Vivir sin crédito

Joaquín Romero

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En los últimos meses se ha hecho habitual encontrar noticias sobre pequeñas empresas que se proponen hacer ampliaciones de capital, o que ya están tramitándolas, por cantidades muy modestas en comparación con las cifras que normalmente se manejan al hablar de estos asuntos: todas ellas por debajo de 500.000 euros. Los medios se hacen eco de esas operaciones no por su cuantía, evidentemente, sino por alguna de las características de la compañía protagonista, bien sea la originalidad de su producto, el perfil de los empresarios, etc.

Hace apenas un año ese tipo de movimientos no hubieran merecido ninguna atención de los diarios, aunque el proyecto empresarial fuera igual de interesante. La diferencia está en que, entonces, lo normal era que cuando un emprendedor necesitaba un volumen de capital de esas cuantías recurría a una póliza de crédito normal y corriente o, como mucho, a un inversor particular --business angels-- si lo que se traía entre manos era novedoso y la propia empresa también era de creación reciente. En consecuencia, no necesitaba dar a conocer la operación.

Ese cambio en el sistema de financiación empresarial supone una evolución muy profunda para este país, donde las fórmulas más tradicionales para dotarse de recursos eran cualquiera, menos las que pasaban por enseñar las cuentas a extraños. El mundo anglosajón siempre ha sido más abierto en este terreno, lo que sin duda ha contribuido a dar volumen a sus empresas.

Pero si aquí las cosas ya no son como eran no es por un cambio de mentalidad, sino porque la banca restringe el crédito de tal manera que tanto empresarios como particulares han empezado a interiorizar la nueva situación como algo normal a lo que hay que acostumbrarse. Cuando se pregunta a un pequeño empresario, admite que efectivamente tiene que trabajar como se hacía en los años 50 o 60, sin contar demasiado con el banco: tanto tienes, tanto haces. Es volver atrás. No hay crédito, y si lo encuentras es a un precio imposible.

Son los primeros síntomas de un proceso de desbancarización que tendrá consecuencias, también para las entidades financieras. La crisis de los años 90 provocó algo semejante en Japón, que se ha pasado 20 años con la economía estancada, entre otras cosas porque la gente dejó de financiarse a través de los bancos, lo que ralentizó el crecimiento del país y tuvo efectos muy nocivos en el sistema financiero.