Kellyanne Conway: la mujer que susurra a Trump

Conway, el lunes, en el Despacho Oval, con líderes de uiversidades y 'colleges' de tradición afroamericana.

Conway, el lunes, en el Despacho Oval, con líderes de uiversidades y 'colleges' de tradición afroamericana.

IDOYA NOAIN

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La tormenta viral de la semana de la Administración Trump la ha desatado una imagen: Kellyanne Conway, consejera del presidente, de rodillas y con los zapatos en un sofá del Despacho Oval, jugueteando con su móvil mientras el presidente posaba para una foto de grupo con representantes de 'colleges' y universidades negras de EEUU. El gesto ha provocado un torrente de críticas por la aparente falta de respeto, tanto al escenario como a los invitados. Y aunque otras imágenes dan algo de contexto al momento (justo antes Conway tomaba su propia foto con su móvil y supuestamente trataba de no bloquear las cámaras de los fotógrafos), ella se ha defendido diciendo que «no pretendía faltar al respeto» y la derecha ha contratacado recuperando instantáneas de Barack Obama en actitudes relajadas en el mismo lugar (con los pies sobre la mesa, sentado sobre el mueble o jugando con un balón). La tormenta, sin embargo, parece parte ineludible del 'efecto Conway'.

"EXPLICADORA EN JEFE"

Desde el 20 de enero (el día en que pudo celebrar en la toma de posesión su 50º cumpleaños), Conway es la mujer más poderosa del nuevo Washington (con permiso de Ivanka Trump). Tiene el oído y la confianza de Trump, con quien se convirtió en la primera jefa de una campaña republicana victoriosa en unas presidenciales. Y aunque se negó a ser su portavoz, es quien traduce, interpreta o trata de remodelar sus mensajes, funciones que le han reportado el apodo de «explicadora en jefe» pero que también le han convertido en el rostro público de la elástica relación con la verdad de una Administración en declarada guerra con los medios de comunicación.

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Conway es quien defendió la propagación de «hechos alternativos» en el tercer día de gobierno y quien se inventó «la masacre de Bowling Green» que nunca existió (osando criticar a los medios por no cubrirla). También es quien usó una aparición en la Fox para hacer publicidad de la marca de ropa de Ivanka, una violación de las normas éticas del personal del Gobierno por la que ha recibido dos sesiones de asesoría pero de la que saldrá inmune (porque se ha concluido que fue un comentario «desenfadado»). Y sus tácticas de comunicación, que incluyen no contestar a lo que se le pregunta, han hecho que algunas cadenas, como CNN y MSNBC, se hayan planteado dejar de invitarla o de darle voz. «No es solo mentir, hacer propaganda o tener talento en el arte político de empaquetar lo mejor posible las cosas o no contestar -ha analizado Jay Rosen, profesor de Periodismo de NYU-. El problema es que, cuando acabas de escucharla, probablemente entiendes menos».

Conway es una pieza clave en el engranaje de esta Casa Blanca, como lo fue en la campaña de Trump. Aunque a principios de las primarias trabajó para un Supercomité de Acción Política que apoyaba a Ted Cruz y que financiaban los megadonantes conservadores Robert y Rebekah Mercer, cuando ese dúo padre-hija decidieron (animados por Steve Bannon) poner sus arcas al servicio de Trump, instaron a este a que fichara a Conway.

«POSFEMINISTA»

Trump ya la conocía, porque ella y su marido, George -abogado que intrigó y desde las sombras jugó un importante papel en el 'impeachment' de Bill Clinton y con quien tiene tres hijas y un hijo-, compraron un apartamento en el 2001 en uno de sus edificios. Y también tenía referencias de esta abogada que fundó su propia empresa de encuestas en 1995, que se había especializado en identificar la relación de las votantes con los republicanos y había trabajado en campañas para otros conservadores como Newt Gingrich, Mitt Romney y el ahora vicepresidente Mike Pence. El magnate inmobiliario había tenido dos jefes de campaña antes, pero a la tercera fue la vencida.

Conway -que se ha convertido en uno de los tres o cuatro rostros del llamado «feminismo conservador» gracias a sus apariciones en programas televisivos como el de Bill Maher- es ahora la encarnación de su ascenso al poder. Pese a haber sufrido acoso sexual en un mundo político dominado por hombres, minimizó la trascendencia de aquel «cogerlas por el coño» que dijo Trump. Y ahora usa su púlpito para acusar a otro feminismo de ser «pro-aborto y anti-hombre» y se califica a sí misma como «posfeminista: una de esas mujeres producto de sus elecciones, no víctima de sus circunstancias».