El hundimiento

Joan Manuel Perdigó

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Los acontecimientos de las últimas semanas refuerzan la impresión de que algo gordo se está fraguando. Las señales, cada vez más fuertes, indican que nos dirigimos hacia algo parecido a un cambio de régimen. Palabras mayores, hablamos de la posibilidad de una trasformación radical de las reglas de juego, en vigor desde que se instauró el sistema democrático. Para que nos demos cuenta de qué estamos hablando, tomemos un poco de perspectiva. Desde que concluyó la guerra civil en 1939 hasta que el dictador expiró en su cama en 1975 pasaron 36 largos años. Pues bien, desde que se inició el periodo constituyente con las elecciones de 1977 hasta hoy han pasado otros 35.

Vayamos por partes. La crisis mundial es extremadamente grave, pero va por barrios. Europa es de las zonas más golpeadas, y dentro de ella el caso español es especialmente dramático. Por mucho que personajes tan significados como el ministro De Guindoso los presidentes del Santander y de la Caixa,Emilio BotíneIsidro Fainé,auguren estos días que lo peor ya ha pasado y que entramos lentamente en la senda de la recuperación, más valdrá no hacerles mucho caso. Es el sonsonete que se repite desde que España cayó en la primera recesión, en el 2009. Repasen las hemerotecas. Siempre suena la misma partitura: 'un esfuerzo más, que ya llegamos'.

El horizonte del rescate

Pero, a dónde llegamos? Seguimos con una deuda descomunal entre pública y privada de casi cuatro billones de euros, que es prácticamente impagable; tenemos algún resquicio en los mercados (que nos prestan dinero para seguir funcionando) pero no por mérito propio, sino porque el BCE ha dejado claro que, de momento y por la cuenta que le trae a la UE, no nos dejará caer. Pero sabemos que tarde o temprano tendremos que pedir el rescate total. Hemos alcanzado prácticamente los seis millones de parados (26% de la población activa) y en el horizonte no hay un solo signo de que en los próximos años logremos crecer a un ritmo mínimo del 2,5% para restar enteros a una cifra que aún no ha tocado techo.

¿En qué ha cambiado nuestro sistema productivo desde el 2008? Prácticamente en nada. Se ha hundido al construcción y la banca, hemos recortado lo superfluo y lo esencial sin solución de continuidad hasta el punto de dejar el país inane, con el consumo interior bajo mínimos --uno de los motores de la economía-- y mantenemos una limitada capacidad exportadora. El selecto sector de la exportación, que podría abrir la senda de futuro es demasiado pequeño y padece anemia creditica. Hemos tenido recientemente noticias positivas en el campo industrial, como las inversiones de Ford, Seat y Nissan, pero solo sobre la base de ganar en competitividad por la vía de la reducción de costes salariales, no por innovación. No hay más, y precisamente por ello las nuevas generaciones se aprestan a huir, convencidas de que a diez años vista este país no tiene nada que ofrecerles. Y sin jóvenes preparados no hay futuro.

Y ahí enlazamos con la otra pata de la crisis, la política. La retahíla de casos de corrupción que asuelan el país puede dar la falsa imagen de que la casualidad ha querido que el sistema político haya entrado en barrena justo cuando la economía se ha desmoronado --"Ahora que empezábamos a despegar", se lamentaba el otro díaCospedal--. En realidad ha sido la acción de los vasos comunicantes la que nos han llevado hasta aquí. Construimos un sistema democrático con enormes deficiencias, hermético, con los resortes básicos clientelares y en manos de muy pocos, siguiendo las pautas bipartidistas de la Restauración del XIX, ahora encarnada en el PSOE y el PP (con la guinda de CiU y PNV). Derecha e izquierda convinieron en levantar un modelo productivo basado en un desarrollismo de manual, con sobredosis de sol y tocho, generadores de dinero rápido en épocas expansivas. Durante más de dos décadas han llegado a España montañas de millones de euros, fruto de la integración europea que, como ya ocurrió en los siglos del Imperio, lejos de ser estímulo para crear una economía competitiva, actuaron como dulce morfina paralizante, con la complacencia de casi todos.

Descomposición

Ahora el sistema hace aguas, sus propias deficiencias impiden la regeneración, y la abrumadora mayoría del PP bloquea cualquier cambio, con la próxima cita en las urnas en las aún lejanas europeas de junio del 2014 (proceso catalán al margen). Solo hay que ver el estado de los grandes partidos, desacreditados por su errática y fraudulenta actuación ante la crisis y minados por una corrupción que, en contraste con las privaciones de sus votantes, es aún más lacerante. Las encuestas, como la del domingo de El Periódico, ya indican una tendencia acelerada a la fragmentación parlamentaria. Una situación social tremendamente crispada y una crisis general de los grandes partidos abre la puerta a liderazgos populistas como el deBerlusconi,en el peor de los casos, o tecnocráticos como el deMonti,en el menos malo. Mientras, sigue ese compás de espera caracterizado por una indignación creciente que, sin embargo, no cristaliza en explosión social. Solo el miedo a lo que aún podemos perder actúa como factor retardatario.

Nadie puede predecir cuánto tiempo vamos a permanecer en este equilibrio precario, pero la presión sigue subiendo. Estos días, solo unos pocos miles de personas se han concentrado ante las sedes del PP para expresar su indignación por el 'casoBárcenas', pero ya hay más de 800.000 firmas recogidas en internet pidiendo que rueden cabezas. Nuevas revelaciones en alguno de los procesos abiertos o un incidente aislado, como los suicidios en el caso de los desahucios, pueden a la postre liberar toda la energía contenida en estos cinco años de sufrimiento y decepción. Valdría la pena recordar qué pasó entre el 11 y el 14 de marzo del 2004 cuandoAznar, AcebesyZaplanapretendieron insultar a la inteligencia de los ciudadanos. Entonces la marea 'solo' se llevó por delante un Gobierno, mañana puede hundirlo todo.