"Las vacunas son demasiado buenas y no hace falta que sean obligatorias"

Entrevista con Carlos Rodrigo, responsable de Pediatría del Hospital del Vall d'Hebron

EN EL HOSPITAL. El doctor Rodrigo, en el servicio de Pediatría del Vall d'Hebron, de Barcelona, donde ejerce.

EN EL HOSPITAL. El doctor Rodrigo, en el servicio de Pediatría del Vall d'Hebron, de Barcelona, donde ejerce.

ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

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Alude con extrema humildad al episodio de enterovirus que la pasada primavera atravesó Catalunya y afectó a 115 niños de pocos años de vida. "Hubo días en que no teníamos nada que decir. Al inicio de cada proceso, nunca sabíamos si aquel niño iba a evolucionar hacia una extrema gravedad o a la curación", asegura Carlos Rodrigo (Barcelona, 1955), que coordinó la crisis desde el Vall d'Hebron. La intervención de los equipos médicos resultó elogiosa en unos momentos en que la ansiedad se suele apoderar de familias, sanitarios y medios de comunicación. Considera fruto de una «ignorancia» fuera de lugar la decisión de cientos de padres de no vacunar a sus hijos.

-¿De qué enferman ahora los niños? -De muchas cosas por las que han enfermado siempre, por ejemplo, las infecciones respiratorias leves o graves, las gastrointestinales que causan diarreas, las urinarias que afectan al riñón. Lo peligroso no es la infección en sí sino el estado de vulnerabilidad de los niños que las sufren. Cuanto más pequeño es el paciente, más grave es cualquier proceso infeccioso. Sobre todo, si tiene meses de vida.

-¿Los niños están ahora más protegidos, inmunológicamente hablando, que hace 20 años? -Mucho más, incluso por el uso de cascos. Pero como los cuidamos más y sabemos cómo atender mejor a los que están muy graves, se ha elevado la proporción de pequeños hospitalizados con enfermedades muy complejas. Ahora hay más niños con cáncer o trasplantados, porque ha aumentado su supervivencia. En otro momento no hubieran sobrevivido.

-¿El uso de cascos, dice? -Sí. Fundamental. Al final, observando de qué mueren los niños en España, resulta que los accidentes están en primera línea. Se puede incidir casi más en las causas de enfermedad y muerte infantil cuidando que las carreteras estén en buen estado y que existan sillitas adecuadas para su edad que con otros parámetros médicos.

-¿Es mejorable ese flanco? -Sí. En España mueren cada año más de 500 niños en accidentes, la mayoría de tráfico. Como peatones o como ocupantes de un coche. Y sigue habiendo demasiadas muertes por ahogamiento en piscinas. Los accidentes son la primera causa de muerte en la infancia a partir del primer año de vida.

-¿El cuidado médico recibido en la infancia define la esperanza de vida de los adultos? -Es muy difícil saberlo, porque hay muchos factores modificadores. Pero, a grandes rasgos, sí.

-¿Incluso en los países donde, como España, la esperanza de vida supera ya los 80 años? -Es delicado ser rotundos en esto. Podemos teorizar que si se crean buenos hábitos de vida, de alimentación y ejercicio, indudablemente influirán. Pero, sinceramente, no se cómo estaremos de irradiación, cancerígenos y tóxicos dentro de 40 años. Va a haber tantas modificaciones, entre ellas el cambio climático, que es muy difícil saber cómo estará la duración de la vida en países donde el umbral ya es muy alto.

-¿Vamos hacia un mundo más saludable del que tenemos ahora?

-No. Hay demasiados intereses de todo tipo. No quiero hacer ninguna demagogia ni culpar al mundo. Muchos avances tecnológicos acaban resultando perjudiciales para el ambiente, aunque sean buenísimos para otras cosas. Solo hay que observar la capa de ozono. Y qué vamos a decir de la alimentación...

-Los alergólogos dicen que en su ámbito sí se ha empeorado. Que los niños del África pobre sufren menos alergias que los europeos. -Sí, pero a un precio que no sé si compensa. Tienen menos alergias porque sufren más infecciones, y mueren más. ¡Vaya negocio! ¿Qué es mejor, quedar con secuelas de una enfermedad infecciosa grave o sufrir una alergia? Tal vez hace falta una estructura sanitaria que tenga una visión global. Hay más alergias, pero se diagnostican antes y mejor.

-Es decir, no suscribe la teoría sobre la excesiva higiene actual, que debilitaría el sistema inmunológico. -Sinceramente, no. Aunque hay estudios que indican que si a un bebé se le cae el chupete al suelo es bueno que se ensucie y que sus padres se lo metan en la boca... hay cosas sorprendentes, que tal vez cuadran en una sociedad perfecta como la nórdica, donde los padres se lavan los dientes perfectamente y el suelo no está muy sucio. Pero eso no es válido para la mayoría del mundo.

-¿Qué proporción de cobertura vacunal existe ahora en Catalunya? -En los primeros meses de vida, son vacunados más del 95% de los niños. Después, esa cifra desciende.

-Las familias que dejan de vacunar a sus hijos no son marginales. -No. Al revés. Es una tendencia muy peligrosa, que está basada en el error. En el desconocimiento. Les han engañado. Esa tendencia, que es más del centro y norte de Europa que del sur, forma parte de la sociedad todopoderosa donde prima el «yo decido», «yo me estudio que conviene». Es un gran error.

-Un error. -¿Las vacunas son perfectas? No, pero son lo mejor que tenemos y las hemos de mimar porque nos han permitido llegar adónde hemos llegado. Como todo en la vida, tienen sus efectos adversos, y tal vez el error ha sido decir que eran perfectas. Pero las controlamos muy bien.

-¿Cómo puede incidir la comunidad científica en esto? -Creyéndonos lo que defendemos, siendo suficientemente conocedores de la materia, para poderlo explicar. Hemos tenido un reciente debate sobre si los padres deben estar obligados o no a vacunar a sus hijos. Yo soy defensor de que no. Las vacunas son demasiado buenas como para que haga falta declararlas obligatorias. Si algo es bueno, hemos de ser capaces de explicarlo.

¿No sucede así? -Hay confusión. Hay familias que se consideran protegidas porque las que tienen a su alrededor están vacunadas. Cuando una vacuna tiene mucho éxito, la enfermedad no está y entonces hay quien piensa que si ya no está ¿para qué se ha de vacunar? Pero la enfermedad sí que está, aunque haya bajado su incidencia. No está erradicada. De lo contrario, no vacunaríamos en su contra. Solo la viruela está erradicada en el mundo. El resto de enfermedades objeto de vacuna reaparecen si la población no se vacuna de forma suficiente.

-Ahí está el error. -En efecto. Es una ignorancia por parte de gente que no es ignorante.

-Quienes no vacunan a sus hijos dicen que esos fármacos intoxican, que son portadores de la enfermedad que dicen proteger y, por encima de todo, que ellos tienen la libertad de decidir. -En España no son obligatorias. Ya existe esa libertad. Pero en lugar de sesgar hacia la mentira, informemos adecuadamente.

-¿Cómo actúa una vacuna? -Su principio fundamental dice que pasar la enfermedad frente a la que protege es mucho peor que vacunarse, a pesar de sus potenciales efectos secundarios. Hay que saber que cuando se introduce una vacuna en el calendario oficial es porque tenemos un problema con la enfermedad ante la que pretende proteger. A las vacunas se les exige más seguridad que al resto de medicamentos.

-¿Cómo está el episodio de enterovirus sufrido en Catalunya este año? -En principio, controlado. Enterovirus siempre ha habito y habrá. Son poquísimos los casos que derivan en una alteración neurológica grave, como ocurrió este año aquí. Estamos investigando esa evolución.

-¿De los 115 niños infectados, cuántos han quedado con secuelas? -Menos de cinco. Poquitos.

-¿Cree que los ciudadanos deben estar informados de si se está produciendo un episodio vírico atípico? -Los ciudadanos deben saber. La información es buena, pero es buena cuando tienes algo que decir, sabes qué decir y das algunas respuestas. Soy absolutamente contrario a soltar la bomba ante los medios sin dar una respuesta, una salida. Lo hemos visto. Hay que ser muy cuidadoso.

-Se refiere al episodio del que hablábamos, el del enterovirus. -Los médicos de nuestro servicio de urgencias experimentaron un fenómeno impensable: hasta que la noticia llegó a los medios, la información que nos daban los padres que acudían al servicio era muy cierta, útil para los médicos. Nosotros sabíamos qué teníamos que preguntar, ellos se explicaban, y captábamos detalles importantes. En el momento en que se difundió el brote, eso lo perdimos. Todos los niños que llegaban a urgencias parecían tener los síntomas difundidos. Perdimos información muy valiosa.