Banca digital: ¿evolución o revolución?

Banca digital:  ¿evolución o  revolución?_MEDIA_2

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Pese a haber saneado considerablemente su balance y haber conseguido volver a generar beneficios, la mayoría de los grandes bancos europeos cotizan en estos momentos por debajo de su valor en libros, siendo básicamente dos las razones que se esgrimen para justificar esa situación. La primera de ellas es la existencia de una considerable incertidumbre sobre el marco regulatorio. No son pocos en este sentido los que sostienen que Basilea III se ha quedado corto y defienden en consecuencia volver a elevar los niveles de capital exigidos a las entidades bancarias, especialmente a las globales y/o sistémicas. Los reducidos tipos de interés actuales, la previsión de que se mantengan en esos niveles durante un periodo de tiempo prolongado y la debilidad de la demanda de crédito, se prosigue, impedirán a los bancos volver alcanzar los niveles de rentabilidad obtenidos en el pasado, justificando así la corrección de su valor.

Para otros, las bajas cotizaciones actuales de los bancos reflejan las dudas de los inversores sobre su viabilidad futura dada la creciente competencia a la que se van a tener que enfrentar como consecuencia del desarrollo de las llamadas compañías 'fintech'. Más ágiles y menos reguladas que los bancos tradicionales, tales entidades pueden ya satisfacer gracias a la tecnología la práctica totalidad de las necesidades (colocación del ahorro, sistemas de pago, asesoramiento financiero y financiación) de los consumidores finales; y lo pueden hacer a un coste inferior a los bancos tradicionales, ya que no tienen que rentabilizar costosas estructuras de personal y de red como sus competidores.

Invertir en tecnología y adquirir (o aliarse con) las empresas 'fintech' más exitosas han sido las estrategias principales que han seguido hasta la fecha los bancos tradicionales para hacer frente a la disruption digital. Desde esta perspectiva, más que a una revolución estaríamos asistiendo a un rediseño, uno más a lo largo de la historia, de la relación banca-cliente que, como siempre, se saldará con la potenciación de nuevos canales (móviles y redes sociales en este caso) en detrimento de otros (sucursales). La implantación de los cajeros automáticos, el desarrollo de la banca telefónica e incluso la banca por internet serían en este sentido ejemplos claros de cómo la banca ha sido capaz de adaptarse a lo largo del tiempo al progreso tecnológico.

Cambio de modelo

No parece, sin embargo, que lo anterior vaya a ser suficiente en esta ocasión. Y no lo va a ser porque la digitalización, la robótica, la inteligencia artificial, el 'big data', etc. van a cambiar de raíz el modelo de hacer banca e incluso el marco monetario, ya que facilitarán la aparición de nuevas monedas -públicas o privadas- de carácter digital. Los bancos tendrán pues que 'embracing disruption', esto es, tendrán que de dotarse de la estructura, las aplicaciones y el personal con el talento necesario para poder competir en ese nuevo marco; más aún si, como parece que va a suceder, las grandes empresas tecnológicas, que conocen a la perfección lo que los nativos digitales demandan para estar satisfechos (inmediatez, plataformas tecnológicas intuitivas y atractivas, protocolos de seguridad biométricos, etc.,), acaban entrando en el sector financiero.

El reto para los bancos tradicionales es, no hace falta casi decirlo, mayúsculo, y está por ver que todas las entidades logren superarlo. El FMI, poco sospechoso de poder ser considerado una institución antisistema, estima de hecho que un tercio de los bancos europeos no podrá sobrevivir dados los graves problemas estructurales que presentan en la actualidad. Lejos de apoyar su continuidad, defiende que se facilite su salida del mercado, mejorando y simplificando el marco de los procesos de insolvencia.

Como siempre en banca, la evolución del marco regulatorio acabará determinando la velocidad y el alcance del proceso. En la medida que contribuyen a abaratar el coste de los servicios financieros, amplían las fuentes de financiación de las empresas y desplazan el riesgo desde actividades que gozan de facto de apoyo público a otras en las que las pérdidas pueden ser asumidas por inversores privados, la existencia y creciente importancia de los nuevos bancos puede ser considerada beneficiosa. Es, sin embargo, también cierto que concentrar el riesgo en agentes poco preparados para hacer frente a situaciones de tensión puede acabar generando episodios de inestabilidad financiera. Recuérdese en este sentido que tales agentes no tienen acceso a las líneas de liquidez que proporcionan los bancos centrales y acostumbran a presentar además elevados niveles de apalancamiento. Más pronto que tarde habrá pues que regular la actividad de los nuevos bancos digitales, y los detalles determinarán cuál de las dos alternativas posibles -evolución o revolución- recoge mejor lo que puede acabar pasando con el sector bancario.

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