25 años de los JJOO de Barcelona

Un día imborrable para Tricicle

El COOB temía que se malinterpretara la reverencia al Rey, pero nosotros estábamos seguros de que funcionaría

Un barco de papel con la mascota Cobi como tripulante en la ceremonia de clausura.

Un barco de papel con la mascota Cobi como tripulante en la ceremonia de clausura. / periodico

CARLES SANS

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Los Juegos Olímpicos fueron unos días maravillosos en la que nosotros –Tricicle– vivimos una experiencia especialmente potente durante la participación en la ceremonia de clausura ceremonia de clausurade aquellos Juegos. A priori, nuestra intervención fue cuestionada por el comité organizador porque no existía ningún antecedente con humor en ceremonias pasadas, y desde el COOB se temía que nuestro lenguaje no encajase en un acto, digamos, formal. Pero como Barcelona'92 parecía impulsada por un movimiento de espíritu rompedor, se acabó apostando por nosotros.

El reto más complicado fue encontrar un sketch que llegase a los espectadores del estadio con eficacia sin que fuera absorbido por la grandiosidad del espacio. Fue un acierto crear una historia que ocupara por completo el estadio a partir de una carrera de marcha atlética protagonizada por los tres y un pelotón de perseguidores. Distribuimos estratégicamente una serie de gags en varios puntos, de modo que cada sector pudiera disfrutar visualmente de al menos uno.

EL MOMENTO 'CRÍTICO'

Había particularmente un momento que al comité le preocupaba: cuando llegábamos a la altura del palco de autoridades, parábamos en seco nuestra carrera y ejecutábamos una reverencia dirigida directamente al rey Juan Carlos, que presidía la tribuna. El COOB temía que aquello fuera malinterpretado, pero insistimos porque estábamos convencidos de que funcionaría.

Minutos antes del comienzo el estadio rugía, la megafonía atronaba y la fiesta estaba a punto de comenzar. Inaugurábamos la ceremonia: salíamos inmediatamente después del himno nacional español. Nerviosos, calentamos en los pasillos interiores del estadio. Éramos conscientes de la envergadura de lo que nos esperaba, aunque no tanto como lo fuimos al acabar.

Llegó el momento. Salimos al estadio impulsados por la música que había compuesto el añorado mestre Bardagí, y nos topamos con las caras de felicidad y de entusiasmo de un público anónimo que nos arropaba con sus jaleos y sus aplausos. Al llegar frente a la tribuna, la prueba de fuego, ejecutamos la reverencia y un plano televisivo del Rey mostró al mundo la risa divertida y abierta del monarca, que provocó que todos los que le rodeaban se rieran de inmediato como él. 

Seguimos dando la vuelta con la adrenalina disparada y esos cinco minutos nos parecieron segundos. Cruzamos la meta habiendo cumplido con el objetivo. El estadio aplaudía con fuerza mientras las últimas notas de la música ponían el punto final a nuestra participación. Un éxito. Después, con la sensación de alguien a quien le han dado una paliza, nos sentamos en las gradas del estadio, entre el público. Yo, junto a la mujer que unos días después sería mi esposa… Otro motivo por el que aquel 92 es imborrable.