Discútelo

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RISTO MEJIDE

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Hay palabras que vuelan, palabras que cogen altura y no aterrizan jamás. Palabras que sanan, a las que puedes subirte y volar lejos, muy lejos, hasta donde te dé la ingenuidad. Son palabras grandes de lo pequeñas que aparentan ser. Palabras como 'muchas gracias', palabras como 'te amo', palabras como 'perdón'. Palabras necesarias hasta para poder respirar. Y luego están las palabras caídas. Palabras que se dijeron en un momento inadecuado.

Las palabras caídas son las que se pronuncian en cualquier discusión. No porque no valiesen, sino porque generalmente no fueron bien elegidas. Y ese error suele cometerse siempre en el peor de los momentos, en el fragor de la batalla. Son palabras vacías, que pasarían por inocuas si no fuera por lo inoportunas que se suelen pronunciar. Pero como parecen llevar un mensaje importante, son percibidas y recibidas con demasiada atención. Eso es lo que les hace letales. Que se nos caigan de la boca e inmediatamente, antes incluso de que quien las disparó pudiese evitarlo, ya se estén rompiendo. Contra el suelo, contra algo, contra alguien, da igual. Y lo peor no es eso, lo peor es que por el camino también arrasan con todo lo que encuentran. Por eso, te pido, te ruego, discútelo. Discútelo.

La discusión es a la pareja lo que la consulta de un médico a la longevidad. La única manera de evitar a toda costa la primera es renunciar a la segunda. Por eso siempre he pensado que las parejas que no discuten, nunca son parejas, que jamás lo fueron, pues no llegaron a conocerse de verdad.

Discútelo. Discútelo mucho. Que aprender a discutir no es dejar de hacerlo. Más bien todo lo contrario. Aprender a discutir es conocerse cada vez mejor, y eso significa, para empezar, jamás discutir sobre cosas ya discutidas. Una discusión redundante es una discusión inacabada, y eso significa que se ha estado discutiendo mal. El peor deja vú es el que se enquista, se eterniza, un conflicto crónico que puede llegar a mataros. Pero tras cada conflicto puntual os espera lo que aún no conocíais del otro… y de uno mismo.

Discútelo. Pero eso sí, discútelo bien. Es tan importante aprender a discutir. Ojo, que es un aprendizaje que no acaba nunca, pues comienza de cero con cada nuevo problema y con cada relación. El problema es el tablero, los argumentos son las piezas y la discusión serán los movimientos permitidos esta vez. Y ahí andan estos dos jugadores dispuestos a imprimir su estilo en la contienda que ambos pretenden ganar, cuando lo ideal sería que acabaran en tablas.

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Discútelo. Negaré que lo he escrito, pero aprender a discutir también significa aprender a escuchar. Ésa es la parte más difícil del proceso. Porque toda discusión actúa como un tapón de cera. Un tapón feo, antihigiénico y terriblemente aislante. Así que lo primero que hay que hacer cuando se discute es destaparse los oídos, ocupados por argumentos presuntamente irrefutables, y tratar de practicar desde el minuto uno la regla de los diez segundos. Darte siempre ese tiempo para pensar lo que la otra persona ha dicho antes de contraargumentar.

Por último, discútelo, que discutir implica concederle al otro la presunción ya no de inocencia, sino de verdad. Aunque sólo sea por un momento, la duda que nos asalte sea la de que nunca estamos en posesión de nada. La verdad es una suma inexacta de verdades individuales que jamás será completa. Y para eso, para redondearla, siempre necesitaremos la versión del otro. Es un ejercicio que cuesta porque choca frontalmente con nuestro tapón de cera y con la música interior a todo trapo, también llamada ego.

Lo mejor de las discusiones, de todos modos, suele venir después. Y es que la prueba de que se ha discutido bien es bastante inmediata. Enseguida llega la mejor parte, dividida en tres actos, como toda buena tragicomedia. Las disculpas por ambas partes, el reconocimiento de errores mutuos y la reconciliación sincera.

Hay parejas que la acaban sudando en la cama y otras que prefieren zanjarla mirando una peli en el sofá. A mí eso, sinceramente, me da igual. Lo que importa es que después de cada calentón y vuelta a tierra, esas dos personas se sientan un poquito más juntas que antes, un pasito más allá.

Y eso sí que no admite discusión.