Cuarto decenio

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RISTO MEJIDE

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Negaré que lo he escrito, pero ya no me creo nada. O mejor dicho, ya no me creo nada de lo que me solía creer. Ahora me creo otras cosas aún más inverosímiles. Sí, he pasado de la ingenuidad directamente a la superchería. Y todo por culpa de la experiencia, que me ha enseñado a no decir jamás de este agua no beberé, este cura no es mi padre ni este bicho no me cabe. Por eso, bien entrado ya en mi cuarto decenio, el primero profundamente libertino y liberal, quiero dejar bien claro todo aquello en lo que jamás pensé que creería, y resulta que sí.

Creo en los fantasmas. Militantes y simpatizantes del 'Fake it till you make it'. En la mayoría de cargos, encargos, profesiones y habilidades, me estoy dando cuenta de que la diligencia ha ido dejando paso a la autoestima. William Goldman lo dejó escrito en su mejor libro. Nadie. Sabe. Nada. Por eso, al final el que triunfa es el que antes engaña a los demás haciéndoles creer que puede hacerlo. A base de hacer ver que lo sabes hacer, al final lo acabarás haciendo. El morro es la mejor escuela para la vida. La simpatía, su mejor máster. Y la empatía, su posgrado.

Creo en los muertos vivientes. Los veo cada mañana yendo a trabajar. Arregladitos, aseaditos, ocupadísimos e importantísimos. Tú también los conoces, no me jodas. Una vez, hace mucho tiempo, ellos decidieron sustituir el ser por el tener, y ésa fue la forma más rápida y segura de vender su alma al diablo. Jamás leyeron ni supieron de Erich Fromm. Resultado: hoy deambulan por la vida con una tarjeta de visita, porque están de eso, de visita.

Ojo que también creo en los ovnis. Objetos volantes no identificados. Aunque no sean objetos y aunque sí los tengamos perfectamente identificados. Da igual. Lo más importante es que vuelen, que como decía el maestro, no sean gaviota en el mar. Que sepan separarse del suelo cuando sea necesario. Burlarse de la fuerza de gravedad. Porque la gente tira a matar cuando volamos muy bajo. La gente tira a matar cuando volamos muy bajo.

Creo en los cocineros. Creo que son los nuevos magos. En mi casa, la cocina es la única estancia elevada y separada por dos escalones de las demás. Ya no es cocina, sino altar. Y no por los sacrificios que allí se producen, porque soy cada vez más vegano, sino por su condición de escenario, de ábside, de espacio propiciatorio para el maestro de ceremonias, ese gran prestidigitador. Y por la misma razón que nunca pretendo desvelar los trucos de magia, también me resisto a aprender a cocinar. De este modo vivo ignorantemente fascinado y con el estómago feliz.

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Creo en las hadas. Aunque tengo que reconocer que alguna acabó siendo una bruja. Pero hoy sé que existen seres maravillosos que acuden y aparecen en tu vida justo cuando más los necesitas. Para quererte mucho, o para quererte bien. Depende de lo que se quieran a ellos mismos, o a ti. Eso sólo te lo acaba dictando el tiempo. Tan sólo has de saber sentarte, tomar nota y escuchar. Yo lo vi tarde tantas veces. Pero gracias a eso, hoy creo en la magia de cerca, la de verdad.

Creo en el duende. No en los duendes, sino en el duende. Porque sólo hay uno, ése que te eriza la piel sin pedir permiso. El que se te aparece ante la gente con talento, la gente que sabe emocionar a los demás. Provocan emociones, no necesariamente positivas, y ahí radica el verdadero talento. Por eso es siempre tan delicado. Porque eres tan frágil como lo que eres capaz de provocar.

Y por último, para que veáis lo ingenuo que llego a ser, aún creo en la honestidad, la correspondencia entre lo que se dice y lo que se piensa. Y creo en ella si y sólo si va vinculada a la integridad, la correspondencia entre lo que se hace y lo que se dice. Creo en la gente que admite sus errores sólo si los corrige. Y creo que las segundas oportunidades son siempre otra primera que nosotros nos hemos empeñado en comparar.

Así las cosas, a base de creer en cosas paranormales, he dejado de creer en la normalidad. Desconfío cuando alguien me dice que se considera una personal normal. Y ahí es donde viene el consejo que no me has pedido. Huye de la normalidad, porque es esa mentira que siempre saludaba a los vecinos. La normalidad es el recibidor de una casa aparentemente limpia que oculta algo podrido en el desván.