Prepublicación del libro 'Crónica del caso Maristas', de Guillem Sànchez (Ediciones B)

Lo que ocultaban los Maristas

Guillem Sànchez publica en un libro el trabajo que hizo junto a sus compañeros de EL PERIÓDICO Jesús G. Albalat, María Jesús Ibáñez, Luis Mauri y Ramón Vendrell para desenterrar los abusos sexuales que sufrieron alumnos de tres colegios maristas de Barcelona y Badalona. Una investigación que suma 43 denuncias contra 12 profesores y un monitor. La obra llega a las librerías el 25 de enero. Lo que sigue es un extracto de la misma.

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"Me contó su historia el jueves 4 de febrero. Toda la información que Manuel Barbero me dio ese día olía igual que las pesadillas que habitan en las buenas ficciones. Eso me asustó porque yo no era ningún escritor. Era un redactor de sucesos que acababa de llegar a EL PERIÓDICO –casi por accidente– y que se moría de ganas de regresar con una buena historia a la redacción. Por eso tuve miedo la primera vez que vi a Manuel, porque sabía que corría el peligro de confundir espejismos con noticias tan malas que solo los periodistas pueden desear que sean de verdad.

Sin embargo, lo que ocurrió a partir de ese día no demostró únicamente que hablaba de cosas ciertas sino también que todas estas, y eso ni siquiera lo sabía él, resultaron ser tan solo una pequeña parte de algo todavía más grande y más difícil de creer. Con la historia de este padre empezó el escándalo de pederastia que sacudió los colegios religiosos de los Hermanos Maristas.

Manuel llegó al café de Les Paraules sobre la una y media del mediodía. Apareció enfundado en un uniforme de electricista y barrió con la mirada el interior de la cafetería hasta que dio conmigo, un tipo cansado de esperarle que hacía añicos una servilleta de papel sobre la última mesa del bar. Nos dimos la mano y él se percató enseguida de que los clientes que teníamos al lado podrían escucharnos sin problemas. Noté que eso le incomodaba. Le propuse trasladarnos a la terraza, donde el ruido de los coches de la avenida de Tarradellas nos dio la discreción que necesitaba Manuel para contarme su historia. Pidió un refresco de naranja, tomó de su carpeta algunos documentos que apoyó sobre la mesa y, sin sacarse el chaleco polar de una franquicia de calderas, me miró a través de sus gafas hipermétropes para que entendiera que estaba preparado. Supongo que lo que yo le dije para que comenzara sería esto: «¿Qué le pasó a tu hijo?».

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Me habló de su hijo mayor, Eric, y de lo que le sucedió cuando empezó la ESO en los Maristas de Les Corts

 en septiembre del 2007. De cómo a partir de entonces los resultados académicos de Eric se desplomaron y de cómo se distanció de sus compañeros de clase. También de la frustración que como padre sintió cada vez que trató de animar a su hijo y de reengancharlo a la senda que seguían sin esfuerzo el resto de estudiantes. De que todo se hundió irremediablemente cuando Eric tiró la toalla en el 2010, tras tres años peleándose contra la ESO y admitir que todavía seguía atrapado en el segundo curso. Y de que él no supo que todo esto también guardaba relación con un profesor de gimnasia del centro que se llamaba Joaquim Benítez hasta mucho tiempo después, porque la explicación que tanto su hijo como la dirección de los Maristas le dieron entonces fue que Eric había fracasado porque los alumnos lo acosaban.

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Eric había cursado primaria en la escuela de los Maristas de Sants y cuando finalizó fue trasladado a la de Les Corts para empezar secundaria. Aquí Eric empezó a decir que no quería ir al colegio porque en clase había un grupo de chicos que lo insultaban. Manuel llegó a acudir a la escuela de Les Corts para buscar a los críos que se metían con su hijo. Ese día no los encontró, pero les mandó un recado: «Decidles a los valientes que se meten con Eric que los estoy buscando para saber si tienen cojones de decirme las mismas cosas a mí».

En el 2010, cuando salió a trompicones de los Maristas, Eric no quiso –y quizá no supo– desmontar la versión oficial del bullying que se habían creído siempre Manuel y su madre, Eva. No quiso porque también era verdad que había sufrido acoso escolar y porque desmontar la versión oficial hubiera implicado aclarar que su derrota académica también guardaba relación con el profesor Joaquim Benítez. Y quizá no supo porque todavía no comprendía que la lluvia de contradicciones que Benítez hizo que cayera sobre él recrudeció el acoso del grupo de chicos que lo insultaba.

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Manuel me explicó que cuando su hijo abandonó la ESO tenía solo 16 años y que Eva y él se empeñaron en sortear aquella situación tratándola como un cambio de planes que convenía aceptar y superar cuanto antes. Le buscaron varios cursos de peluquería y después él logró encontrar algunos trabajos. Nada de eso terminó cuajando. A punto de cumplir los 19, sin la ESO y con una autoestima arrasada por la concatenación de tantas experiencias negativas, Eric se deprimió. Un día se negó a salir de su habitación y a ese día se le sumó el siguiente. Su encierro llevó al límite la convivencia con su familia. «Nos decía que no tenía ganas de vivir, que de lo único que tenía ganas era de morir».

Manuel se detuvo, me miró y quiso que le confirmase que estaba captando todo lo que decía. «¿En qué piensas?», preguntó con una sonrisa tierna que me descolocó. «No lo sé, que es todo muy duro», alcancé a decirle. La respuesta le gustó porque se animó a seguir: «Aún no te he contado nada».

El 21 de diciembre del 2013, la depresión de Eric derrumbó a Eva, su madre. A cualquier madre le hubiera resultado insoportable contemplar el encarcelamiento que se había autoimpuesto un hijo adolescente de 19 años que debería estar suspirando por cada minuto lejos del control familiar y, sin embargo, era incapaz de pisar la calle.

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Eva le dio a Eric un ultimátum. Le avisó de que ella sabía que a él le pasaba «algo» que no contaba y de que si no confiaba en ella y en Manuel y revelaba pronto qué era ese «algo» tendría que marcharse de casa. El ultimátum resultó porque el joven se dio cuenta de que entonces quería –y quizá también sabía– desmontar aquella versión oficial que ocultaba gran parte de la verdad, aunque no dijera ninguna mentira.

Sobre la una de la madrugada, cuando todos estaban ya acostados, sonó el teléfono móvil de Eva. La madre lo cogió de la mesita de noche. Era un mensaje de WhatsApp que Eric enviaba desde su habitación:

–Mama, ¿tú tienes secretos?

–No, no tengo ningún secreto.

–Yo sí tengo un secreto.

–Por favor, estoy muy cansada. Dime qué te pasa.

–Un profesor abusó de mí en los Maristas."