Las FARC: últimos días en la selva

Tras más de 50 años de conflicto armado, la guerra en Colombia ha terminado. Apenas se firme en La Habana la paz dentro de unas semanas, 8.000 guerrilleros abandonarán las selvas colombianas donde han vivido gran parte de sus vidas luchando contra el ejército y los paramilitares. La insurgencia dejará sus fusiles y se reconvertirá en un movimiento político. El suplemento 'Más Periódico' ha pasado junto a algunos de ellos sus últimos días como combatientes.

Dos guerrilleras, deplazándose en lancha por uno de los ríos de la región de Caquetá.

Dos guerrilleras, deplazándose en lancha por uno de los ríos de la región de Caquetá.

TEXTOS Y FOTOS: JAVIER SULÉ

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Llegar a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) suele ser toda una odisea. Por las recónditas selvas, ríos, planicies y sabanas de las regiones del Meta y del Caquetá, en el centro del país, se encuentran esparcidos algunos de los frentes de uno de los bloques más combativos de la guerrilla y el más numeroso de la organización; el Bloque Oriental, conocido hoy como Jorge Briceño. A su encuentro, camino de la profunda selva, y cinco horas después de pasar un último retén del ejército, la presencia del Estado se va desvaneciendo y es entonces cuando asoma el universo 'fariano'.

Son las llamadas «zonas rojas», de estrato campesino, por donde la insurgencia se mueve con soltura, orienta y ejerce su influencia. Las carreteras fueron contratadas y mandadas construir aquí con maquinaria pesada por la propia guerrilla. Están sin asfaltar y en época de lluvias es difícil transitarlas, pero son buenas vías, con algunos tramos casi tan amplios como una autovía, y cuentan con puestos de peaje que ayudan a mantenerlas. Por ellas circulan revolucionarios que cambiaron la mula y el caballo por la moto o el todoterreno, y también un buen número de camiones que transportan ganado. Y es que las grandes explotaciones ganaderas abundan en estas regiones. Las FARC reconocen abiertamente que les cobran un impuesto de 15.000 pesos anuales (5 euros) por cada cabeza de res que poseen. «Nos tenemos que financiar de alguna manera», se justifica uno de los mandos del sector.

TRAYECTO INTRICADO

Pero las «zonas rojas» son solo aquí el punto de partida de un trayecto que, a menudo, prosigue remontando durante horas caudalosos ríos que se intrincan entre la espesura selvática. Y allá, río arriba y jungla adentro, unos 120 guerrilleros y guerrilleras celebran en su campamento el final de la guerra y aguardan el día de la firma del acuerdo final en La Habana. Saben que son sus últimos días en la selva.

Las FARC son un mundo. La disciplina militar, la instrucción política e ideológica y todas las rutinas habituales no se han visto demasiado alteradas. Los guerrilleros siguen formando, se reúnen por escuadras, limpian sus armas, hacen guardia, leen, estudian y toman su tinto (café) por la mañana y su baño por la tarde como lo han hecho siempre.

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El día empieza a las 4.50 de la madrugada y acaba a las seis de la tarde, apenas deja de entrar luz en la tupida selva. A esa hora, todos se retiran a sus 'caletas', las habitaciones guerrilleras hechas de madera y hojas de palma. Ya acostados, muchos se fustigan escuchando por la radio las noticias y las tertulias de las emisoras Caracol o RCN, abiertamente contraria al proceso de paz. Nunca salen bien parados.

«No somos lo que los medios de comunicación dicen. Ellos nos presentan como salvajes e ignorantes, y los ignorantes son ellos. No somos máquinas de guerra. Amamos la vida, nos conmovemos con las situaciones injustas y somos los seres más sensibles que pueden existir», dice la guerrillera Paula Sáenz con cierta rabia.

LOS DOMINGOS, FIESTA

Los domingos descansan. Ese día juegan a voleibol, ensayan danzas y teatro, escuchan música o proyectan películas. El actor español Mario Casas levanta pasiones entre las guerrilleras.' Tres metros sobre el cielo' o 'Tengo ganas de ti' son ya todo un clásico entre la insurgencia, pero igual ríen y disfrutan con una película de Buster Keaton o con 'Los pájaros' de Alfred Hitchcock. 

En el campamento no hay menores, aunque una gran parte llegó a las filas rebeldes siendo niño o niña porque no conocieron otra cosa que la presencia guerrillera allá donde vivían o huían de una situación de violencia familiar, entre otros muchos motivos. En su mayoría fueron seducidos por la vida revolucionaria y vieron en la insurgencia un refugio donde cobijarse que acabó siendo su hogar, su familia y su escuela. Sobre la guerrilla pesa la acusación de reclutamiento forzado de menores que los combatientes niegan. En cualquier caso, una vez dentro ya no había vuelta atrás ni posibilidad de salir. El compromiso con la causa revolucionaria quedaba sellado de forma indefinida, prácticamente de por vida. 

María Martínez tiene 30 años, una cabellera larga que le cae casi hasta el suelo y siempre está increíblemente risueña. Ingresó en las FARC cuando tenía 12 años y empezó a cargar un fusil con 14. Reconoce que era una niña y que a esa edad quizá debería haber estado jugando, pero tampoco lo extrañó. «Aquí casi todos somos hijos de campesinos y desde muy chiquitos nos tocó ir a trabajar. Yo lo hice con 7 años para ayudar en casa. Recuerdo que me gané una bicicleta en la escuela por cantar pero mi hermana se enfermó y para poder comprar la medicina tuvimos que venderla. Por eso creo que aquí en la guerrilla nos gusta tanto jugar y hacer bromas porque es muy raro el guerrillero que haya tenido infancia», dice. 

EL SUEÑO DE SER CIRUJANA

También Jineth Sánchez entró en las FARC siendo niña. Tenía 13 años. Hoy, a sus 18, todavía con rostro infantil, es enfermera en uno de los hospitales móviles de la guerrilla y su sueño es ser cirujana. Está convencida de que si no hubiera ingresado en la guerrilla, sería campesina como sus padres. «En el campo no hay oportunidades porque el pobre en este país no puede estudiar. Allá no teníamos ni escuela ni acceso a la salud», recuerda. 

El campamento lleva ya un mes sin levantarse del mismo lugar, algo impensable en otras épocas. Pero aun con la tranquilidad vivida en estos últimos meses y la declaración del final definitivo del conflicto armado en Colombia, las huellas de la guerra no son fáciles de borrar. Todos han visto morir a su lado a algún compañero y han vivido la dureza de los bombardeos aéreos. Camila López todavía recuerda la madrugada del 22 de septiembre deL 2010 cuando el guarda gritó «¡a las trincheras!» y en plena noche apenas pudo coger las botas para lanzarse a la zanja cavada junto a su caleta. Las bombas cayeron durante horas y luego tuvieron que enfrentar el desembarco de 400 militares.

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Por la tarde de ese mismo día supieron que Víctor Julio Suárez, alias 'Jorge Briceño' y más conocido como el 'Mono Jojoy', había quedado atrapado entre los escombros de su búnker y había fallecido. «El camarada Jorge era un padre para nosotros. El Gobierno pensó que con ese golpe quedaríamos tan desmoralizados que saldríamos en desbandada a desertar, pero lo que encontraron fue resistencia. Los combates se alargaron por tres meses», recuerda esta guerrillera de 28 años que acaba de protagonizar el documental 'La flor de la lengua de vaca' del cineasta español Germán Reyes. Para el Estado, en cambio, el 'Mono Jojoy' no solo era el máximo jefe del Bloque Oriental de las FARC sino también uno de los rebeldes más sanguinarios de la organización guerrillera.

BASTIÓN HISTÓRICO

Y es que todas estas zonas del Meta y del Caquetá han sido un bastión histórico de la guerrilla y por consiguiente uno de los grandes campos de batalla de la confrontación contra la insurgencia. El expresidente Álvaro Uribe impulsó aquí el llamado Plan Patriota, una ofensiva continuada de casi nueve años donde se desplegaron 16.000 militares en la región para hacer frente al Bloque Oriental.

Ante tanto asedio militar, fue este bloque el que más desarrolló la cirugía de guerra y acabó formando a decenas de guerrilleros como cirujanos, anestesiólogos y enfermeros. A solo una hora en lancha, las marcas de la guerra también se sienten en uno de los cuatro hospitales móviles que las FARC tienen en el área. Salvo alguna excepción, nadie tiene título. Todo lo aprendieron a base de experiencia y de estudio en las propias escuelas de medicina de la guerrilla.

Enclavado en la selva como un campamento más, el hospital cuenta con lo mínimo imprescindible: un equipo portátil de rayos x, un quirófano y una sala de construcción de prótesis para amputados. Aquí se han operado y atendido todo tipo de patologías, en especial heridas de guerra, fracturas, hernias, perforaciones de hígado, apendicitis y cualquier enfermedad tropical, ya sea paludismo, dengue o la temida leishmaniasis, un frecuente y grave problema producido por la picadura de un insecto chupador de sangre que provoca ulceras cutáneas. Ricardo es uno de los pacientes del hospital. Tiene 25 años y está esperando que le construyan una prótesis para su pierna. Hace cuatro meses pisó una mina y tuvieron que amputársela. Su recuperación física y psicológica ha sido muy rápida. «Son cosas de la guerra», dice, optimista.

TRÁNSITO A LA VIDA CIVIL

Ricardo es una víctima más de las que ha dejado esta confrontación entre ejército, paramilitares y guerrilla, y cuyas cifras son aterradoras. Se estima que el conflicto armado colombiano ha provocado cerca de ocho millones de víctimas entre asesinatos, mascares, desplazamiento forzado, violencia sexual, desaparecidos u otras muchas modalidades de violencia. 

La guerrillera Patricia Martínez dice que pueden reconocer haber cometido errores en esta guerra, pero que en ningún caso se les puede atribuir a ellos tal magnitud de víctimas. «A nosotros nos han querido presentar como los causantes de la guerra pero aquí la mayor violencia y el mayor número de víctimas lo causaron los paramilitares creados por el mismo Estado. Por medio de ellos se ha masacrado y se ha desplazado a millones de personas para quedarse con sus tierras», afirma.

Y es cierto y un hecho constatable que los paramilitares han sido los máximos responsables del horror y las muertes vividas en Colombia. Pero según publicaba la revista 'Semana', citando fuentes oficiales de la Fiscalía, a las FARC se le atribuye la destrucción de algunos pueblos enteros,  el  secuestro de 2.818 militares y políticos y de tener abiertos 11 procesos por narcotráfico. Sobre el secuestro, algún alto dirigente guerrillero ya ha reconocido abiertamente que fue un error haberlo practicado. Y en cuanto a su relación con el narcotráfico insisten que tan solo cobraban un impuesto a los narcotraficantes. 

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NI DINERO NI APEGO A LA FAMILIAL

Sea como sea, a excepción de los altos mandos, ningún guerrillero raso deberá pasar por un tribunal. En unas semanas todos dirán adiós a la selva donde vivieron tanto tiempo para dirigirse a alguna de las zonas de ubicación asignadas en su tránsito hacia la vida civil. Dicen que lo que más echarán de menos será la fraternidad de vivir en colectivo y el contacto con la naturaleza.

Cambiar el chip no será fácil. Nunca tuvieron salario ni dinero propio en los bolsillos. La guerrilla les costeaba todo lo básico que necesitasen. Y están tan acostumbrados a vivir en colectivo y a la disciplina y subordinación militar que no muestran demasiado entusiasmo con la idea de poder formar un hogar y tener hijos. Tampoco sienten una emoción especial por poder reencontrarse con sus familias. Quieren seguir unidos y su amor a la revolución está tan por encima de todo que son pocos los que se atreven a expresar sueños o deseos individuales. Rubi sí lo hace. Le gustaría aprender a tocar algún instrumento musical. También Yurani, a la que le encantaría conocer España. Damaris sueña con poder ver el mar, y William, con ser bailarín de salsa. 

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