La desigualdad entre sexos agrava la pobreza de la mujer

Una vida laboral sin cotizaciones completas, con contratos temporales y sueldo inferior al de un hombre o interrumpida por la maternidad recorta la economía femenina. Cuidar hogar, hijos o familiares dependientes no tiene precio , ¿y tiene valor?

FORMACIÓN. Sesión de entrevistas para inscribirse en un curso de atención sociosanitaria, en la sede de la asociación Mujeres Pa'lante, en L'Hospitalet de Llobregat.

FORMACIÓN. Sesión de entrevistas para inscribirse en un curso de atención sociosanitaria, en la sede de la asociación Mujeres Pa'lante, en L'Hospitalet de Llobregat.

CARME ESCALES / BARCELONA

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"La pobreza tiene nombre de mujer». Lo expresaba en este diario la abogada Magda Oranich el pasado 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, y lo reflejan un 38% menos de media de las pensiones de jubilación de las mujeres respecto a las de los hombres; un 25% de salario menos que ellos (según datos de UGT), en el caso de las que trabajan; una tasa de contratación parcial que triplica la masculina (22% frente al 7% de ellos, informa Idescat), y, según datos de la Comisión Europea, en España, lo indica también un escaso 11% de mujeres ocupando cargos directivos en grandes empresas.

Eso sí, en esa tan humana e imprescindible empresa responsable de cuidar a las personas, sean niños, ancianos o gente de cualquier edad impedidos de autonomía plena, física o psíquicamente, temporal o crónica, en esa compañía, la más universal de todas y que a todos nos atañe, en ella trabajan mayoritariamente mujeres. La gran mayoría de los hogares formados por una única persona adulta y criaturas son encabezados por mujeres y, según el Departament de Benestar Social i Família, en nuestra sociedad las personas cuidadoras de gente mayor o con dependencia son, en el 94% de los casos, mujeres.

EL VALOR DE LO INCALCULABLE

«El trabajo no es solo una mercancía, es todo aquello que hace que una sociedad funcione. No se mantiene solo por las mercancías, sino porque hay muchos trabajos -transparentes en nuestra sociedad- que hacen que funcione». Las palabras de Fina Rubio, presidenta de la Fundación Surt (www.surt.org, encajan con las de otra mujer: «Si mi madre no nos hubiera planchado la ropa y llevado al colegio, y el resto de cosas que hacía en casa -y, además, trabajaba limpiando otras casas-, mi padre no hubiera podido cumplir su horario laboral fuera de casa, como siempre pudo hacer. Pero esa división entre las tareas públicas y las privadas no la hemos superado todavía. Puertas adentro, ni el valor de lo doméstico, ni la crianza y educación de los hijos no cuenta, todavía hoy, con un reconocimiento social, porque no consta en las líneas del PIB. Y hay una gran resistencia a mantenerlo así, a no hacer cambios estructurales. Eso es lo que feminiza la pobreza».

¿Es, pues, gracias al sueldo que llegaba del padre de Laura que esta pudo estudiar y prepararse para el cargo que ocupa hoy? ¿O es gracias a la crianza y educación que su madre le dedicó, a ella y al hogar en el que creció? El interrogante es hoy mucho más que una duda para esa hija. Es materia de su trabajo como concejala de Ciclo de Vida, Feminismos y LGTBI del Ayuntamiento de Barcelona. Laura Pérez ultima los pormenores y el presupuesto de un ambicioso programa contra la feminización de la pobreza, que espera poder «presentar para empezar a implantar a finales de mayo o principios de junio», explicó Laura Pérez.

Se trata de perfilar y aplicar mecanismos a corto, medio y largo plazo para abordar esa injusticia por desigualdad entre sexos que sufren las mujeres y que la crisis económica del contexto social ha hecho aflorar de una forma mayor y más evidente. La iniciativa pretende «sistematizar y afinar en la diagnosis sobre el problema de la feminización de la pobreza en la ciudad de Barcelona -donde impacta más el fenómeno debido al elevado precio de la vivienda y a la mayor concentración de personas migradas en busca de trabajo-, recogiendo o generando datos necesarios y teniendo en cuenta a todos los actores vinculados, para generar, juntos, una estrategia contra las causas y consecuencias de la pobreza que afecta específicamente a las mujeres», apunta Pérez.

Para llevar a cabo ese plan contra la feminización de la pobreza, se ha creado una mesa de trabajo de la que forman parte el consistorio y medio centenar de asociaciones, grupos, fundaciones, oenegés, sindicatos e instituciones que ya trabajan habitualmente desde la perspectiva de género que no pierde de vista la necesidad de equilibrar, en la práctica, derechos de hombres y mujeres. También forman parte de esa mesa de trabajo representantes de los grupos municipales y del gobierno del Ayuntamiento de Barcelona, y está presidida por la propia alcaldesa.

Políticas de proximidad en materia de salud, para acercarnos, en los barrios, a la mujer que no vendría a nosotros; políticas de vivienda; la construcción de un lenguaje que contribuya a sensibilizar a la sociedad sobre la perspectiva de género; estímulos contractuales para empresas que ayuden a sus empleados a conciliar vida laboral y familiar y la creación de un sello de calidad en cuestión de género que lo refleje públicamente, así como una renta mínima garantizada para mujeres que por su dedicación como cuidadoras no hayan podido cotizar, son algunas de las actuaciones previstas en ese enfoque de la pobreza femenina que el gobierno de Ada Colau toma como lucha prioritaria.

ECONOMÍA CAPITALISTA

«Solo que las bajas maternales fueran obligatorias para padres y madres por igual -y al margen de la posición de cada uno en el mercado laboral-, la posición de hombres y mujeres en el mercado cambiaría, sería menos desigual. Y ya existen experiencias en este sentido, en países como Noruega», expone Fina Rubio. «La economía actual nos dice que no le importan los hijos hasta que no son adultos y se encuentran en condiciones de trabajar. Todo lo que es cuidar, criar, alimentar, preparar y amar -de lo contrario tendremos una sociedad enferma-, a todas esas tareas, la economía actual no le da ningún valor, cuando, cuidar y educar es un valor económico también, pero que el mercado no tiene en consideración. Aquí yace la contradicción estructural del sistema», puntualiza Rubio. «Es necesario reconocer que ese es un trabajo socialmente imprescindible, una necesidad, porque sin él no hay sociedad», añade Rubio.

Además de dirigir la entidad que acompaña a mujeres en situación de vulnerabilidad, Surt, Fina Rubio también preside el grupo Dones Directives i Professionals de l'Acció Social (DDiPAS), que nació con el objetivo de aplicar el respeto de los derechos de las mujeres en el propio sector laboral y que aglutina en la actualidad a unas 300 mujeres.

El impulso de debates, espacios de reflexión, o talleres de empoderamiento de las mujeres son el tipo de acciones que empujan el empeño de esta organización en generar cambios en el sector, teniendo en cuenta que es el respeto de esos derechos de las mujeres el principal motor parauna verdadera transformación», afirma Fina Rubio. Pero para ello es necesario que las tareas del cuidado de las personas se repartan entre hombres y mujeres, que sean contempladas como un logro social, y no una conquista individual de la esfera privada, «y que el Estado y la sociedad también se impliquen en el cambio, que comprendan que no todo debe pensarse bajo la lógica del dinero», concluye la presidenta de Surt.     La entidad dispone de dos pisos de inclusión para alojar temporalmente a mujeres sin hogar.

    Surt atiende al año en torno a las 600 mujeres, a las que trata de empoderar con procesos de refuerzo personal y formación a través de programas, algunos de la mano del Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat o fundaciones privadas como la Obra Social de la Caixa.

        «En Surt te ayudarán», fue lo que le dijo una trabajadora social a Gemma, que a sus 56 años está a punto de abandonar el piso compartido en el que ha convivido unos meses, desde que una jueza se personó en la casa en la que había vivido toda su vida y le pidió que saliera de ella. Culminaba así un largo proceso de desahucio. Atrás quedaba la casa en la que habían entrado de alquiler sus bisabuelos, y en la que falleció su madre hace siete años. Mientras transcurrían los dos años de subrogación del contrato, Gemma perdió su trabajo y fue pagando el alquiler con el paro, hasta que se terminó. «Fui a Surt a que me ayudaran a preparar mi currículo y ahora hago con ellos un curso de Mediación Comunitaria, aunque, a mi edad, nadie te llama», lamenta la usuaria de Surt, a la que el ayuntamiento le ha otorgado un apartamento de alquiler protegido. En él inicia ahora su nueva etapa, olvidando nóminas tan precarias en su pasado que poco dejarán en su futuro.

    Ahora sabe que la vida se construye en el presente. «En Surt te enseñan a ser fuerte, y a mí, además, me han aportado tranquilidad y compañía. Soy hija única, sin pareja ni hijos,  primos ni tíos. Si no hubiera sido por las amistades... He vivido momentos duros de soledad. Tampoco la sociedad está hecha para vivir uno solo, y menos siendo mujer. Los gastos, y las presiones que tuve para dejar el piso, durante un largo año, no las hubiera tenido de haber sido un hombre. Seguramente mis sueldos ya hubieran sido más altos».