Al contrataque
En busca del miedo
Joan Barril
Ha dirigido el semanario 'El Món' y ha ejercido de columnista en diarios como 'El País' y 'La Vanguardia'. Actualmente presenta 'El Cafè de la República en Catalunya Ràdio'. En televisión dirigió el programa 'L'illa del tresor' junto a Joan Ollé en el Canal 33.
Recuerdo cuando era niño estar jugando -y, naturalmente, perdiendo- a fútbol en la plaza que da a la entrada del monasterio de Santes Creus. De pronto nos llegó un enorme estruendo que se acercaba desde Tarragona. El estrépito era cada vez más intenso. Detuvimos el balón y miramos hacia el lugar de donde provenía ese creciente ruido de motores. Mi compañero de equipo, Josep Maria, un par de años mayor que yo, sentenció con voz solemne: "Es la guerra. Ese es el ruido de la guerra". No era tal, porque la guerra civil hacía años que se había liquidado y no es de recibo vencer a los mismos dos veces. Pero se le parecía: porque en un momento llegaron al valle del Gaià dos aviones militares a reacción y a muy baja altura que desaparecieron hacia el oeste. A ninguno le quedaron ganas de continuar perdiendo al fútbol. Y el cuerpo se nos llenó de ese miedo de algodón que no se deshilacha ni siquiera con una buena siesta.
Hoy no hace falta el vuelo de los reactores para despertarnos el miedo. Basta con el anuncio de no poder cobrar la nómina a fin de mes o del ya tradicional recorte salarial. Eso en el mejor de los casos, porque el verdadero miedo llega con la súbita aplicación de un ERE.
Hay gente que le tiene pánico al cajero automático porque no quiere saber lo poco que le queda en la cuenta. Muy cerca de nuestra vida caen los bombazos de los desahucios y los mayores ven cómo sus pensiones se empequeñecen. A la pregunta: "¿Cómo te van las cosas?" se responde: "Mejor que el año que viene". La adversidad fatalista forma parte de nuestra vida. La crisis genera perplejidad e incomprensión. No entendemos cómo los bancos continúan demostrando su tacañería con la de billones que hemos aportado para su saneamiento. Tampoco se comprende que la vida va a ser mejor con el cierre de un caprichoso quirófano o con la supresión de unas becas universitarias. Lo que ya no sabemos es si la crisis es un hecho contable o una simple sensación psicológica de gente fácilmente contaminable por el miedo.
La inseguridad crece
Desprovistos de la seguridad que nos daba la hucha de barro todo lo demás es un riesgo. El éxito de las redes se mide por el uso de multitudes denominadas falsamente amigos, pero ignoramos qué se esconde detrás de esas amistades telemáticas. Incluso las pristinas agencias tributarias manipulan sus normas y ejercen sus nuevos baremos con efectos retroactivos de los que siempre se salvan los mismos.
El miedo ya es público. Ni siquiera nos avergüenza demostrarlo. Y aquellos que intentan aplicar su esfuerzo y su poco dinero para montar alguna empresa que les saque de la esclavitud moral, se ven enredados en una tela de araña administrativa y fiscal que les considera como meros sospechosos de intentar ocupar el espacio monopolizado por la casta del poder. Hasta ahora, las amenazas estaban en la lejanía. Hoy la amenaza ya es el simple presente. Vivir es sentir temor. Habrá que ir en busca de los motivos del miedo para conjurarlo.
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