Decir cosas por la boca

Joan Barril

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Si Hitler no se hubiera suicidado en su búnker y hubiera sobrevivido hasta nuestros días camuflado de rico hacendado en algún lugar confuso de América Latina, hoy el monstruo del Tercer Reich seria considerablemente rico. Le habría bastado con registrar en alguna oficina de la propiedad intelectual los conceptos nazi, holocausto, fascista, cámaras de gas, Auschwitz y otros desgraciados conceptos de la mayor tragedia organizada por el hombre. De haberlo hecho así, Hitler habría percibido derechos cada vez que algún ignorante de la historia hubiera hecho uso insultante de la obra del asesino más grande del siglo XX. Sobre todo en España, país donde se persigue a los jueces que quieren abrir las fosas comunes y se mantiene con toda pompa el Valle de los Caídos. La paradoja es que aquí el insulto más socorrido cuando alguien nos quiere llevar la contraria es «fascista». Y cuando el nacionalismo español se encuentra con el nacionalismo periférico se reduce a este último a mero comparsa de los nazis, que es el pozo más profundo en el que no cabe ninguna argumentación.

El delirio de los apellidos

Hasta ahora se hablaba de millones de euros. Se había llegado a decir que la culpa de la crisis era de las comunidades autónomas, hasta que alguien cayó en que tal vez el gran problema era la frivolidad del propio sistema bancario español. A las autonomías se las puede someter al pacto del hambre y darles con un humillante cuentagotas aquello que se les debe. Pero a la banca hay que darle todo lo que pida. Porque el problema no es que el sistema financiero español nos haya traído hasta aquí. El verdadero problema para esa España que desprecia cuanto ignora es que en determinadas zonas del país se mantiene un determinado espíritu de orgullo nacional y de defensa ante las agresiones, ya sean fiscales, lingüísticas, académicas o infraestructurales. Y para salir al paso de la protesta se las compara con los nazis. Los millones de euros no dan miedo a nadie. Lo que da miedo son los millones de muertos que, según Iglesias, van a caer por las hordas catalanas como si esto fuera Ruanda. Ya no se habla de lo que los adversarios de Mas van a hacer, sino que se presume lo que un hipotético Govern independiente hará llegado el momento. Por ejemplo: expulsar a los que tengan apellido no catalán. Es el delirio. El Idescat coloca el primer apellido genuinamente catalán en el número 26. En lo alto del hit parade patronímico se encuentran con orgullo el García y todos los demás, gente que se llama López -como el candidato más independentista de todos- o Ruiz, Mena y Fernández, que son consellers de la Generalitat.

Cuando los políticos, embriagados por la pugna electoral, empiezan a decir sandeces y convierten sus delirios en medias verdades, hay motivos para avergonzarnos. En tiempos de crisis no hay lugar para los programas. Pero por lo visto hay mucho espacio para la falsedad mil veces repetida. Eso sí es un acto genuinamente nazi: lo inventó el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels. Busquen su pequeña lista de principios de la propaganda y encontrarán la quintaesencia de lo que nos está cayendo encima.