Mejor no hablar

Joaquín Romero

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A partir del momento en que las encuestas le dieron por vencedor en las elecciones generales,Mariano Rajoyempezó a hablar menos, dejó de pronunciarse sobre los grandes temas; incluso convocó ruedas de prensa en las que no se le podía preguntar. Pero en la campaña electoral era materialmente imposible mantener la posición, así que tuvo que decir algunas cosas. Y lo mismo le ocurrió en la sesión de investidura.

       A pesar de lo poco que dijo --solo hay que mirar las hemerotecas para comprobar cómo se le afeaban sus clamorosos silencios--, ahora algunos le reprochan estar traicionando sus compromisos. Esas críticas, en realidad, no hacen más que confirmarle en su inclinación natural a moverse en la indefinición, una actitud que tan buenos resultados le ha dado a lo largo de su carrera política.

       Probablemente sin proponérselo, el locuazLuis de Guindosda la razón a su jefe cada vez que puede. El nuevo ministro no se conforma con invadir día sí y día también las competencias de su compañero de GabineteCristóbal Montoro, sino que se permite dar titulares de portada a la prensa internacional que castigan las finanzas españolas: desde el lío del 8% de déficit público a los problemas bancarios. Por cierto, ¿de dónde habrá sacado la cifra de 50.000 millones de euros que necesita la banca española para terminar de capitalizarse?

Pero de todas formas,Rajoyva a tener suerte. No es probable que quienes le censuran sus contradicciones aguanten mucho el tipo.

A estas alturas, el mismo país que no recibió ninguna explicación del Gobierno anterior sobre su drástico cambio de política económica y que se limitó a darle la espalda en las urnas, ya ha digerido que los recortes son imprescindibles, que la purga es el único remedio posible para curar el empacho generado tras vivir tanto tiempo por encima de sus posibilidades.

Los efectos anestésicos de ese fatalismo en que se ha instalado España hacen que nadie se escandalice cuando se le informa de que no habrá nuevas subidas de impuestos --las que más dolerán, y a más gente-- hasta que pasen las elecciones andaluzas; que nadie denuncie que un Gobierno ponga los intereses electorales de su partido por delante de los generales en una situación tan grave.

La habilidad de los estrategas del PP ha conseguido que incluso consagrados economistas de izquierdas alaben sus primeras medidas, en las que detectan aroma socialdemócrata. Una imagen que el Gobierno volvió a cultivar ayer con una inusual destreza al anunciar nuevos esfuerzos contra el fraude fiscal y su intención de pedir información al Banco de España sobre los sueldos de los banqueros intervenidos.