25 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona

El triunfo efímero de la flecha olímpica

Pocas veces un fracaso, en este caso planificado por la Generalitat, ha dado tan buenos resultados

La flecha flamígera disparada por el arquero Rebollo sobrevuela el pebetero del estadio en el momento de su encendido, la noche del 25 de julio de 1992.

La flecha flamígera disparada por el arquero Rebollo sobrevuela el pebetero del estadio en el momento de su encendido, la noche del 25 de julio de 1992.

XAVIER BRU DE SALA

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Cuando faltaban aún tres años para que Barcelona deslumbrara al mundo con los mejores Juegos Olímpicos de la historiaJuegos Olímpicos, los preparativos culturales no se presentaban nada fáciles. Convergència, enfrentada a muerte con los socialistas por el asunto Banca Catalana, acababa de perder su batalla contra Cobi. Aun así, enardecidos con las cifras del rechazo popular inicial al perrito de Mariscal, tan elevadas al principio, los convergentes pretendían cargarse la propuesta de ceremonia inaugural. Afirmaban que se trataba de una retahíla de extravagancias y pregonaban, a las órdenes de Pujol, que los catalanes haríamos el ridículo ante el mundo si no paraban a tiempo aquel desmadre progresista. 

Las discusiones, a las cuales yo asistía como representante de la Generalitat, se eternizaban alrededor del pebetero y la famosa flecha. ¿Y si la desvía una ráfaga de viento o al arquero le falla el pulso? De nada valían los argumentos sobre el sistema alternativo de encendido. Un atleta subiendo las escaleras o nada. El honor del pujolismo estaba comprometido por ofuscación. Las instrucciones de bloquear la flecha y todo el proyecto eran claras. Tan nítidas como obtusas, y a tal fin fue presentada una propuesta alternativa, que se pretendía osada entre comillas y consistía en diluir el magnífico proyecto. Ahorro al lector las maniobras subterráneas que planificamos y ejecutamos con Leopoldo Rodés pero todo el mundo conoce el resultado: Barcelona triunfó porque alguien había desactivado el veto de la Generalitat, de forma que pocas veces un fracaso, en este caso planificado desde dentro, ha dado tan buenos resultados.

VOLUNTAD DE VANGUARDIA

Ahora que algunos se disponen a reivindicar el legado político de Pujol y desligarlo de la corrupción, quizá convenga, después de reconocer que se tragó el orgullo y en términos generales fue un leal colaborador de los Juegos, establecer conexiones entre la quiebra moral del líder que adoraba a hurtadillas el becerro de oro con su animadversión hacia la modernidad y en consecuencia contra el arte, la cultura y el espíritu catalán que va de Llull a Dalí pasando por Gaudí y llega gloriosamente hasta el estallido de los Juegos. 

Desde la Renaixença hasta el triunfo de Pujol, el catalanismo había enarbolado la bandera de la modernidad, en contraste con el retraso histórico y el cierre estético de Madrid. Las formidables energías desplegadas por el catalanismo y la incansable voluntad secular de vanguardia desembocan en la trayectoria simbólica de la flecha lanzada por el arquero Antonio Rebollo que hizo volar la llama olímpica hasta el pebetero. 

A pesar de aquel éxito, tan trabajado como rotundo y merecido, arrastramos todavía las nefastas consecuencias del paso del catalanismo cultural al anticulturalismo de Pujol, adoptado sin complejos tanto por los soberanistas como por los sucesores de Maragall.