de los principales problemas para las economías desarrolladas. La tendencia creciente a utilizar formas atípicas de contratación, básicamente contratos a tiempo parcial, plantea nuevos retos en cuanto a la reducción de la desigualdad que ha aumentado considerablemente durante la crisis. En recuperaciones anteriores, la mejora de la actividad se traducía en la generación de nuevos puestos de trabajo que permitían a los desempleados recuperar una situación similar a la que tenían antes de perder el empleo como consecuencia de la crisis. Actualmente, las condiciones de los nuevos empleos son claramente peores a los que se habían perdido, por lo que no se consigue escapar de la situación de precariedad y de dificultades económicas a través del empleo. Luchar contra la desigualdad es uno de los principales retos a nivel mundial, pero también en nuestro país y, sin embargo, no parece serlo para nuestro Gobierno.
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