Portavoz y jefa de los espías

Juancho Dumall

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Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta del Gobierno que más poder ha acumulado en ese cargo en la historia de la democracia española, ha pasado con buena nota su primer examen como portavoz del Gobierno. Durante la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Ministros, Sáenz de Santamaría ha mostrado buenas cualidades de comunicadora, conocimiento de la estructura del Estado y prudencia política.

           No está mal, aunque conviene inmediatamente decir que no lo tenía demasiado difícil. Su comparecencia ha tenido el tono amable que corresponde a un Gobierno que se acaba de constituir y que, por tanto, aún no ha tomado decisiones polémicas ni ha abordado recortes impopulares. Por tanto, rueda de prensa de guante blanco que, eso sí, deja la sensación de que el presidente, Mariano Rajoy, ha acertado con el rostro que va a transmitir las acciones del Gobierno. Madre reciente, joven (es, con 40 años, la de menos edad del Gabinete), con fama de persona accesible y en pleno ciclo navideño, mucho se le tenía que torcer la mañana para no salir airosa del envite.

            Especialmente significativa de por dónde puede ir su estilo como portavoz ha sido la respuesta a un periodista que preguntó su opinión sobre el hecho de que solo hubiera cuatro mujeres en el Gobierno. Lo importante, vino a decir, no es si hay hombres o mujeres, sino que el Gobierno cumpla sus objetivos. O sea, la eficiencia está por encima de todas las consideraciones. No lo dijo, pero se entrevió que Rajoy pone punto final a las cuotas y a los discursosprogressobre la paridad.

            Muchos opinan que el gran peligro que tendrá la silla de portavoz del Gobierno puede no venir, sin embargo, de la comunicación de las duras medidas de ajuste que se avecinan, sino de la adscripción del Centro Nacional de Inteligencia a la Presidencia del Gobierno. Dicho de otra manera, de que Saénz de Santamaría -Soraya, como ya le llaman en algún periódico madrileño para ahorrar espacio en los titulares, pero también para arrimarse con esa familiaridad al calorcillo que desprende el poder- sea la jefa directa de los espías le deja abierto un flanco a las alcantarillas del Estado, allí donde surgen los más demoledors escándalos. Los lectores de Le Carré y de Graham Greene saben que las andanzas de los agentes secretos muchas veces estallan tras los muros de los palacios de Whitehall.